martes, 20 de diciembre de 2016

Crítica: Brotherhood of the Snake de Testament (2016)

El Big 4, el Big 4... cuanto me mosquea que se hable sólo de cuatro grandes bandas del thrash metal, cuando hay algunas fuera de ese marco que tienen una calidad altísima. Encima la realidad se puede plantear más duramente, y es que si la gran mayoría de estas cuatro bandas ya no pueden firmar obras determinantes en su carrera; hay otras de las que aún se esperan grandes discos que marquen nuevas épocas de potencia y desbordante inspiración. Entre esas maravillosas muestras se encuentra Testament, banda la segunda hornada del thrash metal americano, que sacó su primer disco, The Legacy en 1987. Con ella me encuentro con una banda que con sus altos y bajos, no le percibo un disco malo en su discografía, por lo menos desde mi visión de lo que son como conjunto musical. Añadamos el factor de que estamos ante el disco número 11 de su discografía y que el anterior, Dark Roots of Earth (2012) nos había dejado a buena parte de la parroquia metalera con ganas de más y de confirmar buenas sensaciones. La espera ha sido de cuatro años, pero seamos claros, en ellos hay una confianza depositada que si se invierte en hacer buena música pues merece la pena.

Abramos el debate de la productividad artística

Hay bandas con más fama en su género y más productivas discográficamente hablando, como Megadeth. que pueden tener un disco cada dos o tres años: Con ellos normalmente recibimos una obra realmente buena (Dystopia, 2016) por una de inconsistente y poco inspirada (Super Collider, 2013), quedando un poco atrás aquellas épocas de ristras de discos buenos o dicho de otra forma, etapas clásicas. Por otro lado, pues tenemos el ejemplo menos productivo, Metallica, en el que básicamente te puedes estar esperando entre 5 y 8 años para discos que, sin estar nada mal últimamente, tampoco emocionan como Death Magnetic (2008) o Hardwired (2016). Con estas dos imágenes de bandas del thrash nos encontramos con dos visiones dispares de como continuar el legado de una banda ya en su madurez. Entonces tenemos el ejemplo de Testament, que sin relajarse a la hora de componer, deja el suficiente margen para que la obra que tengan que publicar sea de un nivel convincente.

miércoles, 14 de diciembre de 2016

Crítica: Fuck Everyone and Run (F E A R) de Marillion (2016)

Hay discos que necesitan una profunda digestión en mi mente y corazón para que pueda decir algo suficientemente coherente sobre ellos. Sobre todo aquellos que contienen una gran complejidad en sus formas y su mensaje, como es el caso del nuevo disco de Marillion. Esta banda en sus mejores épocas ha tenido unas composiciones que aún complejas, estaban dotadas de una magia que las hacía bastante más accesibles o de fácil asimilación que algunas de sus obras más tardías. En este blog, ya hemos visto algunos de sus frutos de talentosa juventud como Misplaced Childhood (1985), Clutching at Straws (1987) o Seasons End (1989); obras de aspecto colorista y muy atadas a su década que luego evolucionarían a una aparente sobriedad que en realidad nos guardaría tres grandes obras más: Holidays in Eden (1991), Brave (1994) y Afraid of Sunlight (1995). El disco que tenemos hoy bajo la lupa, en realidad guarda una relación bastante grande con estas grandes obras de los 90, tanto a nivel sonoro, como en la riqueza de su reflexión/mensaje.

Y es que antes o después, un buen artista tiene que bajar del barco de los sueños para toparse con el sendero de la realidad. En ese acto Steve Hogarth, cantante y tecladista de la banda se ha encarado con una realidad muy distinta a lo que es él: un hombre jovial, creativo y de incansable búsqueda de la felicidad ante un mundo en profunda crisis. Por eso, de un disco doble como Happiness is the Road (2008), lleno de pasajes ambientales y con un resultado a ratos insípido o desigual, se pasó a un disco como Sounds That Can't Be Made (2012), algo más gris en su ánimo pero lleno de momentos de muy alto valor como Gaza (esa conexión con la realidad y sus guerras), Sounds That Can't Be Made, Montreal o The Sky Above the Rain. Pero esta vez las ambiciones han subido para confeccionar un disco muy enfocado, sincero y por ende, pesimista...


martes, 6 de diciembre de 2016

Crítica: Hardwired...to Self-Destruct de Metallica (2016)

Ha pasado ya tanto tiempo desde la última vez que viví la sensación que se tiene al publicarse un disco de Metallica, que básicamente creía que este proceso de creación del décimo disco de su carrera se postergaría hasta el infinito. Pero al final las dudas, más que las súplicas de los fans han hecho que la banda de un paso al frente con este disco que se ha preparado en estudio entre los años 2015 y 2016. Claro, Beyond Magnetic (2011) servía como una forma de aperitivo para aquellos seguidores de Metallica más impacientes por algo nuevo; pero siendo claros, esa obra estaba formada por descartes (algunos de muy notable calidad) de Death Magnetic (2008), aquella obra que se suponía que nos tenía que devolver a los estándares de calidad de los cinco primeros discos. Esa promesa ideal fue incumplida, pero por lo menos entregaron un disco digno de recuperar nuestra confianza y esperar que en la siguiente ocasión se reafirmara aún más este ascenso y se dejara atrás la desastrosa producción de Rick Rubin.

Me voy a ahorrar decir todo aquello con lo que han estado ocupados durante estos años sin publicar un disco de estudio ya que sacando mi vena más dura, considero que eran en mayor o menor medida pérdidas de tiempo que les alejaban de aquello que les tocaba: publicar discos con los que fueran llevando por una buena senda. Ahora en 2016 y en el mismo lapso de tiempo otras bandas del mundillo metal y más concretamente thrash, han tenido y aprovechado mejor su llama creativa: Megadeth sacando por lo menos dos discos de una calidad muy alta como Endgame (2009) y Dystopia (2016) entre otros un pelín menos acertada; Testament con The Formation of Damnation (2008), Dark Roots of Earth (2012) o su nuevo Brotherhood of the Snake (2016), han demostrado ser un ejemplo del buen hacer de la vieja guardia, y aún podríamos añadir a Overkill o Kreator en la ecuación. Si habláramos ya de las bandas nuevas como Vektor o Vader por poner dos ejemplos, la banda de Hetfield y Ulrich se queda en pañales entonces.


martes, 11 de octubre de 2016

Crítica: Communiqué de Dire Straits (1979)

Finales de los años 70 fue un momento en el que las tendencias llevaban a músicas como el punk, el new wave, el heavy y hard rock, la música disco o funk... Pero saliendo del molde de lo habitual, una banda que tiraba más a un rock más al blues y country (o llamado popularmente roots rock) apareció de la nada para hacerse un hueco entre las formaciones musicales de éxito. Formada por los hermanos Knopfler (Mark y David) en la guitarra y sus amigos John Illsley en el bajo y Pick Withers en la batería, sus inicios más bien humildes como banda les hicieron ponerse el nombre Dire Straits (expresión que en inglés significa "en apuros") y que fue idea del compañero de piso de Withers.

Desde que grabaron sus primeras demos, hasta que lograron publicar su primer disco, Dire Straits (1978), todo fue una concatenación de casualidades que se fueron produciendo para sorpresa de la banda. Ese espíritu de sorpresa era tal que el mismo año de su disco de debut ya estaban empezando a dar forma al disco que hoy veremos y no en Londres como ocurrió con sus primeras canciones, sino en los Compass Point Studios de las Bahamas con unos productores de gran prestigio (Barry Beckett y Jerry Wexler) que ya habían producido discos para los Rolling Stones, Elton John, Willie Nelson, Aretha Franklin, Wilson Picket... La idea era dar continuidad a un primer disco del que se desprendían hits como Sultans of Swing, siguiendo su estilo pero evidentemente con mejores medios de grabación y sin tantos impuestos como los que imponía la industria británica a sus músicos.



Y poca broma, el disco ya estaba terminado para diciembre de 1978 pero se decidió posponer unos meses la publicación del disco (hasta junio de 1979) para evitar que el nuevo disco pisara a las ventas del anterior. Se puede decir, que el éxito de la primera obra era tal, que cuando por fin se presentó Communiqué al público, este se situó por ejemplo en el número 1 de las listas Alemanas cuando aún su debut estaba situado en el número 3 en ventas. Todo ese éxito evidentemente venía de que el material que se presentaba era y aún es de una calidad muy alta, con una banda que creaba un sonido particular y sobretodo, porqué era liderada por un guitarrista y cantante de gigantesco talento, Mark Knopfler. Y es que si bien no sólo se le puede dar a él todo el mérito de las texturas sonoras de la banda, él era el Leónidas de este grupo de espartanos de Deptford (Londres).

domingo, 9 de octubre de 2016

Crítica: Screaming for Vengeance de Judas Priest (1982)

Hay momentos clave en las carreras de los grandes artistas de nuestra historia, momentos que determinan su evolución a nivel creativo y muchas veces al mismo tiempo, su cambio de reputación, sea para mejor o peor. En la carrera de Judas Priest, una banda tan talentosa y crucial dentro del mundo del heavy, casi cualquier disco que sacaban entre finales de los 70 y a lo largo de los 80 era una piedra de toque que merecía tener en cuenta. Pero si queremos fijarnos en un disco que les trastocó su realidad a nivel internacional, sólo hace falta poner la mirada en Screaming for Vengeance.

Los años 80 fueron la era clásica de este género y claramente este fue uno de los discos culpables del aumento de popularidad del género. Si nos ponemos en contexto, podemos ver como por esa época ya se estaban consolidando casi todos los ingredientes distintivos de este periodo del metal: aparición de la Nueva Ola del Heavy Metal Británico (Iron Maiden, Saxon, Tygers of Pan Tang), clímax artístico del cantante Ronnie James Dio (Rainbow, Black Sabbath, Dio), Motörhead triunfa y ayuda a la aparición del posterior thrash junto a Venom o por poner un último ejemplo, el inicio de la carrera en solitario de Ozzy Osbourne (hacia 1980). Pero Judas que se había cargado orgullosamente la mochila del metal durante la segunda mitad de los 70 quería y merecía algo más que la popularidad que le habían dado discos como el excelso British Steel (1980) o el nada despreciable pero fallido intento de Point of Entry (1981).



Habían traído el cuero y las tachuelas al mundo del metal, habían hecho más contundente y metalizado el sonido del género y su frustración por no haber conseguido más reconocimiento con su disco anterior acercándose al hard rock (exigencias de la discográfica), les hizo más radicales respecto a como querían que fuera el sonido de la música que amaban. Por eso se metieron en el estudio que tenían en Ibiza y se pusieron a trabajar en un disco que buscaría los sonidos épicos por un lado y por otro tomar la esencia de los hits más pegadizos que habían hecho para insuflarle una energía renovada. Claro, digamos que para ellos su punto de referencia principal fue como dejaron el sonido en British Steel para dotarle de más contundencia. Pero no podemos negar que en Point of Entry ya se había empezado a mostrar el nuevo sonido de Judas con una canción tan increíble como Solar Angels

jueves, 6 de octubre de 2016

Crítica: Pearl de Janis Joplin and The Full Tilt Boogie Band (1971)

Últimas páginas de una historia agridulce

Hacia 1970 Janis Joplin era una mujer con una realidad bastante dividida. Por un lado había encontrado felicidad y estabilidad en la nueva banda que había montado, la Full Tilt Boogie Band. Por otro lado, en lo emocional su vida eran constantes idas y vueltas que afectaban a su estado de ánimo. Si había logrado dejar la heroína en un cierto momento de su vida, digamos que en secreto de muchas de sus personas cercanas, ella volvió a ellas como una forma de recreo y a veces de consuelo. Hoy veremos a través de esta crítica el valor de una obra que desafortunadamente quedó truncada por el doble juego que se llevaba esta talentosísima cantante de Texas.


Pero no seamos tan dramáticos de entrada y dejemos espacio a que por ahora nuestra mente se sitúe a lo que nos interesa por aquí. Con el proyecto de Pearl, Joplin se encontraba elaborando el que era su segundo disco en solitario de estudio después de haber estado en el grupo Big Brother & the Holding Company para un par de discos. Su primer trabajo en solitario, I Got Them Ol' Kozmic Blues Again Mama! (1969) en el que ella buscaba aún un equilibrio entre la psicodelia y el blues dominante en sus años, era un buen disco que con una Janis más confiada en su banda, tal vez habría brillado más. Pero cuando reunió a la Full Tilt, fue cuando encontró su sitió y una química muy especial con los músicos. John Till en la guitarra, Richard Bell en el piano, Ken Pearson en el organo, Brad Campbell en el bajo y Clark Pierson en la batería; eran su dream team con el que todo surgía de una forma mucha más espontanea. A parte si te haces con un productor como Paul A. Rothchild que ha trabajado con bandas como The Doors, se aseguraban una calidad de registro y montaje de esas sesiones de alta calidad.


martes, 4 de octubre de 2016

Crítica: Calm Before the Storm de Venom (1987)

Aunque nunca ha sido una de mis bandas favoritas de metal, Venom es de aquellas formaciones que me miro con admiración por el legado que han dejado al heavy metal y más concretamente al thrash y black metal. Su sonido extremadamente guarro y denso perpetró unos discos entre 1981 y 1985 que eran vitales y la quintaesencia de su sonido. Pero la que era su alineación más clásica: Cronos (Conrad Lant, bajista y cantante), Mantas (Jeffrey Dunn, guitarrista) y Abaddon (Anthony Bray, batería); quedo bastante tocada cuando Mantas decidiría marchar en 1986 para empezar su carrera en solitario. Cronos decidiría situarse más líder si cabe de la banda para preparar un disco que en un inicio se iba a llamar Deadline (cuando aún estaba la formación clásica) pero que al final tomó el nombre que hoy vislumbramos.

Para resolver la parte de guitarra, contrataron a un par de guitarristas bastante bien resueltos, James Clare y Mike "Mykus" Hickey y se pusieron manos a la obra con un disco que les llevaría a un salto evolutivo a nivel sonoro, tanto por calidad de la grabación, como por estilo. Hasta el momento ellos habían representado una de las semillas del metal extremo por la temática ocultista y satánica de las canciones, eso si, sin llegar al nivel de seriedad por el tema que transmitieron otras bandas. Su último disco, Possessed (1985), marcaba un sendero bastante agrio a nivel compositivo, no porque la música fuera mala, al contrario, sino porque se había logrado transmitir un aura muy perversa a través de sus melodías. Claro, por entonces muchos seguidores de la banda esperaban que el siguiente disco mantuviera esta dirección, pero como os he advertido antes, la alineación de la banda estaba en pleno cambio y eso supuso mucho más de lo que los seguidores querían y no siempre en el buen sentido.


domingo, 2 de octubre de 2016

Crítica: Meddle de Pink Floyd (1971)

A veces con los amigos surgen oportunidades fantásticas para rememorar discos que de corazón nos parecen buenos. Aprovechando esas ocasiones, mientras ponemos la oreja atenta a la buena música pues cogemos nuestra calculadora del móvil y puntuamos juntos. Pero no por cualquier cosa nos animamos, sino porque con la feria del vinilo de Barcelona y con unos forofos con nosotros, cualquier reliquia encontrada en ella luego pasa la prueba del algodón. Tal vez la crítica que tomamos con más ilusión y conocimiento de causa fue la de este disco, Meddle.  Y es que aún me regocijo al ver este logo tan chocolatástico que pone "The Pink Floyd" con un acto de solemnidad muy típico de las ediciones en vinilo españolas, en una portada que básicamente muestra una concha de oreja inclinada y ampliada para que parezca un motivo abstracto. Maravilloso.

Pero este disco no sólo me hace pensar en un sencillo pero inolvidable rato con mis amigos, sino que al mismo tiempo lo relaciono con un momento trascendental de una de las mejores bandas de la historia. Para ser precisos, el momento en el que (como hablaba con mis nocturnos acompañantes) la banda acabó de perfeccionar su sonido y estilo distintivo. Si miramos justo a sus precedentes, a Atom Heart Mother (1970), ya nos encontramos a la banda sacando en la suite de ese disco la base del sonido del Floyd de los años 70, configurando una obra notable y sólida pero no tan sorprendente como sus obras mayores. Eso si, en enero de 1971 empezarían a trabajar en un proyecto que les llevaría unos 8 meses y que les haría trabajar a fondo en una obra con unas aspiraciones mucho más altas. Al llegar octubre de 1971, salía a la venta este disco mostrando una banda cambiada, sorprendente, madura...


Y es que tengamos en cuenta que la carrera de la banda en el periodo que va después de la publicación de su primer disco y en realidad primera gran obra, The Piper at the Gates of Dawn (1967) y lo que hoy vemos había resultado ser una marea desigual en la que a ratos se sentían bien y a ratos salían sus miedos, intentando despegarse de la sobra del ya lejano Syd Barrett. Ese desapego iría llegando a medida que apartaban la psicodelia de su fórmula y pasaban a un estilo más simfónico. Igualmente, David Gilmour había implementado un estilo ligado al blues y folk que ayudaría a hacer la transición hacia la nueva banda que estaban destinados a ser. Era tiempo de experimentación y eso se puede ver con las canciones...

viernes, 30 de septiembre de 2016

Crítica: Reggatta de Blanc de The Police (1979)

Si The Police se ha convertido en una de esas formaciones legendarias por las que la gente pagaría por resucitarla en cada momento es por una razón muy simple, hacer en poco tiempo y pocos discos, siempre movimientos acertados. Pero a parte tenemos que entender que con ellos hubo la mejor transición posible entre la música de los 70 y los 80; esa curva que abarca el punk o el reggae que había triunfado durante la década que cerraban y abriendo paso a ese new wave y post-punk que definiría las primeras gateadas de los 80.

Es importante recalcar también que no estamos ante una banda de amigos de escuela que formaran su grupo desde niños, sinó tres músicos ingleses que ya hacían sus pequeñas giras con bandas del momento. Sting y Stewart Copeland se conocieron cuando sus respectivas bandas (Last Exit y Curved Air) se toparon en algunos conciertos. Se intercambiaron sus teléfonos y se pusieron a practicar juntos, viendo que había una química musical realmente buena. Sting, siendo bajista y Copeland en los parches, querían a un guitarrista que pudiera consolidar el sonido punk/new wave que querían elaborar, contratando a Henry Padovani hacia 1977. Pero al poco tiempo conocieron a Andy Summers, guitarrista del proyecto Strontium 90, al que se unieron temporalmente. Aunque Summers era un hombre entrado en los 30 y los otros dos eran unos veinteañeros de toma y loma, se entendieron rápidamente, dejándose llevar por la ambición musical de Sting.


En 1978, sacando al mercado Outlandos d'Amour, lograron entrar en posiciones realmente altas de las listas tanto inglesa como de Estados Unidos. Singles como Roxanne, So Lonely o Can't Stand Losing You resaltaron la formula musical de este trio, allanándoles el terreno para hacer el siguiente disco. Por eso, con todo el relax del mundo fueron a ensayar y dejar fluir nuevas ideas para su siguiente obra. Pero siendo claros, si en el anterior disco Sting andaba inspiradísimo a nivel musical, en este caso necesitó un poco más de ayuda de Copeland y Summers. Llegaron a usar ideas del pasado para dar forma al disco, incluso modificando sustancialmente canciones de cuando estaban en Last Exit o Curved Air para resolver la papeleta. Esto mezclado con algunas nuevas canciones que muy paulatinamente fueron surgiendo durante las 4 semanas de grabación del disco, conforman el conjunto que hoy analizaremos.

miércoles, 28 de septiembre de 2016

Crítica: Reign in Blood de Slayer (1986)

1986 fue uno de los años más trascendentales de la historia del heavy metal; apareciendo algunos de sus mejores discos. Por aquel entonces, dos corrientes lideraban el género: el thrash y el glam. Tanto una vertiente como la otra nos regalaban discos muy importantes que iban destinados a dos tipos de personas muy diferentes. El glam o hair metal, surgía de los sonidos elaborados por Van Halen o Aerosmith, mezclados con elementos del pop más edulcorado, siendo un "metal" para las masas (aunque se discute aún si le podemos llamar metal o tipo de hard rock). Nombres como Motley Crüe, Poison o los primeros Bon Jovi iban muy atados a este estilo, aunque luego se expandiría todo mucho más allá de sus fronteras originales en Los Angeles.

Pero totalmente contrarios a este estilo se encontraban las bandas de thrash metal como Metallica, Megadeth, Anthrax o Death Angel (como primera generación del mismo). Evolucionando de los sonidos del speed metal de bandas como Mötorhead, Accept y de las influencias del metal inglés (Iron Maiden, Judas Priest, Saxon) y el punk, eran bandas veloces, furiosas y sin los toques pop y románticos del glam. Músicos de poca guapura y como mucho, con maquillaje para hacerse los chungos. Pero entre todos ellos hubo una banda que se tomó muy a pecho lo de acojonar y ser feroz, Slayer. Herederos de Venom en terrenos americanos, era la banda de thrash que más se quedaba en la barrera entre lo rápido y el metal extremo. En 1983, sacaban su primer disco, Show No Mercy que igual que Kill 'Em All de Metallica era una forma muy llamativa de decir que el mundo se tenía que fijar en ellos, que querían ser un nuevo referente.


lunes, 26 de septiembre de 2016

Crítica: NunSexMonkRock de Nina Hagen (1982)

Debo decir que hace poco un buen amigo me abrió las puertas hacia una de las artistas más experimentales del mundo del rock. Al principio sentía reservas hacia ella debido a su forma de presentarse en sociedad. Pero a medida que han pasado los meses desde aquel primer encuentro formal con su música, mi admiración ha ido creciendo a medida que he ido descubriendo su discografía. Y es que encasillarla en un estilo sería una tontería bastante grande ya que la variedad tiene tanta importancia en su vida como su necesidad de reivindicarse. Eso da como resultado que sus primeros y más valiosos discos sean metaversos independientes el uno del otro, en los que se ve el crecimiento personal de una Nina Hagen que pasa de ser una jovenzuela punkarra con una banda a una madre que empieza a valorar el mundo místico y extrasensorial.

En este caso vamos a ir a lo último, con tal vez el disco más experimental de la carrera de Hagen, pero antes demos un poco de contexto. Hacia 1980, la cantante y compositora ya estaba haciendo una nueva formación de músicos dejando atrás la conocida como Nina Hagen Band. Pero mientras estaba preparando una gira por Estados Unidos se percató que estaba embarazada y tubo que suspender todo el proceso. Al poco de saber de su embarazo, rompió con el padre de la futura Cosma Shiva, Ferdi Karmelk, con el que había estado preparando buena parte de las nuevas canciones que presentaría en su ya tercer disco. Podemos decir que al mismo tiempo que resultaba convulso este tiempo para Hagen a nivel emocional, era renovador y le abría esperanzas e incertidumbres por el nacimiento de su primera hija.


viernes, 23 de septiembre de 2016

Crítica: Blackstar de David Bowie (2016)

Hay personas que han nacido con una estrella en esta vida para brillar incluso cuando están a un pie de dejar este mundo. David Bowie, está destinado a pasar a la historia como uno de estos, que igual que un Beethoven o Mozart, ha marcado una época de la música y ha sobrevivido a sus ires y venires. Pero al mismo tiempo y lo queramos o no, nos topamos con una persona que como tu o como yo pues le daba vueltas a la cabeza por sus problemas vitales y que viendo que le quedaba poco en nuestro plano decidió planificar una obra musical que reflexionara en buena parte sobre lo que se le venía encima, la muerte.

Haciendo un poco de recopilatorio de todo lo que he podido escuchar de Bowie, su música ha pasado de la rebeldia del folk y el glam de principios de los 70 (Hunky Dory, Ziggy Stardust, Aladdin Sane) a la experimentación en la segunda mitad de la década, como si estuviera buscando a ese misterioso "yo interior" que todos tenemos (Station to StationLow, Heroes, Lodger, Scary Mosters). Luego, algo le hizo chocar después de tanta exploración, como si se hubiera encontrado con alguna entidad que lo ahuyentó e hizo que se fuera a la música más pop rock de los 80 (Let's Dance, Tonight). Pero al llegar los 90 casi no se notaba a ese Bowie tan rompedor de dos décadas atrás e iba sacando discos que a ratos llenaban (Earthling) y a ratos dejaban con una mueca de pocos amigos (Black Tie White Noise). Toda esta divagación intentando reencontrarse duró hasta principios del nuevo milenio, cuando Bowie hizo un largo parón para reflexionar tras el disco Reality (2003).

miércoles, 21 de septiembre de 2016

Crítica: Kaya de Bob Marley and the Wailers (1978)

Ya hace 35 años que no contamos con la presencia de la cara más reconocible de la música reggae a nivel internacional y evidentemente, en algún momento era importante hacer alguna valoración sobre su obra, ya que su legado sigue muy presente en las generaciones actuales, aunque ya no con el mismo espiritu. El mundo se ha vuelto más frívolo y se ha dejado contagiar tontamente por el postureo, dejándonos desorientados de como conseguir la auténtica felicidad. 
 
Por eso hoy os traigo un disco que despunta un sentimiento algo más auténtico, una busqueda de la paz y la felicidad que coincidiría en su momento con los intentos de Marley de poder volver a Jamaica y pacificar la situación política del país.

A través del concierto One Love Peace Concert, Marley quería conciliar a los partidos nacionales de Jamaica: PNP (Partido Nacional del Pueblo, liberal socialista) con el JLP (Partido Laborista de Jamaica, conservador). Igualmente el disco tenía que servir de catalizador mundial de los valores rastafari del artista, unido a la importancia del kaya (la marihuana) para su religión. Con esa meta en mente, parecía que quería dejar un poco la política de lado en su mensaje para unir canciones nuevas y viejas de su catálogo de forma remozada para expresar sus emociones mas tranquilas. 

Y es que si bien Marley en ciertos ámbitos como el sentimental no es que precisamente pudiera ejercer de ejemplo, si que su estilo de vida fuera de eso mostraba una búsqueda del equilibrio cuerpo/mente y de esas energías el se valía para su obra. Aunque curiosamente ese equilibrio lo perdería durante el periodo de Kaya, cuando tendría un accidente jugando a fútbol con unos periodistas. Uno le pisaría el dedo gordo del pie haciéndole grandes daños y generándose un melanoma maligno.


Curiosamente, eso no lo pararía y Marley después de unos tratamientos de prevención seguiría adelante con la gira de este disco, cosa que con los años demostró que no era lo más prudente para su salud, pero eso ya os lo contaré en otra ocasión. Y es que si nos centramos en el trabajo que tenemos entre manos, nos llegan ecos de unos tiempos pasados de Marley (1971-1973) en los que él y los Wailers estaban trabajando en discos como Soul Revolution Part II o African Herbsman

Pero también nos encontramos con nuevos temas que entrarían dentro de sus grandes hits. Al mismo tiempo, debemos unificar mentalmente lo que veremos de este disco con su disco anterior, Exodus (1977) que lo había alzado al estrellato poco antes a nivel internacional. En los dos discos se unían presente y pasado (con un buen lavado de cara) para generar la fórmula del éxito.

lunes, 19 de septiembre de 2016

Crítica: Every Open Eye de CHVRCHES (2015)

Estamos en una época en la que bajo la electrónica, muchas bandas esconden su falta de sustancia o pasión. Y por mucho que lo quieran esconder al final se descubre antes a un mentiroso que a un cojo. Pero afortunadamente, hay bandas que han sabido usar el synthpop como un medio para dar una paleta de colores muy especial a su música. En la isla de Gran Bretaña y sacando del radar la inglesa ciudad de Londres nos encontramos las tierras escocesas de Glasgow, donde una banda de este género ha sabido captar mi atención. 

Y es que Chvrches es de esa bandas que han sabido beber de las fuentes adecuadas, teniendo de referentes a bandas y artistas como Eurythmics, Prince, Madonna, Cyndi Lauper. Depeche Mode o Whitney Houston. Al mismo tiempo, ellos tienen una identidad que fuertemente remarcan haciendo que todo lo que ellos han visto de bueno en sus maestro lo adapten a su fórmula y no al revés.


Lauren Mayberry, Iain Cook y Martin Doherty ya sorprendieron a la crítica con su anterior disco, The Bones of What You Believe (2013) dejando un buen sabor de boca y a la espera de más. Desafortunadamente, la banda no empezó a formar parte de mi ecosistema musical hasta la aparición del disco que hoy vemos, que poco a poco se fue trabajando junto a su antecesor la opinión que hoy tengo sobre la banda. 

El sistema de grabación de los dos discos me parece de lo más interesante, ya que estos fueron elaborados en un sótano que Cook consiguió y en el que estan los Alucard Studios donde por cuatro chavos podían producir sin preocuparse en exceso del dinero. Durante el proceso se grabaron 21 canciones quedando 11 de ellas para el disco, buscando que en el disco se percibiera la espontaneidad del proceso en el que no buscaron ningún músico extra para reforzar la idea de banda.

viernes, 16 de septiembre de 2016

Crítica: Diamonds and Pearls de Prince (1991)

Dos de las figuras más camaleónicas de la música de los últimos 50 años nos han dejado no hace mucho. Primero David Bowie, un avanguardista dentro de la música popular que supo entender el sentir de diferentes décadas en lo que a estilos se refiere y destacando claramente a finales de los 60, todos los 70, 80 y los últimos 5 años. El otro grande, Prince. Y es que Prince Rogers Nelson, cumple el mismo rol que Bowie dentro de la música negra de los últimos casi 40 años, llegando a colarse entre lo mejor de la música popular y disputándose contra titanes como Michael Jackson, Madonna o Phil Collins, por poner algunos ejemplos.

Pero es curioso como si bien se han mitificado muchos de los discos de los años 80 de Prince (o cualquiera de sus tropocientas nomenclaturas); los 90 fueron una época valiosísima para este artista, pero de la que no se realizan rediciones discográficas como se precisaría, llegando a valer algunas de sus obras en vinilo incluso centenares de euros. Hoy trataremos el disco que empieza la traca buena que el músico de Minneapolis hizo a principios de los 90. Y debemos entender que alrededor de este disco se presentaba un panorama musical en plena evolución y en el que se daba mucha importancia a la música alternativo y a los estilos callejeros (rap, hip-hop) o que hasta el momento eran de las subculturas (grunge).

En ese momento de transición, Prince decidió crear una nueva formación de músicos con la que se rodearía la New Power Generation y de la que ya daría alerta en su anterior disco Graffiti Bridge (1990). El cantante y multiinstrumentista, ya llevaba algunos discos trabajando en sonoridades muy ligadas a lo urbano, creando un cocktail que ya estaba refinando desde los tiempos del Sign o' the Times (1987). Por el otro lado su competidor más directo, Michael Jackson, sacaría poco más de un mes más tarde su disco Dangerous (1991), que confirmaría por parte del artista más comercial de su tiempo el nuevo rumbo de los hits musicales. Entonces se nos presenta conveniente repasar ágilmente este disco para ver a través de sus canciones esta capacidad de transformación musical que Prince poseía.

jueves, 15 de septiembre de 2016

Crítica: Don't Break the Oath de Mercyful Fate (1984)

Hay discos de metal de gran calidad que van saliendo constantemente, discos que siempre se nombran como referente de otras bandas posteriores o discos que suponen una evolución. Pero hay obras que a nivel personal de cada uno de nosotros, nos cambian nuestra forma de valorar la música. En mi caso, existe una banda que ha sabido crear en mi mente una referencia de lo que es la calidad con mayúsculas en el metal y es Mercyful Fate. Y es que no es por cualquier absurdo o banalidad que lo veo así, sino porque sus discos transmiten genialidad, variedad y trabajo duro por los cuatro costados. Sin duda, hay discos mejores y peores en su discografía pero ninguno de ellos sabe bajar de lo destacable en calidad. Desafortunadamente, no siempre la calidad repercute en el nivel de fama, ya que estos daneses han tenido un crecimiento de su fama muy paulatino a lo largo de las décadas y desde que en 1982 publicaran su primer, homónimo y excelente EP.

Su alineación principal, por lo menos la de la época de los 80 se puede considerar como un grupo de virtuosos, con un sonido muy particular, pero que eran en buena parte unos desconocidos. Primero, King Diamond (Kim Bendix Petersen), un cantante muy poco convencional y con unos tonos rudos y falsettos que lo elevan entre la flor y nata del mundo del metal. Diamond sería el artífice del aumento de popularidad de Mercyful incluso cuando la banda no estaba en circulación, a través de su carrera en "solitario". En segundo lugar, tenemos a la dupla de guitarristas que muchas de las bandas de metal clásico han tenido. En este caso Hank Shermann (René Krolmark) y Michael Denner, que demuestran ser dos artistas muy congeniados a nivel compositivo y que su distintiva sonoridad los elevarían como referentes del black metal. Timi "Grabber" Hansen era el bajista de la formación y dotaba de un enorme groove y empaque tanto guitarras como batería. Finalmente Kim Ruzz, baterista que con increíble buen gusto daba muy buena sincopa a la música. Muchos seguidores de la banda hacen referencia a una cierta perdida de la esencia de la banda cuando este artífice de los parches ya no estuvo entre las filas de la banda.

miércoles, 14 de septiembre de 2016

Crítica: Emotion Side B de Carly Rae Jepsen (2016)

El año pasado me sorprendí muy gratamente del disco publicado por Carly Rae Jepsen, E·MO·TION. Una artista de la que no me esperaba nada más que pop chicle (pop comercial para adolescentes y sin mucha calidad), apareció con uno de los discos de pop/synthpop que más disfruté el año pasado junto al disco de CHVRCHES, banda de la que hablaré muy pronto. Un disco que visto aún desde la cercanía, sabía trasladar el aroma de los años 80 sin dejar de sonar moderno y con ideas muy frescas. De alguna forma se podía sentir que la época del Hi-NRG había vuelto (estilo de música pop basado en la motivación, el baile y el ritmo divertido). Por eso al enterarme de que la artista ha publicado un EP de canciones descartadas del disco, pensé que era hora de darle una nueva oportunidad.

¿La New Retro Wave?

Pero es importante tener en cuenta que Jepsen sabe hacer que su música no sea una mera imitación de unas formas clásicas, sino unos principios bien aplicados a la identidad musical del ahora. Hay un portal dentro del mundillo bandcamp que se llama New Retro Wave Records, discográfica que promueve artistas con el sonido ochentero en la actualidad y que nos serviría para poner nombre a esta nueva corriente de synthpop que resurge. Lo que ocurre es que esta new retro wave, tiene dos vertientes, la modernizada que aplica Jepsen o CHVRCHES y luego otra tendencia más purista que siguen bandas como Miami Nights 1984 o OGRE, en la que se emulan casi clavados los sonidos y melodías de hace ya 30-35 años. Es curioso como generaciones de veinteañeros, volvemos a recorrer el mismo camino que nuestros padres con la misma edad.



Lo que debemos reflexionar en este caso es, que nos parece más adecuado: ¿Hacer réplicas de Ford Sierra Cosworth como en los 80 o crear nuevos modelos de coche que hagan homenaje sin perder nuestra identidad contemporánea?. Es un tema y pregunta que me viene muy en mente debido a que mucha gente se está quejando de una falta increible de creatividad en nuestros tiempos y al constante rescate de las viejas glorias para mantener vivo el arte. Pero muchos afirmamos que es muy, muy difícil hacer algo totalmente nuevo y que lo normal (y no por eso negativo) es aquellos que toman sus referentes y los saben conjugar con su espiritu musical, generando una evolución, es decir, un arte que va en círculos ascendentes a lo largo de la historia. Con esta premisa fijémonos ágilmente en este disco...

martes, 13 de septiembre de 2016

Crítica clásica: Load de Metallica (1996)

Se cumplen 20 años de uno de los discos más controvertidos de banda de metal alguna. Y es que la posición de Metallica dentro del género era tan relevante hasta ese momento, que cada movimiento que la banda hiciese discográficamente era tomado muy en serio por la comunidad musical. Si bien con el álbum Metallica o Black Album (1991) se ponía un broche de oro a la época más brillante de esta banda, al mismo tiempo, se estaba dando paso a una nueva sonoridad más apegada a los años 90. Bob Rock, productor del álbum de ventas multimillonarias empujó a la banda liderada por Hetfield y Ulrich a rebajar la velocidad y trabajar en la contundencia. Si el resultado son canciones de gran factura como: Enter Sandman, Sad But True, Wherever I May Roam o Of Wolf and Man; pues podemos dar el experimento por un innegable éxito.

Pero ¿que ocurre cuando te relajas en los laureles? Pues que puedes pasar de liderar un cambio a simplemente dejarte llevar por las tendencias o finalmente, trabajar a rebufo de las mismas. 5 años sin sacar un disco para una banda como Metallica tenía que pasar necesariamente factura y además si como dirían los ingleses, haces un "twist" muy grave en el sonido reconocible de la banda, se pierde un poco de identidad y al mismo tiempo, a mucha gente que le enamoró ese carácter tan frontal, contundente y feroz de los primeros discos de la banda. Aún con esas premisas, no se puede negar que estamos ante unos compositores de buen nivel y sobretodo gracias al mínimo de calidad y carácter que ofrece James Hetfield a sus melodías. Es por eso necesario entender las dos facetas que aguardan al oyente ante este disco, destinado a ser en principio una obra doble junto a su hermano Reload (1997).

martes, 31 de mayo de 2016

Crítica clásica: Clutching at Straws de Marillion (1987)

Tras probar las mieles del éxito con su tercer álbum, Misplaced Childhood (1985) y hacer una gira que los consolidaría como banda; Marillion se puso manos a la obra con su siguiente disco. Pero fruto de vivir el momento, Fish (cantante) decidió enfocar su disco en uno de esos males que le frecuentaba, el alcohol. Por esa razón se dejaron atrás las evocaciones a la niñez y el primer amor, para entrar en las reflexiones de un hombre con una vida formada, pero que parecía que la mandaba al garete por sus traumas y adicciones. En la portada del disco, se nos hace referencia a diversos artistas que también sufrieron de este problema, pero al mismo tiempo, ciertos personajes que Fish tomaba como modelos de persona: Robert Bruns, Truman Capote, John Lennon, James Dean o Lenny Bruce. Una portada que supuso un trabajo muy importante para Mark Wilkinson (que haría portadas también de Judas Priest o Iron Maiden) y que no pudo resolver como él deseaba.

Y es que me genera curiosidad como un disco de tal calibre, nació de un ambiente de tal insatisfacción, de trabajo a medias y con el tiempo, de despedida. Pero sin adelantarnos a los acontecimientos, nos centramos en el hecho de que Marillion, la banda de música progresiva más importante de los 80 estaba sacando su "cuarta opus" y las expectativas estaban muy altas. Sólo un spoiler: No fallaron. Y es que los que amamos la música progresiva debemos entender que si bien en los 70 varias bandas cargaban el peso de este género, Marillion en los 80 se encontraba solo como abanderado y cada disco era crucial para conservar la relevancia del mismo. Existían otras bandas como Pendragon sacando obras estupendas como The Jewel (1985), Rush seguía teniendo matices progresivos, pero con Hold Your Fire (1987) estaban más enfrascados en crear música rockera pero accesible. Queensrÿche y Maiden estaban poniendo la semilla del progresivo de la siguiente década, pero de nuevo, Marillion era quien aseguraba el "presente" de esta música en los años 80.

domingo, 29 de mayo de 2016

Crítica clásica: Breakfast in America de Supertramp (1979)

El corazón me sigue dando un bote en cada ocasión que le dedico un poco de tiempo a este disco. Breakfast in America, podría decir que ha formado parte de la banda sonora de mi vida y guardo una relación muy especial con él, como ese hombro en el que apoyarme cuando necesito vitaminas de las más efectivas. Pero sería estúpido pensar que soy el único de estos lares que ha vivido grandes experiencias junto a estos poco más de tres cuartos de hora de música, por eso, hoy me quiero parar a analizar la calidad de su contenido y la enorme influencia de con seguridad, uno de los mejores discos que se concibieron en la década de los 70 y que paradójicamente venía a renovar el sonido de una época que en buena parte ya se estaba terminando. Hace más de un año, analizamos la última gran obra de esta banda, pero en esta ocasión dejaremos espacio a lo que fue la cúspide comercial de probablemente una de las mejores formaciones musicales de todos los tiempos.

Roger Hodgson y Rick Davies eran el motor de la banda y aunque claramente habían roces, decidieron compactarse como músicos para hacer florecer un nuevo disco, tras el estupendo Even in the Quietest Moments (1977). De alguna forma, este nuevo proyecto que en principio se tenia que llamar Hello Stranger!, debía servir como un disco donde canalizar musicalmente las formas diferentes de enfocar su realidad y las tensiones que existían entre los dos compositores. Pero a medida que la composición del disco avanzaba, Roger Hodgson quiso reconducir a Rick Davies a un lado un tanto más dulzón y pop, dentro de lo progresivas que eran sus composiciones. La banda tenía que ir convenciendo a Davies de que se enfocara en un sonido más pop, más divertido y asequible. Por el papel que jugaba en la banda, se puede entender que quien también daría un cierto apoyo a este sonido más alegre del disco, sería el John Helliwell (saxofonista) debido a su carácter alegre y en buena parte pacificador.

viernes, 27 de mayo de 2016

Crítica clásica: Somewhere in Time de Iron Maiden (1986)

Tras un momento de gira larguísima, ligada a la publicación del disco Powerslave (1984), Iron Maiden necesitaba de un receso que le permitiera plantear el siguiente disco de estudio con el que se iban a enfrascar. Cabe decir que no todo el mundo andaba igual de inspirado para la composición del siguiente disco, por esa razón Adrian Smith (guitarrista) y Steve Harris (bajista) fueron los que más cargaron con la mochila del que iba a ser el Somewhere in Time (1986). Además, los tiempos se modernizaban y si Bruce Dickinson diría en una conversación con un fan que: "El metal jamás podría tener sintetizadores"; la cruda realidad se toparía con él a la hora de realizar este disco.

Dickinson no iba carente de ideas para el disco, el problema para el resto de compañeros de formación es que buscaba un giro de tuerca muy duro que los tenía que llevar a un estilo cercano a Jethro Tull. Pero si bien no pudo acabar de conectar compositivamente con el disco, si que este, tomaría una faceta realmente progresiva, como el propio Dickinson planteaba a través de melodías más acústicas. Aunque otras bandas ya habían trabajado en el metal progresivo (Black Sabbath o Mercyful Fate), el disco que tenemos entre manos logra tomar una sonoridad accesible, sin dejar de sonar avanguardista; original, sin dejar de ser el sonido conocido de Iron Maiden. Si vamos desgranando el disco en las próximas líneas, nos percataremos de ciertos elementos de evolución, que incluso la propia banda creo que no ha sabido dar suficiente valor.

martes, 24 de mayo de 2016

Crítica: SkyBreak de Zo! (2016)

Hoy ponemos bajo la lupa un disco actual no muy conocido, pero que nos sirve para entrar en sonoridades no tan habituales en este rincón de internet. Para mucha gente tampoco dice mucho el nombre de la banda, que tampoco es conocido por nuestras tierras, pero eso no quita que detrás haya una carrera musical con unas cuantas creaciones musicales en forma de disco. Y aunque nos podríamos remontar a mediados de la década pasada para ver los inicios, es mejor que nos centremos por un momento en el último disco de estudio realizado, ManMade (2013). Y lo que llama poderosamente la atención es el sonido R&B y toques de funk y electrónica negra de gran elegancia que comprenden sus temas. Lo estupendo, es que a diferencia de gran número de artistas actuales, sabe tener el sonido límpio de la actualidad sin que el contenido resulte soso o falto de espiritu, por lo tanto, la escucha de SkyBreak me resulta esperanzadora, viendo su precedente inmediato.

Nos adentramos directamente en el disco con el primer tema Lake Erie, que va sustentado por un tranquilo y bello piano que hace unas escaleras muy agradables que relajan y dan ritmo a la vez que delicadez. La voz de Sy Smith acompaña genial y ya de primeras siento lo mismo que con el disco anterior; un sonido muy moderno pero lleno de alma y capacidad de cautivar. Con Starlight, segunda canción, pasamos a un sonido funk/disco con electrónica que hace gala de una sutileza que lo aleja de la fanfarria de la época dorada del género en los 70 y 80, pero que por otro lado habla mucho del sonido actual de la buena música. Y es que haciendo referencia a unas declaraciones de Brian May en una entrevista de la publicación de The Miracle de Queen, es importante hacer música que cuente con el factor humano, más que con la simple electrónica. Tanto por las guitarras como por el notorio ritmo marcado por el bajo y la batería, siento viva la música.


Packing for Chicago, hace gala de un ritmo pegadizo, muy bien adornado por un bajo juguetón. Es de ese tipo de composiciones que aunque emanan tranquilidad, tienen una base movida que hace que no estemos ante la típica música de la que sudamos mientras suena. Se percibe vidilla sin caer en una rave desenfrenada. De alguna, podemos sentir una influencia del acid jazz en este tema o en el siguiente, I Don't Mind. El sonido tan pulido del jazz, hace que este disco tome una sensación cálida y al mismo tiempo que permite captar los matices de las notas. La incursión de elementos de hip-hop se incorporan de una forma muy natural y toda esta música de esencia claramente negra gana al dejarla como un diamante pulido sonoramente. Me recuerda un poco a esas melodías de jazz moderno tranquilo que en ocasiones ambientaban los juegos de conducción de los años 90, como Ridge Racer Type 4.

lunes, 23 de mayo de 2016

Crítica clásica: Garbage de Garbage (1995)

A mediados de los años 90, ya con el Grunge pegando sus últimos coletazos, empezó toda una corriente de música alternativa a dar sus retoños como resultado de todo lo sucedido en los años inmediatamente anteriores. Bandas como Nirvana, habían ayudado a que la música que en principio se preveía que fuera para un nicho cerrado, tomara las masas y por esa razón muchas bandas que rompían con el sonido tradicional se atrevieron a dar un paso adelante. Al mismo tiempo, muchos de los participes del Grunge ya con sus bandas disueltas o con ideas nuevas en mente, decidieron emprender proyectos que sucedieran a trabajos anteriores. Todo el mundo conoce el caso paradigmático de Dave Grohl montando a Foo Fighters a mediados de los 90, pero hoy prefiero pararme en el nuevo sonido que preparaba el productor del archiconocido Nevermind (1991) de Nirvana, Butch Vig.

Vig era y es todo un visionario en esto de captar tendencias y saber llevar sonidos novedosos que puedan atraer a grandes grupos de gente. Por decirlo de una forma clara, el sonido que buscaba junto a sus amigos Steve Marker y Duke Erikson era de los que creaba tendencia, pero claro, se encontraban con la disyuntiva de quien iba a ser la voz cantante de una banda que fusionaria rock, dance y toques de chill-out (vamos como The Stone Roses o Happy Mondays, pero con un sonido de más pegada). Un dia de forma desprevenida, Steve Marker (guitarrista) estaba mirando la televisión a las tantas de la madrugada, cuando se encontró con la respuesta a sus dudas. Al ver un videoclip de una banda llamada Anglefish, se percató que la voz de la cantante de la banda le resultaba realmente buena y esa era Shirley Manson. Los tres miembros del proyecto Garbage, la llamaron y viajaron de Estados Unidos a Londres, para ver que tal era la química entre ellos. El encuentro no podía haber ido mejor, no sólo la cantante era buena, sino que coincidía en gustos musicales con el resto de la banda y se sentía ilusionada por tirar adelante el tipo de música que le propusieron.

domingo, 22 de mayo de 2016

Crítica clásica: Bark at the Moon de Ozzy Osbourne (1983)

1983 fue un año muy importante para el Heavy Metal. Todo un conjunto de bandas despuntaron sacando discos excelsos dentro de este género: Kill 'Em All de Metallica, Piece of Mind de Iron Maiden, Victims of the Future de Gary Moore, Melissa de Mercyful Fate, Balls to the Wall de Accept, Holy Diver de Dio o Show No Mercy de Slayer... además todos ellos clave para el crecimiento de diferentes corrientes en el mismo metal, ya sea el thrash, el black metal, el progressivo, el metal clásico o el que hoy veremos, el metal neoclásico. Para entender este tipo de metal, debemos hacer referencia a un importante compositor del rock duro que a través de su estilo, inspiró a toda una generación de guitarristas que aparecieron entre los 70 y los 80. Ese tenía que ser Ritchie Blackmore, guitarrista de Deep Purple y posteriormente de Rainbow. Su forma de tocar la guitarra se distinguía por ser académica pero arriesgada, clásica pero abierta a la experimentación, con escalas elegantes y acordes duros, de arreglos bonitos pero con disonancias intercaladas en sus canciones. Si Jimi Hendrix junto a Eric Clapton fueron la revolución en guitarras de los 60, considero que en los 70 son propiedad de Blackmore, Tony Iommi (Black Sabbath), Eddie Van Halen (Van Halen) y en una escala inferior y con plagios, Jimmy Page (Led Zeppelin).

En los 80, hubo gente que supo sacar los frutos de todo esto y como no, Ozzy Osbourne (ex cantante por entonces de Black Sabbath) también lo hizo. Dos discos al mercado como Blizzard of Ozz (1980) y Diary of a Madman (1981) con un guitarrista como Randy Rhoads, eran el mejor abrebocas para una década que iba a brillar muy intensamente en lo que a metal se refiere. Rhoads era como el pichichi del mejor equipo de fútbol legendario que uno se pudiera imaginar, pero en la guitarra. Técnica depurada, sonido caballeresco, espectacularidad y muchas ideas innovadoras que mezclaron potencia y velocidad con una música asequible para cualquier amante del rock duro. Pero para Randy Rhoads, el sueño terminó cuando en un accidente de helicoptero perdería la vida en 1982. Ozzy Osbourne se veía de nuevo en el pozo que fue a parar tras ser echado de Black Sabbath, pero Sharon Arden (si, la que luego sería su mujer), le dio un empujón de nuevo para que siguiera la gira con un guitarrista sustituto, que sería Brad Gillis (Night Ranger) y grabara Speak of the Devil (1982, disco en vivo) y ya encontrarían a un sustituto...

miércoles, 13 de abril de 2016

Simone Martini (1284-1344) Desde Siena hasta Avignon

San Andrea de 1326 hecha por
Simone Martini (Metropolitan Museum of Art, NY)
En mi tarea de hablaros de los mejores artistas de cada época, sean o no muy conocidos por la cultura popular, os quiero embarcar conmigo hasta finales del siglo XIII y primera mitad del XIV por la ciudad toscana de Siena. Por aquellos tiempos en la ciudad había un pintor de vital relevancia en el desarrollo de la pintura medieval italiana, Duccio. Él era el símbolo de una generación de artistas en esa ciudad y generó un grupo de sucesores de muy alto nivel que también hicieron crecer el Gótico Internacional (cuando el Gótico logró tener expansión por todas las tierras europeas). Estos serían entre otros, los hermanos Lorenzetti y el artista que hoy pondremos en valor, Simone Martini. Todo este panorama de artistas, conformaba la escuela sienesa, que a parte de por un dibujo sólido y con algún toque de realismo, se caracterizaba por la aplicación de dorados en los fondos y una paleta de colores muy rica.

Y os puedo asegurar que el tema del dorado y el color en esa época no era una mera broma o una excusa que hiciera distinguible las obras de un sitio, no. La luz y el color iban vinculados a una cierta filosofía que se había establecido al iniciarse el Gótico con el abad Suger. Este abad que estaba establecido en Saint-Denís (París), había loado el hecho de la belleza material para llegar a contemplar a Dios. Este eclesiástico emprendió entre 1140 y 1144 unas obras que llevarían consigo un enriquecimiento de la abadía de Saint-Denis con cristaleras de colores y artículos de oro, a parte de las evidentes reformas estructurales de la iglesia. Aunque un importante grupo de benedictinos se puso en contra de una filosofía que iba en contra de la austeridad típica que quería promover la Iglesia, estas medidas tuvieron éxito y difusión por Europa. El arte sienés, se podría considerar un heredero de esta estética de la luz, la vistosidad y la belleza en busca de el misticismo.

Vista de Siena; una ciudad que ha mantenido su aspecto y encanto medieval