martes, 31 de mayo de 2016

Crítica clásica: Clutching at Straws de Marillion (1987)

Tras probar las mieles del éxito con su tercer álbum, Misplaced Childhood (1985) y hacer una gira que los consolidaría como banda; Marillion se puso manos a la obra con su siguiente disco. Pero fruto de vivir el momento, Fish (cantante) decidió enfocar su disco en uno de esos males que le frecuentaba, el alcohol. Por esa razón se dejaron atrás las evocaciones a la niñez y el primer amor, para entrar en las reflexiones de un hombre con una vida formada, pero que parecía que la mandaba al garete por sus traumas y adicciones. En la portada del disco, se nos hace referencia a diversos artistas que también sufrieron de este problema, pero al mismo tiempo, ciertos personajes que Fish tomaba como modelos de persona: Robert Bruns, Truman Capote, John Lennon, James Dean o Lenny Bruce. Una portada que supuso un trabajo muy importante para Mark Wilkinson (que haría portadas también de Judas Priest o Iron Maiden) y que no pudo resolver como él deseaba.

Y es que me genera curiosidad como un disco de tal calibre, nació de un ambiente de tal insatisfacción, de trabajo a medias y con el tiempo, de despedida. Pero sin adelantarnos a los acontecimientos, nos centramos en el hecho de que Marillion, la banda de música progresiva más importante de los 80 estaba sacando su "cuarta opus" y las expectativas estaban muy altas. Sólo un spoiler: No fallaron. Y es que los que amamos la música progresiva debemos entender que si bien en los 70 varias bandas cargaban el peso de este género, Marillion en los 80 se encontraba solo como abanderado y cada disco era crucial para conservar la relevancia del mismo. Existían otras bandas como Pendragon sacando obras estupendas como The Jewel (1985), Rush seguía teniendo matices progresivos, pero con Hold Your Fire (1987) estaban más enfrascados en crear música rockera pero accesible. Queensrÿche y Maiden estaban poniendo la semilla del progresivo de la siguiente década, pero de nuevo, Marillion era quien aseguraba el "presente" de esta música en los años 80.

domingo, 29 de mayo de 2016

Crítica clásica: Breakfast in America de Supertramp (1979)

El corazón me sigue dando un bote en cada ocasión que le dedico un poco de tiempo a este disco. Breakfast in America, podría decir que ha formado parte de la banda sonora de mi vida y guardo una relación muy especial con él, como ese hombro en el que apoyarme cuando necesito vitaminas de las más efectivas. Pero sería estúpido pensar que soy el único de estos lares que ha vivido grandes experiencias junto a estos poco más de tres cuartos de hora de música, por eso, hoy me quiero parar a analizar la calidad de su contenido y la enorme influencia de con seguridad, uno de los mejores discos que se concibieron en la década de los 70 y que paradójicamente venía a renovar el sonido de una época que en buena parte ya se estaba terminando. Hace más de un año, analizamos la última gran obra de esta banda, pero en esta ocasión dejaremos espacio a lo que fue la cúspide comercial de probablemente una de las mejores formaciones musicales de todos los tiempos.

Roger Hodgson y Rick Davies eran el motor de la banda y aunque claramente habían roces, decidieron compactarse como músicos para hacer florecer un nuevo disco, tras el estupendo Even in the Quietest Moments (1977). De alguna forma, este nuevo proyecto que en principio se tenia que llamar Hello Stranger!, debía servir como un disco donde canalizar musicalmente las formas diferentes de enfocar su realidad y las tensiones que existían entre los dos compositores. Pero a medida que la composición del disco avanzaba, Roger Hodgson quiso reconducir a Rick Davies a un lado un tanto más dulzón y pop, dentro de lo progresivas que eran sus composiciones. La banda tenía que ir convenciendo a Davies de que se enfocara en un sonido más pop, más divertido y asequible. Por el papel que jugaba en la banda, se puede entender que quien también daría un cierto apoyo a este sonido más alegre del disco, sería el John Helliwell (saxofonista) debido a su carácter alegre y en buena parte pacificador.

viernes, 27 de mayo de 2016

Crítica clásica: Somewhere in Time de Iron Maiden (1986)

Tras un momento de gira larguísima, ligada a la publicación del disco Powerslave (1984), Iron Maiden necesitaba de un receso que le permitiera plantear el siguiente disco de estudio con el que se iban a enfrascar. Cabe decir que no todo el mundo andaba igual de inspirado para la composición del siguiente disco, por esa razón Adrian Smith (guitarrista) y Steve Harris (bajista) fueron los que más cargaron con la mochila del que iba a ser el Somewhere in Time (1986). Además, los tiempos se modernizaban y si Bruce Dickinson diría en una conversación con un fan que: "El metal jamás podría tener sintetizadores"; la cruda realidad se toparía con él a la hora de realizar este disco.

Dickinson no iba carente de ideas para el disco, el problema para el resto de compañeros de formación es que buscaba un giro de tuerca muy duro que los tenía que llevar a un estilo cercano a Jethro Tull. Pero si bien no pudo acabar de conectar compositivamente con el disco, si que este, tomaría una faceta realmente progresiva, como el propio Dickinson planteaba a través de melodías más acústicas. Aunque otras bandas ya habían trabajado en el metal progresivo (Black Sabbath o Mercyful Fate), el disco que tenemos entre manos logra tomar una sonoridad accesible, sin dejar de sonar avanguardista; original, sin dejar de ser el sonido conocido de Iron Maiden. Si vamos desgranando el disco en las próximas líneas, nos percataremos de ciertos elementos de evolución, que incluso la propia banda creo que no ha sabido dar suficiente valor.

martes, 24 de mayo de 2016

Crítica: SkyBreak de Zo! (2016)

Hoy ponemos bajo la lupa un disco actual no muy conocido, pero que nos sirve para entrar en sonoridades no tan habituales en este rincón de internet. Para mucha gente tampoco dice mucho el nombre de la banda, que tampoco es conocido por nuestras tierras, pero eso no quita que detrás haya una carrera musical con unas cuantas creaciones musicales en forma de disco. Y aunque nos podríamos remontar a mediados de la década pasada para ver los inicios, es mejor que nos centremos por un momento en el último disco de estudio realizado, ManMade (2013). Y lo que llama poderosamente la atención es el sonido R&B y toques de funk y electrónica negra de gran elegancia que comprenden sus temas. Lo estupendo, es que a diferencia de gran número de artistas actuales, sabe tener el sonido límpio de la actualidad sin que el contenido resulte soso o falto de espiritu, por lo tanto, la escucha de SkyBreak me resulta esperanzadora, viendo su precedente inmediato.

Nos adentramos directamente en el disco con el primer tema Lake Erie, que va sustentado por un tranquilo y bello piano que hace unas escaleras muy agradables que relajan y dan ritmo a la vez que delicadez. La voz de Sy Smith acompaña genial y ya de primeras siento lo mismo que con el disco anterior; un sonido muy moderno pero lleno de alma y capacidad de cautivar. Con Starlight, segunda canción, pasamos a un sonido funk/disco con electrónica que hace gala de una sutileza que lo aleja de la fanfarria de la época dorada del género en los 70 y 80, pero que por otro lado habla mucho del sonido actual de la buena música. Y es que haciendo referencia a unas declaraciones de Brian May en una entrevista de la publicación de The Miracle de Queen, es importante hacer música que cuente con el factor humano, más que con la simple electrónica. Tanto por las guitarras como por el notorio ritmo marcado por el bajo y la batería, siento viva la música.


Packing for Chicago, hace gala de un ritmo pegadizo, muy bien adornado por un bajo juguetón. Es de ese tipo de composiciones que aunque emanan tranquilidad, tienen una base movida que hace que no estemos ante la típica música de la que sudamos mientras suena. Se percibe vidilla sin caer en una rave desenfrenada. De alguna, podemos sentir una influencia del acid jazz en este tema o en el siguiente, I Don't Mind. El sonido tan pulido del jazz, hace que este disco tome una sensación cálida y al mismo tiempo que permite captar los matices de las notas. La incursión de elementos de hip-hop se incorporan de una forma muy natural y toda esta música de esencia claramente negra gana al dejarla como un diamante pulido sonoramente. Me recuerda un poco a esas melodías de jazz moderno tranquilo que en ocasiones ambientaban los juegos de conducción de los años 90, como Ridge Racer Type 4.

lunes, 23 de mayo de 2016

Crítica clásica: Garbage de Garbage (1995)

A mediados de los años 90, ya con el Grunge pegando sus últimos coletazos, empezó toda una corriente de música alternativa a dar sus retoños como resultado de todo lo sucedido en los años inmediatamente anteriores. Bandas como Nirvana, habían ayudado a que la música que en principio se preveía que fuera para un nicho cerrado, tomara las masas y por esa razón muchas bandas que rompían con el sonido tradicional se atrevieron a dar un paso adelante. Al mismo tiempo, muchos de los participes del Grunge ya con sus bandas disueltas o con ideas nuevas en mente, decidieron emprender proyectos que sucedieran a trabajos anteriores. Todo el mundo conoce el caso paradigmático de Dave Grohl montando a Foo Fighters a mediados de los 90, pero hoy prefiero pararme en el nuevo sonido que preparaba el productor del archiconocido Nevermind (1991) de Nirvana, Butch Vig.

Vig era y es todo un visionario en esto de captar tendencias y saber llevar sonidos novedosos que puedan atraer a grandes grupos de gente. Por decirlo de una forma clara, el sonido que buscaba junto a sus amigos Steve Marker y Duke Erikson era de los que creaba tendencia, pero claro, se encontraban con la disyuntiva de quien iba a ser la voz cantante de una banda que fusionaria rock, dance y toques de chill-out (vamos como The Stone Roses o Happy Mondays, pero con un sonido de más pegada). Un dia de forma desprevenida, Steve Marker (guitarrista) estaba mirando la televisión a las tantas de la madrugada, cuando se encontró con la respuesta a sus dudas. Al ver un videoclip de una banda llamada Anglefish, se percató que la voz de la cantante de la banda le resultaba realmente buena y esa era Shirley Manson. Los tres miembros del proyecto Garbage, la llamaron y viajaron de Estados Unidos a Londres, para ver que tal era la química entre ellos. El encuentro no podía haber ido mejor, no sólo la cantante era buena, sino que coincidía en gustos musicales con el resto de la banda y se sentía ilusionada por tirar adelante el tipo de música que le propusieron.

domingo, 22 de mayo de 2016

Crítica clásica: Bark at the Moon de Ozzy Osbourne (1983)

1983 fue un año muy importante para el Heavy Metal. Todo un conjunto de bandas despuntaron sacando discos excelsos dentro de este género: Kill 'Em All de Metallica, Piece of Mind de Iron Maiden, Victims of the Future de Gary Moore, Melissa de Mercyful Fate, Balls to the Wall de Accept, Holy Diver de Dio o Show No Mercy de Slayer... además todos ellos clave para el crecimiento de diferentes corrientes en el mismo metal, ya sea el thrash, el black metal, el progressivo, el metal clásico o el que hoy veremos, el metal neoclásico. Para entender este tipo de metal, debemos hacer referencia a un importante compositor del rock duro que a través de su estilo, inspiró a toda una generación de guitarristas que aparecieron entre los 70 y los 80. Ese tenía que ser Ritchie Blackmore, guitarrista de Deep Purple y posteriormente de Rainbow. Su forma de tocar la guitarra se distinguía por ser académica pero arriesgada, clásica pero abierta a la experimentación, con escalas elegantes y acordes duros, de arreglos bonitos pero con disonancias intercaladas en sus canciones. Si Jimi Hendrix junto a Eric Clapton fueron la revolución en guitarras de los 60, considero que en los 70 son propiedad de Blackmore, Tony Iommi (Black Sabbath), Eddie Van Halen (Van Halen) y en una escala inferior y con plagios, Jimmy Page (Led Zeppelin).

En los 80, hubo gente que supo sacar los frutos de todo esto y como no, Ozzy Osbourne (ex cantante por entonces de Black Sabbath) también lo hizo. Dos discos al mercado como Blizzard of Ozz (1980) y Diary of a Madman (1981) con un guitarrista como Randy Rhoads, eran el mejor abrebocas para una década que iba a brillar muy intensamente en lo que a metal se refiere. Rhoads era como el pichichi del mejor equipo de fútbol legendario que uno se pudiera imaginar, pero en la guitarra. Técnica depurada, sonido caballeresco, espectacularidad y muchas ideas innovadoras que mezclaron potencia y velocidad con una música asequible para cualquier amante del rock duro. Pero para Randy Rhoads, el sueño terminó cuando en un accidente de helicoptero perdería la vida en 1982. Ozzy Osbourne se veía de nuevo en el pozo que fue a parar tras ser echado de Black Sabbath, pero Sharon Arden (si, la que luego sería su mujer), le dio un empujón de nuevo para que siguiera la gira con un guitarrista sustituto, que sería Brad Gillis (Night Ranger) y grabara Speak of the Devil (1982, disco en vivo) y ya encontrarían a un sustituto...