sábado, 23 de mayo de 2015

Crítica clásica: Unbreakable de Scorpions (2004)

Cuando uno se despista del camino que ha seguido siempre y que le ha dado éxito para experimentar, es normal que si la cosa falla, se quiera volver al punto de origen. En esa tesitura hay bandas que se nota que parecen que vuelven más por la pela que porqué se vean realmente preparados. El mes que viene os hablaré del caso Death Magnetic (2008) de Metallica en el que os haré entender lo que es hacer música decente con el piloto automático puesto y que no acaba tocando la fibra sensible. En la parte buena, están esas bandas que se toman muy muy en serio lo de volver y pegan un buen puñetazo en la mesa en lo que se refiere a hacer música de calidad. Para mi gusto el disco que hoy veremos de Scorpions fue un regreso en toda regla a la música de alto voltaje, al lustroso estilo que tenían a principios de los 90.

No me adelantaré más en acontecimientos y os presentaré un poco el periodo que estamos viendo. La primera mitad de la década de los 2000 era un tiempo en el que las modas estaban situadas en el nu metal y en temas alternativos. Slipknot mandaba y se unían al carro bandas como Disturbed, Avenged Sevenfold y System of a Down; el stoner de Queens of the Stone Age, el prog de Mastodon, lo alternativo de The White Stripes o la explosión comercial de Rammstein. Muy modernos quedaban estos nombres frente a unos ya arcaicos Scorpions que ya contaban 39 años de carrera musical. A parte otras bandas iban a hacer regresos musicales ese año muy destacables como Megadeth y su The System Has Failed (2004) o Marillion con Marbles (2004). Finalmente las bandas consolidadas como Foo Fighters, Tool o Dream Theater estaban fundiendo su estilo con los colores del nuevo milenio.

No citaré más peña porqué he querido sintetizar un momento muy intenso musicalmente y en el que la industria estaba pegando cambios a paso agigantado per el nuevo sistema comercial que se estaba viendo pateado por la piratería. O eras lo mas pop de lo pop o el millón de copias ni lo olías. Se había acabado la época de las ventas ultramillonarias y todo el mundo lo sabía y las discográficas temblaban al son de Black Eyed Peas y Coldplay para que no decayera el chiringuito. Y ni hablemos de sacar disco cada año por parte de las bandas. Ni los músicos más reconocidos parecían dispuestos a eso, ni la industria musical ponía mucho empeño en ello. De nuevo ¿que Metallica me saca un disco de nu metal normalillo, tirando a malo y no me saca nada en 5 años? Naada, seguiremos viviendo del Black Album (1991), que no para de vender y si el experimento de turno, llámale St. Anger (2003) vende 6 millones de copias pues le dedicamos una conga al disco.

Y ¿que era de los Scorps a principios de milenio? Pues digamos que estaban en un punto un tanto crítico después de haber sacado al mercado Eye II Eye (1999) y ver como algo en su fórmula no funcionaba. Se habían querido meter demasiado en las nuevas tendencias sin prestar atención al tipo de música que ellos saben hacer, ya que aunque no habían sacado un despropósito, esto no pegaba ni con cola industrial en su legendaria discografía. A la vez, ya no se tomaban con ninguna prisa el hacer un sucesor o sea que tal vez entraron en la nueva década (y milenio) con demasiadas dudas sobre el rumbo que estaban tomanso. Pero en 2003 un inesperado giro de los acontecimientos alejó a Ralph Rieckermann de la banda y hizo entrar a Pawel Maciwoda como bajista. Así se empezó a componer el que sería su siguiente álbum, el decimoquinto en su carrera.

miércoles, 20 de mayo de 2015

Crítica de Música Clásica: Le Désert de Félicien David (1844)

Las gestas épicas acostumbran a ser modelos para la humanidad de valentía, empeño y decisión. Cuantas veces se ha tomado las gestas de los griegos y los romanos, de los reyes como Charlemagne o Robert Bruce e incluso de mercenarios como Rodrigo Díaz de Vivar (el Cid). ¿Cuanta verdad hay en ello y cuanto mito? Muchas veces la fantasía y el ennoblecer un personaje lleva a falsear un poco su historia y empieza la leyenda. Por eso me gusta la pintura de Courbet, porqué me resulta más realista y aunque a veces es un pretencioso, busca la nobleza del ahora, del gesto, incluso en los actos más comunes como la cosecha del campo.

Tanta era la búsqueda de la nobleza del pequeño momento o de la escena habitual, que Courbet parecía que hiciera épica de si mismo. Para él, que se consideraba a si mismo un hombre con un perfil de cara muy hermoso, se colocaba saludando como todo un señorito en ¡Buenos días, señor Courbet! (1854). A la vez si nos situamos junto a Courbet en el siglo XIX, también podemos ver el Romanticismo dando coletazos con esa evocación épica de lo sublime y exótico con pintores como Friedrich o Delacroix. Vale, pues unamos los dos conceptos, un viaje de trámite absolutamente normal de una compañía y por otro lado, el desierto, sus rituales y su exotismo. ¿Lo tenéis en mente? Genial, pues con eso ya tenemos Le Désert (1844). Una obra a caballo de lo que serían dos momentos artísticos muy relevantes para el siglo XIX creada por un músico que tal vez no tubo excesivo bombo entre tanto gran nombre de músico que le rodeaba.

Veamos, Félicien David (1810-1876) era un músico notable de su tiempo, un buen compositor que tomaba mucha de su gracia de los referentes de su tiempo y sobretodo de Hector Berlioz (creador de la Sinfonía Fantástica). La admiración entre los dos músicos era mutua y aunque mister Berlioz tenía mucho más caché y dinero, no dudó en alabarlo como un gran maestro por la obra que hoy veremos. Pero David vivió una infancia difícil siendo huérfano desde los 5 años y entrando en un coro que sería su refugio hasta que entró al Conservatorio. Sólo estaría 1 año en el para abandonarlo y dedicarse al sansimonismo (movimiento político socialista impulsado por Henri de Saint-Simon que tenía como objetivo que el cristiano dedicara su vida a mejorar la vida moral y física de los pobres, igualando las opciones de estos a poder ser gente que aporte cosas intelectuales a la sociedad).

lunes, 18 de mayo de 2015

Crítica clásica: Misplaced Childhood de Marillion (1985)

Mucha gente le teje un vestido dorado a su infancia bordado de corazones, oro y formas de fantasía. Como si fuera un momento ideal, hermoso, imposible de recuperar de su hermético momento. Una pieza de orfebrería de valor incalculable y no lo voy a negar, es una época crucial de toda persona que se forma en este muy imperfecto mundo. Pero debemos entender que la infancia también tiene sus dilemas y sus dolores e incluso, hay gente que dedica toda su vida a recuperarse de los golpes de la niñez. Por eso, a veces un acto musical puede ser la mejor forma de materializar la redención.

Recuerdo tiempo atrás cuando os hablaba de Seasons End (1989) como os prometí hablar de otro disco de esta banda, que a medida de que los años ruedan como hojas por el bosque, me va enamorando locamente de su música. Y es que tal vez ese ha sido el amor más duradero que he vivido, el que le tengo a la melodía. Mis grandes recuerdos de infancia son con música y aunque el camino de la misma no fue sencillo, al menos la música me lo amenizó mucho. Entre esos lejanos recuerdos hasta no hace mucho existía una canción que no le ponía nombre, pero recordaba su sonido tintineante y delicado de balada pop. Hace unos tres años en esa conversación trascendental sobre música en la que acabe dormido debido a que soy un animal diurno surgió mágicamente esta canción seguido de mi amigo diciendo: "¿La conoces?"

Con seguridad me salió un si de mis labios que encadenó la siguiente frase de mi amigo: "Esta diría que es mi banda favorita". Al principio pensé que era una simple balada pop que volvía a mi tras años y no di demasiado valor a que fuera su banda favorita, hasta que empezó a tirar de repertorio marillionano. Como me repitió varias veces que el disco de esa canción llamada Kayleigh era tal vez el mejor del género progresivo de los años 80, le dije que me lo pusiera del tirón, que ya llegaríamos a un entendimiento luego de lo que pensaba de su música. ¡Pobre de mi! No sabía que mientras pasaba el disco iría convenciéndome de que no se debe menospreciar un disco de estos por un retazo descontextualizado de su grandeza. Entre caras de sorpresa y afirmación veía como todo estaba entrelazado en un material muy muy sólido y d'enorme belleza, solo era un simple mortal probando años después que otros un encanto del que algunos ya se habían emborrachado.

viernes, 15 de mayo de 2015

Crítica clásica: Music of My Mind de Stevie Wonder (1972)

La música que te hace sentirte y ser guay siempre será la que incite a bailar, a divertirte y que ponga los instrumentos al servicio del ritmo y la elegancia marchosos. Y aunque soy un fanático de lo progresivo y lo metal, para la pista del baile no ha existido jamás nada tan bueno como el buen funky mezclado con el R&B y soul. Hay muchísimos músicos que dignificaron el estilo, pero hay uno entre todos ellos que es como tocar en el hueso, la base de todo, el músico más transversal del estilo y tal vez el que más legado de futuro marcaría. Y es que su apodo "maravilla" le quedaría que ni pintado a un entonces chaval ciego que le daría alma al estilo e incluso a una época.

Stevie Wonder (Stevland Hardaway Morris) en los años 70 estaba viviendo el apogeo de un larguísimo trabajo de ascenso discográfico. Los años 60 habían estado inundados de discos del joven Wonder buscando su sitio en el mundo, con algún disco bastante lúcido por el camino como Up-Tight (1966). Pero según mi criterio todo fueron nobles intentos hasta que llegó el gran pistoletazo a nivel creativo de su carrera Where I'm Coming From (1971), un disco más valiente que desgraciadamente en su momento no fue tan bien valorado por la crítica. Estos lo colocaban como una respuesta pobre a la publicación de What's Going On (1971) de Marvin Gaye. Como siempre, los críticos para parecer muy resabidos la cagaron en vez de divertirse con lo que considero que es el inicio de la etapa dorada del músico. Afortunadamente, Stevie Wonder seguía confiado en su estilo y empezó a preparar su siguiente bala de la recamara.

El género funk parecía en pleno ascenso pero igual que el mercado, Stevie Wonder lo asimilaba con calma entre su repertorio. Le gustaba mezclar también mucho soul y R&B, el mercado discogràfico funcionaba así y el se sentía a gusto y en su registro con este estilo. A parte su voz enérgica y dulce se mezclaba con su música más vitalista y enérgica, que no siempre necesariamente positiva. Y es que por esos tiempos lo que dominaba era la música de Don McLean, Gilbert O'Sullivan, Neil Young o Al Green. Y si nos centramos en el funk pues Ohio Players, Average White Band o George Clinton con los Parliament Funkadelic mandaban en la escena. Con ese panorama, podríamos decir que Wonder se presentaba como un punto intermedio en las tendencias musical de su tiempo, dejando de lado el rock y sus facetas más duras.

domingo, 10 de mayo de 2015

Crítica: Trouble in Paradise de La Roux (2014)

Continuando con la investigación de música actual que estoy haciendo, esta vez nos pararemos a ver un poco de synthpop. Este subgénero de música tubo mucha aceptación en los años 80 y siempre se ha considerado que en los años 90 cayo en el ostracismo debido a los movimientos de música alternativa y el britpop tanto en Estados Unidos como en Inglaterra. Por eso, me sorprende aún la idea de encontrar música de este estilo actualmente y encima de calidad. A parte tenemos un pequeño problema en España y es que la forma en la que llega la música es 0% democrática y por esa razón uno muchas veces da por muerto algo que en verdad sobrevive más residualmente, pero que sigue con el corazón palpitante.

Otra reflexión que me gustaría hacer es que actualmente estamos en el momento más ecléctico de la historia en lo que se refiere a satisfacer los gustos. Si, la música que domina mayoritariamente es una mierda pero eso no significa que buscando bien podamos encontrar nuestro sitio musical en el mundo, ya que sería tonto pensar que somos la única persona en el mundo con inquietudes con un estilo. Hay espacio para los tradicionalistas y los que buscan la renovación constante de su género musical favorito y es que al Cesar lo que es del Cesar, en la actualidad, igual que toda la vida, hay músicos suficientemente talentosos que saben como tirar adelante la música que nos gusta. Por ejemplo, yo tengo claro que con Vampire Weekend, Arctic Monkeys, Accept, Dream Theater o Queens of the Stone Age puedo tener dosis de música actual a la talla de otros históricos, sea por su experiencia en el mercado o porqué son una nueva esperanza.

Entonces siguiendo esta regla de 3, si me gusta mucho la música de los 80 tendría que encontrar algo equivalente a día de hoy. A parte, me da igual si sigue las formas clásicas o las renueva y con ese principio en mente me he topado con este disco y por ende con La Roux. Lo más curioso es que estamos ante una banda que tiende a las formas antiguas, siguiendo el estereotipo actual y ¿cual es ese? Pues estamos ante una banda fundada en 2006 y que ha sacado disco cada 8 siglos aproximadamente, haciendo que su discografía sea breve, bastante breve. Su primer disco, La Roux (2009) salió y lo petó ganando un Grammy por el mejor disco de electrónica y dance. Su estilo mezclaba la música actual con algunos acabados que recordaban ecos del pasado. Pero entre la tensión de las giras que le hicieron perder la voz y la marcha de su compañero Ben Langmaid, hicieron que Elly Jackson diera un parón en seco a su carrera.

martes, 5 de mayo de 2015

Crítica clásica: Angel Dust de Faith No More (1992)

El espiritu americano es muy grandilocuente y como nación siempre ha sentido una identidad muy fuerte, como si fuera la nueva tierra prometida. Evidentemente han habido siempre voces críticas de lo recalcitrante que resulta a ratos su gobierno y ciertas ideas que corren por su basto imperio. Pero la idea es esa, se ven y creen muy grandes como nación. En el terreno musical diría que pasó lo mismo en los 80 cuando mucha de la música importante cedió el testigo de Inglaterra a Estados Unidos. No es que las tierras británicas estuvieran faltas de grandes figuras, al contrario, pero ahora los que llevarían la batuta de las tendencias y sobretodo en el metal sería Estados Unidos con el thrash.

Que si, que Maiden, Priest o Sabbath eran estupendos por aquellos años y precisamente como seguidor de ellos, les doy todo el mérito por sus grandes discos. Pero a partir del año 83 el terreno americano fructiferó y sacaron su vena de primera potencia mundial. Pero como dice Goyo Jimenez, "tienen que ser la primera potencia mundial para todo" incluso para matar a su criatura y poner otra de más guay según las nuevas generaciones, el grunge. Aunque eso sería un burdo reduccionismo, la realidad es que la juventud parecía muy interesada en aquellos tiempos en la música alternativa, todo lo que reforzaba el carácter diferente y marginal era la moda. Por eso los preceptos de vida y música de Nirvana triunfaron, pero de nuevo, pensar que sólo ellos fueron los autores con letras mayúsculas de ese chillido de soledad y cambio americano sería una gilipollez.

A finales de los 80 digamos que bandas como Soundgarden ya experimentaban con un sonido oscuro, triste y furioso contra un mundo algo desubicado y desilusionante. Eran una especie de premonición venida de Seattle que prodigaba un metal o hard rock alternativo que se apartaba de la velocidad y la locura del thrash. Al mismo tiempo, otra banda estaba sacando provecho de que sus músicos eran de gustos dispares para crear un sonido alternativo al metal tradicional. Ellos durante sus primeros discos, tales como We Care a Lot (1985) o Introduce Yourself (1987) no eran conscientes de lo mucho que se marcaría a fuego su mezcla de metal con funky. Solo hace falta ver a Red Hot Chili Peppers en sus primeros años para entender lo que quiero decir. Estaban destinados a ser una banda muy grande pero había un elemento en ella que la limitaba alarmantemente y era su cantante Chuck Mosley.

lunes, 4 de mayo de 2015

Crítica: The Magic Whip de Blur (2015)

Hace 20 años estaba muy de moda el movimiento del britpop, nacido entre muchas cosas por la oleada que los Stone Roses dejaron con el sonido madchester a finales de los 80. Este movimiento era la representación del rock alternativo que se fabricaba en Reino Unido, mientras que en Estados Unidos triunfaba el grunge. Hablamos de una música más comercial de buenas a primeras en el sentido de que sus canciones eran más parecidas a lo que todos podemos entender por un hit actual, pero sin despegarse del aroma rock/pop de melodías dulzonas. Fácil, sencillo (y para toda la familia).

Dentro de esa corriente musical había dos grandes capos que dominaban el mercado de lo alternativo, por un lado los más serios pero a la vez sucesores del sonido de The Beatles, Oasis. Por el otro, estaba una banda que se lo tomaba todo más con sátira en su primera época, Blur. Esta, empezó con discos que marcarían la contraestética de los primeros y su cúspide llegó con los discos Parklife (1994), The Great Scape (1995) y Blur (1997). Tres discos idiosincráticos que mostraban la personalidad de unos músicos muy diferentes tomandose la musicalidad de los 90 como les daba la gana. Damon Albarn, Alex James, Graham Coxon y Dave Rowntree se hicieron muy famosos por aquellos tiempos y eso también les llevaría a pensar en que querían hacer de su música en ese punto y todo tomó un nuevo rumbo con 13 (1999).

A día de hoy, considerado una maravilla de disco con un aroma que mezcla lo hímnico y un sonido más apagado y alternativo. Pero aún se adentraron más en la introspección musical cuando la estabilidad de la banda se aguantaba de un hilo muy fino. Albarn, como cantante y mente creativa de la banda, parecía muy ocupado con su nuevo proyecto Gorillaz y Graham Coxon andaba tan desconectado de la banda (drogas) que simplemente se largó dejando a los otros tres en manos la hazaña que sería Think Tank (2003). Un disco diferente a todo y que creo que formaba parte de la enorme indagación musical que estaba haciendo Albarn por aquellos tiempos. El disco salió al mercado y con los años ha ganado mucha comprensión por parte de los que seguimos la música de estos ingleses de Londres.