jueves, 9 de julio de 2020

Crítica: Emotion de Carly Rae Jepsen (2015)

Hay artistas a lo largo de la historia que han sido conocidos por sacar una canción muy conocida en su momento y luego caer en un limbo en el que todo su material siguiente era bastante ignorado por la mayoría de los que en su momento se sintieron atraídos por su hit en particular. Uno de los momentos en los que eso podría haber ocurrido fue cuando una joven Carly Rae Jepsen publicó su segundo álbum de estudio tras ganar la quinta edición de Canadian Idol. Kiss (2012) era el disco receptáculo de una canción pop clave de principios de los 2010’s, Call Me Maybe. Cualquier radiofórmula o televisión musical dedicada a los temas del momento la tenían que poner varias veces al día,ya que siempre estaba bajo demanda.

Otros singles del disco como This Kiss, Tonight I’m Getting Over You (que me parecen superiores a la canción de marras) o Good Time con la banda Owl City, no lograron el mismo boom comercial en el momento e hicieron temer que la fama de Jepsen fuera flor de una temporada. De haber sido así y alguien me hubiera preguntado por ejemplo en 2013 sobre la cantante, pues le habría dicho algo como: “¡Ah si! Aquella chica que saco unos cuantos singles simpáticos de pop en Tug of War (2008) y Kiss. Me gustan This Kiss y Bucket”. Así tan ligeramente hubiera dado carpetazo a mis impresiones sobre ella y hubiera seguido con mi mundana vida. Pero esta cantante no se achantó ante tal reto, agradeció el éxito recibido y trabajó arduamente en hacer música que a ella le llenara.

2013-14 sería su periodo para recoger los frutos de su éxito comercial y para actuar en el musical Cinderella (Cenicienta) durante doce semanas a principios del año 2014. Durante ese periodo de tiempo buscaría la inspiración en artistas como Madonna o Prince para ir creando ideas nuevas y rescatar otras que llevaban en el tintero desde 2011. Su trabajo componiendo le juntaría a grandes nombres de músicos y productores creativos con los que acabaría de redondear sus conceptos: Rostam Batmanglij, las hermanas Haim, Ariel Rechtshaid, Mattman & Robin, Greg Kurstin… Jepsen quería asegurarse de trabajar bien las canciones junto a artistas que ella admirase.

Ese ejercicio le llevó a tener 250 composiciones entre las que escoger para poner en el disco. Entre ellas, la que llamó Emotion fué la que le hizo decidir que su disco tenía que tener un sonido influenciado por los años 80. Y en lo que el proceso de selección de canciones se refiere, citaré a la propia cantante en una entrevista para el programa de radio q on cbc

“Se hizo fácil reducirlo a 40 ya que buscaba aquellas canciones que más representaran el álbum de forma cohesiva, para que tuvieran un tema común y la gente se lo quisiera escuchar de principio a final. Pero a partir del top 40, la cosa ya era más complicada y empecé a mandar cintas con esas canciones a mi gente de confianza. Mi hermano escuchó las 40 canciones y me mandó una crítica de tres frases para cada una de ellas y mi hermana tenía un sistema de evaluación de 1 a 5 estrellas. Todos tenían sus favoritas y a la hora de cenar se generaban debates muy apasionados sobre cuales poner en el disco. He querido que hubieran canciones para todo el mundo; tanto alegres, como más profundas en las que demostrar cómo ha madurado mi estilo”.

domingo, 5 de julio de 2020

Crítica: Divine Intervention de Slayer (1994)

Toda banda mítica en esto de la música se puede decir que tiene su época dorada, su momento de gloria compositiva en el que parece que ninguna canción mala podría nacer de las mentes de ese equipo de personas. En algunas, ese periodo es más breve y en poco tiempo se empiezan a notar las costuras desgastadas de lo que antes eran tapices de complejo entramado. En otras, saben conservar su factor X durante alguna década para luego deshincharse y cada tiempo indeterminado saltar con algún recuerdo de aquello que les llevó las masas a su puerta. Pero hay veces en esta vida que el tiempo coloca a ciertos discos por debajo del radar y si bien todo fan recuerda la “era dorada” y la “formación clásica”, todo lo que sale de ahí parece un nivel opcional de un videojuego que mucha gente se salta.

Divine Intervention sin duda cae en esa categoría, ya que si bien he podido ver unas cuantas críticas a lo largo del tiempo hablando de él como un disco tapado, la realidad del mismo es bastante más compleja de contar. Para ello nos debemos situar en 1992, cuando el baterista Dave Lombardo (que llevaba con ellos desde la formación de la banda en 1981) abandona la agrupación debido al nacimiento de su primer hijo y a no poder estar en ciertas fechas clave. En ese momento es sustituido por Paul Bostaph (ex-baterista de la banda Forbidden) que tras un casting en el que sólo cometió un error tocando Angel of Death (¿hace falta recordar lo que es tocar una canción de Slayer con la batería?), fue aceptado y el baterista se comprometió a seguir incorporando en su estilo aquello que era clave en la ejecución de Lombardo.

Cuando en agosto de 1992 actuarían en el festival Monsters of Rock de Donington, Bostaph ya estaba perfectamente acoplado a las guitarras de Kerry King y Jeff Hanneman y a la voz y bajo de Tom Araya; el nuevo, estaba degustando la cresta de la ola de la banda. Pero paralelamente la escena del heavy metal estaba evolucionando bastante por entonces y las vertientes groove, alternativa/grunge, death y progresiva del género estaban al alza con bandas como Pantera, Soundgarden, Death, Alice in Chains, Dream Theater o Tool. Slayer estaba planteándose como enfocar su sonido ante las nuevas tendencias y a parte tenían a la discográfica American Recordings de Rick Rubin inquieta porqué no publicaban material de estudio nuevo desde el aclamado Seasons in the Abyss (1990).

Jeff Hanneman, Kerry King, Paul Bostaph y Tom Araya

martes, 30 de junio de 2020

Crítica: Women in Music Pt. III de Haim (2020)

Justo ahora que estoy en un proceso de analizar mucha música que nos ha dado la década pasada, he profundizado en una banda de la que había escuchado algún tema suelto y sabía de su existencia pero nunca había dado el tiempo de escucharme un disco suyo con detenimiento. Me refiero al proyecto musical de las hermanas Haim, una banda nacida de un ambiente hogareño muy atado a la música y en el que ya desde muy jovencitas se las animó a expresarse con instrumentos. Sus padres Moti Haim (exjugador de fútbol y músico israelí) y Donna Haim tendrían su propia banda de covers llamada Rockinhaim en la que las dos hijas mayores, Danielle y Este, tocarían en fiestas junto a ellos.

Cuando Alana (la tercera de las hermanas) fue lo suficientemente mayor, se plantearon de formar una banda juntas que tomaría el apellido de ellas y aunque su debut discográfico se haría esperar (debido a las tareas de guitarrista en vivo de Danielle Haim con Julian Casablancas de The Strokes), en 2013 presentarían Days Are Gone con el aplauso de buena parte de la crítica especializada. Pero el tiempo ha pasado y estamos en 2020 (lo curioso de que la vida avance) y la banda nos presenta su tercer disco de estudio, el cual llevaban adelantando desde la segunda mitad de 2019. Si a parte le sumamos que su publicación se ha retrasado de abril a junio, me puedo hacer cargo de las expectativas que ha levantado entre la gente que esperaba nuevo material desde 2017.

Un equipo amplio

Al igual que otras bandas en la historia, Haim tiene a ciertos colaboradores en el estudio que ayudan a hacer brillar sus composiciones. Esto es clave entenderlo ya que en este caso considero que juegan un rol de hacer más sofisticada la fórmula de este conjunto. Por un lado, Ariel Rechtshaid (productor con sobrado renombre en esta última década) que ha trabajado para músicos de la talla de Vampire Weekend, Adele, Charli XCX o Carly Rae Jepsen. Siendo este también pareja de Danielle Haim, ha colaborado muy de cerca en la escritura de sus canciones desde su primer álbum en 2013. Su rol de productor compositor es compartido por otro viejo conocido suyo, Rostam Batmanglij.

Rostam (productor y ex integrante de Vampire Weekend) se unió a Haim y a Ariel debido a la buena química que se había producido con este último tras la grabación de Modern Vampires of the City (2013) con Vampire Weekend. La lista de álbumes de diferentes artistas donde Rostam y Ariel coinciden haciendo alguna tarea de composición o producción hasta la actualidad resulta abrumadora y de alguna forma era un combo lógico que se tenía que dar. Ya en el disco de 2017 de Haim, Something to Tell You, Rostam y Ariel estarían trabajando como combo de alguna manera en 4 de los temas del disco, pero en esta ocasión, la cosa se amplía a todo el grueso del álbum.

Este, Alana y Danielle Haim

jueves, 25 de junio de 2020

Crítica: Chromatica de Lady Gaga (2020)

En uno de los momentos más peculiares y desafortunados que nos ha tocado vivir en muchos años, ha aparecido el nuevo disco de una de las figuras clave de la música pop de lo que va de milenio. Y es que 2020 no va a pasar a la historia por ser el año de la publicación de este nuevo disco, pero la niebla no hace que el mundo deje de existir. Tanto es así, que en estos meses se han publicado algunos discos clave para el inicio de la década en lo que a pop se refiere: Dedicated Side B de Carly Rae Jepsen, How I’m Feeling Now de Charli XCX o Future Nostalgia de Dua Lipa. Pero la pregunta clave es ¿podrá sumarse Chromatica a esta lista selecta de discos?... Pues demos un poco de contexto a su creación.

En 2016, Lady Gaga publicaba Joanne uno de sus discos más variados estilísticamente y con más referencias personales, pero paralelamente no era de los mejores según mi honesta opinión, ya que teniendo buenos temas, ninguno lograba ser del calibre de sus grandes hits (independientemente del género/estilo de las canciones que contenía). Dos años después, Gaga haría un paso clave en su carrera formando parte de la película A Star Is Born (2018) en la que a parte de tener un rol protagonista junta al director de la misma, Bradley Cooper; firmarían una banda sonora aclamada por la crítica, que en espacio de dos años, se llevaría cuatro premios Grammy. Por lo menos en popularidad, Gaga seguía estando en un momento dulce.

Lady Gaga en la Super Bowl de 2017

domingo, 21 de junio de 2020

Crítica: Worlds Apart de Saga (1981)

Como ya he relatado en algún artículo anterior, los años 80 no fué precisamente la década más fácil para cualquier forma de música progresiva. Entendámonos, fué una década en la que existieron bandas fantásticas del género pero su situación no era ya dominante ante la presencia de los sonidos del new wave o synthpop. Pero la relación con estos estilos de música no era mala, al contrario, habían bandas de rock progresivo influenciadas o con intención de virar hacia esos estilos. Genesis, Rush o Yes que habían sido mastodontes en el género, vivirían a lo largo de la década una transformación muy pronunciada a su sonido mirando a este tipo de música.

Pero ya a finales de los 70 empezaron a crearse bandas del entorno progresivo que de forma natural tenían en su ADN elementos de las nuevas formas de pop o rock dominantes en la siguiente década como Toto o The Alan Parsons Project. Pero para la banda que hoy trataremos, tenemos que echar la mirada a Oakville (Canadá) sobre el año 1977 cuando los músicos Michael Sadler (vocalista y multiinstrumentista) y Jim Crichton (multiinstrumentista) decidirían hacer un nuevo proyecto musical juntos tras la desintegración de su anterior banda, Fludd. Esta nueva banda se llamaría Saga.

Hagamos entonces otro salto en el tiempo hasta principios de 1981, momento para el cual ya tenían 3 álbumes de estudio publicados y con los que se habían percatado que sus discos eran mucho más reconocidos en Alemania (donde la gente se los hacía traer de importación) o Puerto Rico antes que en su país o en Estados Unidos, donde ellos publicaban oficialmente su material discográfico. Pero su éxito había sido el suficiente hasta el momento como para querer dar un paso adelante a nivel de producción y ficharon a Rupert Hine, que ya había trabajado anteriormente con músicos como Camel o Murray Head.

Jim Gilmour, Jim Crichton, Michael Sadler, Steve Negus e Ian Crichton

miércoles, 17 de junio de 2020

Crítica: La Flaca de Jarabe de Palo (1996)

La carrera de Pau Donés como músico se remonta mucho antes del disco que hoy tratamos. Durante los años 80, Pau ya había participado o formado un par de bandas que le fueron dando una base junto a su hermano Marc. J & Co. Band y Dentaduras Postizas le ocuparon desde los 15 años hasta casi la treintena al mismo tiempo que trabajaba en una agencia de publicidad, pero antes o después uno tiene que encontrar la puerta abierta para hacer aquello que le hace especial. Para él fué formar a mediados de los 90 Jarabe de Palo en la Escola de Músics junto a Álex Tenas y hacer un viaje a Cuba con algunas canciones compuestas, lo que le revelaría la senda sonora a seguir en su primer trabajo discográfico.

En esa década los sonidos del latin rock estaban muy presentes y bandas que ya eran mitos en la escena española como Radio Futura o Mestizos ya habían hecho aproximaciones muy notorias al estilo, destacando entre ellas el disco Veneno en la Piel (1991) de los primeros. Sumemos el hecho de que bandas como Maná, Caifanes o Soda Stereo tenían mucha notoriedad en la península viniendo de la América Latina. El contexto era el idóneo para desarrollar el tipo de música que tanto había impactado a Donés y creo que sin él, sería muy difícil entender el nacimiento de un disco como La Flaca.

Aunque Pau i Marc Donés no estarían juntos en este proyecto, los hermanos aprendieron de la vida a base de palos

domingo, 14 de junio de 2020

Crítica: Sings the Blues de Nina Simone (1967)

Una de las artistas más reivindicativas de los derechos de las personas de piel negra (y no simplemente del sector afroamericano) ha sido Nina Simone (apodo de Eunice Kathleen Waymon). Ser una diva con tanto talento y al mismo tiempo, ser tan firme en sus ideales le trajo tantos aplausos como detractores. Una mezcla entre la violencia que ella vivía en su casa por parte de su marido Andy Stroud, como la barbarie que sufrían muchos ciudadanos en Estados Unidos por su color de piel, la empujó de la disconformidad con el ambiente presente a considerarse igual que Malcolm X una no pacifista defensora del nacionalismo negro. De este duro contexto llegaría el primer punto de inflexión en su carrera, que sería la publicación del sencillo Mississippi Goddam en 1964.


Esta canción respondía al asesinato del activista negro Medgar Evers en Mississippi en junio de 1963 y del atentado en Birmingham (Alabama) que se llevaría por delante la vida de cuatro niños negros en la iglesia de 16th Street. Para Simone se había cruzado un límite nefasto que le llevaría de aspirar a ser la mejor músico clásica negra a querer ser una artista que profundizara más en su activismo y en representar a la música y cultura del pueblo negro. Pero si avanzamos un poco más en el tiempo, a 1967, para ver el contexto de la obra que hoy tratamos, Simone terminaba su periodo con la discográfica Philips habiendo publicado algunas de sus aventuras discográficas más aclamadas como: I Put a Spell on You (1965), Pastel Blues (1965), Wild is the Wind (1966) o la obra que le otorgó su sobrenombre High Priestess of Soul (la suma sacerdotisa del soul) de 1967.


Su fichaje por RCA Victor era la oportunidad para demostrar en una nueva discográfica su talento interpretativo. En esos años era habitual por muchos artistas del entorno de jazz, el blues, el soul o incluso el pop mezclar sus canciones con covers de otros artistas y darles un estilo que sacara a relucir sus gustos y el estilo que mejor les definía a ellos y a la banda que les rodeaba. Para esta ocasión pondría entre sus músicos de sesión a Eric Gale en la guitarra (que trabajaría con George Benson, Paul Simon o Billy Joel), Bob Bushnell en el bajo (Dizzy Gillespie o Gábor Szabó), Bernard Purdie en la batería (Steely Dan, Wilson Pickett, Louis Armstrong o Dizzy Gillespie) o Buddy Lucas en la armónica y saxo. Músicos que entre ellos ya se conocían y ya existía una buena química musical.

miércoles, 10 de junio de 2020

Crítica: Father of the Bride de Vampire Weekend (2019)

Una de las esperas más largas en lo musical que he pasado en la década de los 2010’s ha sido la del sucesor de Modern Vampires of the City (2013). El tercer disco de estudio de la banda de Nueva York, Vampire Weekend, había sido un éxito no sólo dentro de la escena indie, sinó en la gran imagen de la música estadounidense de su año. Incluso si miramos las listas semanales de ventas a nivel internacional, este disco había logrado escalar en varias de ellas al top 10. Público y crítica aclamaba el disco y sin duda la maquinaria de promoción discográfica estaba con ellos, eran la nueva gran promesa de la música popular de su país.

Y no seré yo quien niegue la calidad que tenía el disco,el cual tenía unos cuantos temazos y realmente no tenía material malo. Eso sí, había dejado de lado el sonido world beat de ritmos africanos y melodías coloristas que identificaban a la banda en los dos primeros discos, todo era más serio y entre comillas minimalista. Mi gran duda era ¿van a seguir con el mismo estilo o van a dar un cambio más? Rostam Batmanglij (compositor y multiinstrumentista de la banda) se iba en 2016 con todo el peso que había tenido en crear el sonido distintivo de la banda y Ezra Koenig (cantante y guitarrista) como líder visible de la formación, parecía más centrado en otros proyectos.

Cuando una banda tarda tanto tiempo en hacer un disco nuevo y más siendo relativamente nueva me preocupa, ya que puede perder el filón compositivo o pasar tantas cosas en medio que al volver a estudio salga algo muy alejado de aquello que les hizo destacar. Para ser justos a veces estos cambios salen bien, pero muchas veces nos encontramos o algo irreconocible o una mera caricatura del sonido que todos recordábamos. Pero me voy a dejar de divagaciones para adelantar que a nivel de estilo este disco realmente me convence y que puede ser una buena base para la música de la banda.

Cálido y agridulce

Lo que más domina en este disco es un cierto tono veraniego y agradable, que tira mucho del folk, pop, indie rock y hasta momentos de soul o jazz funk. Por momentos recuerda a lo visto en el disco anterior pero siempre tendiendo a lo feliciano o a lo nostálgico. El propio título del disco Father of the Bride (el padre de la novia) parece evocar a esta sensación de llegar al momento de nuestra boda, sentirnos felices pero al ver a nuestro suegro trayendo a nuestra pareja, reflexionar sobre la vida, el amor, la madurez, las dudas… Según Ezra Koenig el título del disco surgió de ver la película del mismo título de 1991.

A esta aclaración que hizo Koenig en el programa Beats 1 de Zane Lowe, se le sumó el hecho de que entrevistador y entrevistado coincidían en el hecho de que el título evoca a un momento agridulce en el que hay muchas sensaciones a la vez que digerir y se vuelve confuso de valorar. Pero para dar mi última puntilla sobre el estilo del disco, debo decir que este me confirma mi teoría de que Vampire Weekend es como una banda que parece nacida en el universo musical del álbum Graceland de Paul Simon (1984). Lo que ha pasado es que con los años esa entidad ha madurado y evolucionado lo suficiente como para convertirse en autosuficiente respecto a su “padre”.

viernes, 5 de junio de 2020

Crítica: In Rock de Deep Purple (1970)

En 1969 la banda Deep Purple tenía proposito, encontrar su sitio en el mundo de la música con una formación potente. Ritchie Blackmore (guitarrista), Jon Lord (tecladista) e Ian Paice (batería) habían llegado al pacto de apostar por un sonido más duro de rock influidos por el impacto que simultáneamente estaba dando Led Zeppelin. Un camarada de Blackmore, Mick Underwood (que había tocado con él en The Outlaws), les presentó a dos miembros de la banda donde este tocaba la batería, Episode Six. Ian Gillan (cantante) y Roger Glover (bajista) eran el tándem compositor de su banda y al verles actuar, los tres miembros de Deep Purple quedaron convencidos del valor que los dos tenían como equipo.

Gillan ya era conocido anteriormente por la banda y en principio era el único recambio que Blackmore había contemplado, pero Paice le convenció de que valía la pena sumar al bajista a la formación renovada de la banda. Eso sí, esta transición de miembros se estaba haciendo con Nick Simper (bajista) y Rod Evans (cantante) aún en la banda y sin que ellos lo supieran. El objetivo era finalizar la gira en Estados Unidos con la vieja formación y luego hacer el cambio de fichas con los compromisos cumplidos. El que se llevaría la sorpresa más negativa sería Simper, que creyéndose que formaría parte de la renovación de la banda, se encontraría con que ya habían grabado un tema nuevo con Glover.

Mark II: Experimentando antes de la gran jugada

Jon Lord, Ian Paice, Ian Gillan, Ritchie Blackmore y Roger Glover (1969)

Ese tema, llamado Halleluyah (cover de una canción de Roger Greenaway y Roger Cook), había sido preparado por la formación antigua, pero como dijo Jon Lord en una entrevista para el canal oficial de la banda en YouTube: “Esta canción era en buena medida la audición/casting que le hacíamos a Gillan y Glover. Si pudiera volver atrás, lo hablaría cara a cara con Rod y Nicky en vez de dejarlo en manos del management, pero en esta profesión la gente es constantemente despedida, és la naturaleza del juego”. Esto sería la primera publicación de la conocida como Mark II (segunda formación), la segunda se basaría más en una apuesta.

Jon Lord tenía ganas y talento para crear una pieza orquestal y le dijo al resto de la banda que antes de dar el paso definitivo al hard rock, quería poder hacer con ellos ese tipo de composición. ¿La apuesta? Si tras hacer ese concierto la formación estaba convencida con el estilo orquestal, tirarían por esa forma de música, si no, Lord aceptaría de buena gana seguir con la idea inicial. Con ese pacto acordado, graban en septiembre de 1969 Concerto for Group and Orchestra con la Royal Philarmonic Orchestra. Este ejercicio musical compuesto por Lord y con letras de Ian Gillan, resultaría satisfactorio y aunque no tendría continuidad, el tecladista se sentía con energías para afrontar la ahora si metamorfosis completa.

martes, 2 de junio de 2020

Crítica: After Laughter de Paramore (2017)

Voy a abrir esta crítica admitiendo abiertamente que Paramore no ha sido una banda que me haya llamado la atención durante su periplo discográfico hasta nuestros días. Si bien he podido escuchar algunas de sus canciones y no parecerme malas, no he tenido ningún tipo de conexión especial más allá de que las pusieran en los Rock Band o Guitar Hero de turno y me las quisiera sacar al 100% con la guitarra. Pero la vida pasa y las recomendaciones de YouTube también… Un cálido día de 2018 (o frío, es un decir) me apareció la sugerencia de que escuchara un tema del más reciente álbum de Paramore ¿que podía perder? 

Spoiler: Nada, a partir de aquí para mi era todo ganar.

Pero dejemos de lado mi anécdota de ser mundano ante un ordenador por un momento y vamos a ponernos en el ángulo de la banda con este disco. Paramore en 2013 sacó su álbum homónimo y después de años siendo vistos como esa banda de punk pop y power pop de gente joven liderada por la cantante Hayley Williams (talentosa pero juvenil), por fin parecían llegar a una cierta madurez musical. Esa madurez que había llegado tras la salida de dos de sus integrantes, los hermanos Farro (guitarrista y baterista), los dejaba como un trío que usó su momento de cambio para dar un importante paso en su carrera.

Y es curioso, porque recuerdo esa época y lo importante que parecía ser para ellos, ya que por esa época se publicaron un montón de videos dedicados a analizar ese disco y a entrevistarles en radios o galas donde eran invitados por YouTube. Pero de nuevo, no conectaba con su música (nada que ver con que la considere mala), es decir, era consciente de que estaban siendo exitosos pero simplemente era un espectador mirando de lado lo que pasaba en el mundo mainstream y siguiendo mi camino. Pero en ese punto de ver florecer el éxito de su obra (hacia 2015), la banda sufriría una buena implosión.

Deconstrucción y reconstrucción

El bajista de la banda Jeremy Davis saldría de la formación en 2015 acompañado por una batalla legal por sus derechos en las canciones que se alargaría hasta 2017. Sumemos que Hayley Williams ante toda la tensión en el seno de la banda, la abandonó temporalmente dejando a Taylor York (guitarrista) como el único miembro de la misma. Pero Williams regresaría y en 2016, York retomaría su amistad con el antiguo batería de la banda, Zac Farro, y este se reincorporaba en 2017 para las grabaciones de este disco y la composición de algunos temas. El ciclo se cierra con el divorcio de Hayley Williams en 2017.

Otro elemento especial que se añade es que en el momento que se decidieron a componer música, York intentó tirar por el estilo que había caracterizado hasta entonces a la banda (punk pop) pero no surgían ideas lo suficientemente buenas. Pero a la que dió paso a un estilo más ligado al new wave o synthpop de los 80, fué cuando se encontró componiendo con más soltura. York, estaba desconfiado que este estilo encajase con Paramore, pero Williams aunque al escuchar sus creaciones empezó dudando, luego entendió que era el camino a seguir. Con la entrada de Zac Farro, este entró en sinergia por el nuevo sonido y haría sus aportaciones a nivel creativo.

Taylor York (amarillo), Zac Farro (azul), Hayley Williams (rojo)

sábado, 30 de mayo de 2020

Crítica: Mil Siluetas de La Unión (1984)

Entre las polémicas que han ido rellenando estos dos meses y medio de vida dislocada para todos, surgió la de la separación de la banda La Unión (curiosa coincidencia). Una separación que me parece que tendremos que poner unas cuantas comillas hasta que se resuelva ya que no todas las partes parecen tener la misma disposición a desmontar un proyecto de casi 40 años. Pero como en este blog nos dedicamos a valorar las obras musicales de los artistas, vamos a darle una cara positiva a todo este embrollo con un repaso a la que fué su primera obra de estudio.

Para ello, debemos echar la vista atrás a la primera mitad de los años 80 en plena Movida Madrileña con toda una juventud cansada del encorsetamiento que años atrás había supuesto la dictadura franquista. Ese movimiento sirvió de marco de una época en la que se mezcló una gran creatividad musical (Radio Futura, Los Secretos, Mecano, Tino Casal, Alaska y Dinarama), junto a un renovado movimiento feminista, la despenalización de la homosexualidad; pero también una fuerte experimentación con drogas que como me han dicho muchas personas de la época, se llevó a media generación por delante.

Cuando se unieron…

La Madrid de los años 80

En medio de este ambiente de primera mitad de los años 80, concretamente en 1982, cuatro chicos madrileños formarían un grupo de new wave que rápidamente se pondría a componer piezas instrumentales. Mario Martinez en la guitarra, Luís Bolín en el bajo y Iñigo Zábala en los teclados dejaron lista la base de las canciones y Rafa Sánchez posteriormente le añadiría las letras. A partir de ese punto, era cuestión de encontrar una discográfica en la que editar sus temas y todo 1983 se dedicó a acabar de componer, hacer sus primeras tablas sobre el escenario y lograr el contrato con Warner en España.

Ya en 1984 con el contrato bajo el brazo, Nacho Cano (integrante/compositor de la banda Mecano y amigo de Bolín) y Rafael Abitbol empezarían a producir las canciones del disco, dejando listo el potencial hit del mismo para que empezara su difusión. El 12 de marzo de 1984, Lobo-Hombre en París se promocionaba en la sala El Sol de Madrid donde Luís Bolín trabajaba pinchando música por aquellos años. Realmente crearon una fuerte expectativa con esta promoción y publicación del single poco tiempo después hasta que a finales de 1984 salió por fin el disco.

miércoles, 27 de mayo de 2020

Crítica: Permanent Waves de Rush (1980)

2020 está siendo un año bastante raro por todo el asunto de la pandemia que estamos viviendo. Pero a principios del mismo, en enero, ya hubo una noticia que a muchos nos hizo entristecer de gran manera, la muerte de Neil Peart. No sólo se nos ha ido uno de los mejores bateristas de la historia, también uno de sus mejores letristas. El suyo es uno de esos casos en los que su contribución hacía que una banda que antes de su presencia ya era muy buena pasara a ser una entidad más profunda en su mensaje y más ambiciosa en sus formas.

Como homenaje a su extraordinaria carrera musical hoy trataremos uno de los discos más importantes en la carrera de Rush y que pocos días después del fallecimiento de Peart cumplió 40 años, Permanent Waves. Obra engendrada después de una década de los años 70 en la que pasaron de ser una banda que generaba dudas a su discográfica por lo poco “comerciales” que eran a cerrar bocas con 3 de los mejores discos de rock progresivo de la década: 2112 (1976), A Farewell to Kings (1977) y Hemispheres (1978). En ellos nos encontrábamos a estos músicos canadienses alcanzando paso a paso su límite técnico y de estructura compositiva.

A nivel conceptual/narrativo ya habían logrado alcanzar su zénit en estos tres discos también con largas suites como la que da nombre al disco de 1976 o en sus dos discos siguientes con las dos partes de Cygnus X-1. Neil Peart tras los parches y las letras había dado lo mejor de sí y Geddy Lee (bajo y voz) con su inseparable amigo Alex Lifeson (guitarra) habían demostrado ser unos músicos espectaculares en una década en la que precisamente no había escasez de genios. Simple y llanamente eran 3 tíos en el estudio y el escenario que sabían sonar a 6 y no ser menos que grandes como Genesis o Yes.

Hora de replantearse las cosas

Pero estos tres músicos que habían logrado tener éxito con su rock progresivo (incluso cuando dominaba el punk) pensaron que era el momento de ver si podían comprimir su fórmula en composiciones más breves. Cuando en 1978 grabaron para el álbum Hemispheres la canción La Villa Strangiato y tuvieron problemas para memorizar todas las partes y grabarlas de una tirada, ahí hicieron su click. Para su próximo álbum tenían que complicarse menos la vida, disfrutar más del proceso, darse alguna concesión…

Alex Lifeson, Neil Peart y Geddy Lee

sábado, 23 de mayo de 2020

Crítica: Black Sabbath de Black Sabbath (1970)

En la carrera de historia del arte aprendí que los pasos entre el mundo antiguo y medieval o entre la era del Renacimiento y el Barroco a nivel artístico, no eran algo brusco ni que se pudiera fechar en un año concreto. La gente no se iba a dormir el 31 de diciembre de 1491 diciendo “¡Somos del medievo!” y se despertaba el 1 de enero de 1492 celebrando que eran gente de la Edad Moderna. Los cambios o innovaciones culturales son un elemento que entra como una niebla, afecta a una parte de la población mientras otra aún conserva formas del pasado. 


Esta niebla sutilmente va empapando a la gente de la época hasta que todo el mundo ha hecho el tránsito y paralelamente nos encontrariamos a gente que ya está creando una nueva niebla, una nueva era. Esa acostumbra a ser la norma general, pero ¿qué ocurre cuando te encuentras con un grupo de gente que de manera concreta precipitó la formación de un estilo? Pues que para los que nos dedicamos a historiar el arte es un privilegio que merece la pena difundir y que pocas veces se ve. Esta ocasión es más especial si celebramos el 50 aniversario del disco que abrió de forma rotunda ese estilo o género, el Heavy Metal.


Por los alrededores de 1970…


Mucho debate hay abierto por parte de los amantes del género sobre que bandas o músicos influyeron al surgimiento del sonido y tono de la obra que analizaremos. Primeramente, con el endurecimiento del sonido del rock (incluyendo el rock and roll) y el blues con bandas como Led Zeppelin, Cream o Jimi Hendrix Experience o canciones individuales como Summertime Blues de Blue Cheer (1968), Helter Skelter de The Beatles (1968), 21st Century Schizoid Man de King Crimson (1969) o You Really Got Me de The Kinks que se remonta a 1964. 


Este nuevo ecosistema con un sonido más potente y distorsionado influyó fuertemente a un conjunto de bandas que viraron a ese sonido y le sumaron sus propias influencias: Deep Purple (que en 1970 cristalizó su transformación al hard rock), Uriah Heep (con su fantástica mezcla de hard rock, toques del primigenio heavy metal y rock progresivo), la banda alemana Lucifer’s Friend (desafortunadamente más desconocida, pero con una técnica y estilo impresionantes, sabiendo amalgamar lo mejor del rock duro, el heavy y progresivo).

Bill Ward, Tony Iommi, Ozzy Osbourne y Geezer Butler: unos genios

Pero de todas las bandas del momento, la que tomó un sonido más peculiar o nuevo fué Black Sabbath, que en febrero de ese año 70 presentaría su disco homónimo generando admiración y rechazo a partes iguales. Sus raíces eran del blues rock, siendo dos de sus integrantes, Tony Iommi (guitarrista) y Bill Ward (batería) dos músicos que venían de una banda de este estilo llamada Mythology. Pero su temática era más mistérica, tenebrosa y ligada por momentos al terror, debido a que Iommi y Geezer Butler (bajista) eran grandes fans del cine de terror, entre los films, Black Sabbath de Mario Bava con el actor Boris Karloff (1963).