martes, 20 de diciembre de 2016

Crítica: Brotherhood of the Snake de Testament (2016)

El Big 4, el Big 4... cuanto me mosquea que se hable sólo de cuatro grandes bandas del thrash metal, cuando hay algunas fuera de ese marco que tienen una calidad altísima. Encima la realidad se puede plantear más duramente, y es que si la gran mayoría de estas cuatro bandas ya no pueden firmar obras determinantes en su carrera; hay otras de las que aún se esperan grandes discos que marquen nuevas épocas de potencia y desbordante inspiración. Entre esas maravillosas muestras se encuentra Testament, banda la segunda hornada del thrash metal americano, que sacó su primer disco, The Legacy en 1987. Con ella me encuentro con una banda que con sus altos y bajos, no le percibo un disco malo en su discografía, por lo menos desde mi visión de lo que son como conjunto musical. Añadamos el factor de que estamos ante el disco número 11 de su discografía y que el anterior, Dark Roots of Earth (2012) nos había dejado a buena parte de la parroquia metalera con ganas de más y de confirmar buenas sensaciones. La espera ha sido de cuatro años, pero seamos claros, en ellos hay una confianza depositada que si se invierte en hacer buena música pues merece la pena.

Abramos el debate de la productividad artística

Hay bandas con más fama en su género y más productivas discográficamente hablando, como Megadeth. que pueden tener un disco cada dos o tres años: Con ellos normalmente recibimos una obra realmente buena (Dystopia, 2016) por una de inconsistente y poco inspirada (Super Collider, 2013), quedando un poco atrás aquellas épocas de ristras de discos buenos o dicho de otra forma, etapas clásicas. Por otro lado, pues tenemos el ejemplo menos productivo, Metallica, en el que básicamente te puedes estar esperando entre 5 y 8 años para discos que, sin estar nada mal últimamente, tampoco emocionan como Death Magnetic (2008) o Hardwired (2016). Con estas dos imágenes de bandas del thrash nos encontramos con dos visiones dispares de como continuar el legado de una banda ya en su madurez. Entonces tenemos el ejemplo de Testament, que sin relajarse a la hora de componer, deja el suficiente margen para que la obra que tengan que publicar sea de un nivel convincente.

miércoles, 14 de diciembre de 2016

Crítica: Fuck Everyone and Run (F E A R) de Marillion (2016)

Hay discos que necesitan una profunda digestión en mi mente y corazón para que pueda decir algo suficientemente coherente sobre ellos. Sobre todo aquellos que contienen una gran complejidad en sus formas y su mensaje, como es el caso del nuevo disco de Marillion. Esta banda en sus mejores épocas ha tenido unas composiciones que aún complejas, estaban dotadas de una magia que las hacía bastante más accesibles o de fácil asimilación que algunas de sus obras más tardías. En este blog, ya hemos visto algunos de sus frutos de talentosa juventud como Misplaced Childhood (1985), Clutching at Straws (1987) o Seasons End (1989); obras de aspecto colorista y muy atadas a su década que luego evolucionarían a una aparente sobriedad que en realidad nos guardaría tres grandes obras más: Holidays in Eden (1991), Brave (1994) y Afraid of Sunlight (1995). El disco que tenemos hoy bajo la lupa, en realidad guarda una relación bastante grande con estas grandes obras de los 90, tanto a nivel sonoro, como en la riqueza de su reflexión/mensaje.

Y es que antes o después, un buen artista tiene que bajar del barco de los sueños para toparse con el sendero de la realidad. En ese acto Steve Hogarth, cantante y tecladista de la banda se ha encarado con una realidad muy distinta a lo que es él: un hombre jovial, creativo y de incansable búsqueda de la felicidad ante un mundo en profunda crisis. Por eso, de un disco doble como Happiness is the Road (2008), lleno de pasajes ambientales y con un resultado a ratos insípido o desigual, se pasó a un disco como Sounds That Can't Be Made (2012), algo más gris en su ánimo pero lleno de momentos de muy alto valor como Gaza (esa conexión con la realidad y sus guerras), Sounds That Can't Be Made, Montreal o The Sky Above the Rain. Pero esta vez las ambiciones han subido para confeccionar un disco muy enfocado, sincero y por ende, pesimista...


martes, 6 de diciembre de 2016

Crítica: Hardwired...to Self-Destruct de Metallica (2016)

Ha pasado ya tanto tiempo desde la última vez que viví la sensación que se tiene al publicarse un disco de Metallica, que básicamente creía que este proceso de creación del décimo disco de su carrera se postergaría hasta el infinito. Pero al final las dudas, más que las súplicas de los fans han hecho que la banda de un paso al frente con este disco que se ha preparado en estudio entre los años 2015 y 2016. Claro, Beyond Magnetic (2011) servía como una forma de aperitivo para aquellos seguidores de Metallica más impacientes por algo nuevo; pero siendo claros, esa obra estaba formada por descartes (algunos de muy notable calidad) de Death Magnetic (2008), aquella obra que se suponía que nos tenía que devolver a los estándares de calidad de los cinco primeros discos. Esa promesa ideal fue incumplida, pero por lo menos entregaron un disco digno de recuperar nuestra confianza y esperar que en la siguiente ocasión se reafirmara aún más este ascenso y se dejara atrás la desastrosa producción de Rick Rubin.

Me voy a ahorrar decir todo aquello con lo que han estado ocupados durante estos años sin publicar un disco de estudio ya que sacando mi vena más dura, considero que eran en mayor o menor medida pérdidas de tiempo que les alejaban de aquello que les tocaba: publicar discos con los que fueran llevando por una buena senda. Ahora en 2016 y en el mismo lapso de tiempo otras bandas del mundillo metal y más concretamente thrash, han tenido y aprovechado mejor su llama creativa: Megadeth sacando por lo menos dos discos de una calidad muy alta como Endgame (2009) y Dystopia (2016) entre otros un pelín menos acertada; Testament con The Formation of Damnation (2008), Dark Roots of Earth (2012) o su nuevo Brotherhood of the Snake (2016), han demostrado ser un ejemplo del buen hacer de la vieja guardia, y aún podríamos añadir a Overkill o Kreator en la ecuación. Si habláramos ya de las bandas nuevas como Vektor o Vader por poner dos ejemplos, la banda de Hetfield y Ulrich se queda en pañales entonces.