domingo, 30 de agosto de 2015

Crítica: Valtari de Sigur Rós (2012)

En la actualidad, mucha de la música de moda en los entornos más alternativos es la música quietista, oscura, densa, reflexiva. A veces estas tendencias se unifican, a veces no. Pero cabe admitir que aunque en la anterior década el post-punk dominaba como sonido de los subsuelos y no tan subsuelos musicales, en los 2010's, hasta las bandas con una fuerte marca rítmica han decidido calmar su fórmula y volverse más reflexivos e introspectivos. Me valdré de dos de mis bandas favoritas actuales para exponerlo. Por un lado, Vampire Weekend ha apagado un poco ese nervio tribal que había tras su música pop en Modern Vampires of the City (2013); por el otro, Arctic Monkeys en AM (2013) también han optado por alejarse un pelín más del post-punk revival y acercarse a un rock clásico y elegante, que aunque a ratos tiene un poco de garbo, se quieren acercar más a un estilo elegante y poético, con mucho sex appeal. Pero este cambio en la música se llevaba preparando desde años atrás y de forma muy paulatina. Sigur Rós en los 90 fue una de las bandas en iniciar este sonido y Radiohead le daría mucho bombo y reconocimiento también por aquellas fechas, experimentando con la electrónica. Y por poner un ejemplo más, no me puedo dejar a los escoceses Mogwai, que también desde los 90 popularizarían este estilo, teniendo una mayor eclosión popular en los años 2000.

El sonido del que se conoce como post-rock, parece haber inundado el mercado y afectado a según que bandas y estilos con mayor o menor influencia, pero en definitiva, ha sabido intervenir en el mapa sonoro actual. Al igual que Björk ha sabido afectar a la música alternativa actual, debemos entender que la música nórdica (Suecia, Dinamarca, Escocia, Finlandia e Islandia) tanto en rock, pop y heavy ha hecho reescribir las reglas del juego para lo que es la música de calidad hoy. Pero es que poca broma, si echamos la vista atrás podríamos hasta hacer memoria de ABBA y percatarnos que en las que consideramos las tierras glaciales, tienen un corazón musical que bombea más intensamente de lo que aparentemente se hace creer desde ciertos ámbitos de la música comercial anglo-estadounidense. Entonces muchos os preguntareis ¿que narices es este post-rock que tanto está afectando a la música actual? Pues podríamos considerarlo un género musical en ciernes que se fundamenta en los arreglos sinfónicos y ambientales de su música y en el que la importancia de las letras es muy variable.

jueves, 20 de agosto de 2015

Crítica clásica: Ommadawn de Mike Oldfield (1975)

Atención: Esta crítica es más breve debido a que es material rescatado de mi anterior blog. Igualmente considero que era recomendable rescatarla, ya que ha sabido mantener mis impresiones sobre el disco.

Pongámonos a principios de los 70, un momento especial para la música y grandes nombres inundaron esos años con hard rock, heavy, funky, pop... Aunque por algun lado había un grupo de cabezas pensantes que decidió jugar con sus recursos musicales, experimentar, hacer algo diferente, evolucionar sus conceptos y hacer de la música además de un arte (que lo es indiscutiblemente), un ecosistema que haga emerger sentimientos y nos sumerja en mundos paralelos y porqué no decirlo en la mente de los propios músicos. Uno de estos cabezas pensantes, fue un joven inglés bastante introvertido y misterioso llamado Mike Oldfield.

En sus precedentes más immediatos, Oldfield había creado dos discos de enorme calado como son Tubular Bells (1973) (¿recordais la música del Exorcista?) y Hergest Ridge (1974) que lo habían alzado como un músico muy prometedor en la escena del rock progressivo. Pero el seguía queriendo crear poniendo un espacio entre su obra y su fama, ya que como otros casos que conocemos, le gustaba crear música pero no el bochorno de las entrevistas o la farandula musical. Con esas ideas y con sus demonios interiores se fue a grabar en 1975 el que sería su nuevo trabajo, en su casa en la bonita llanura de Hergest Ridge.

Desde el primer momento se escucha una tocata de estilo medievalista, como de corte de palacio y según Oldfield es una música que salía de si mismo por las influencias de la música tradicional de su tierra. Pero fijaos como con los segundos de escucha, la melodía se oscurece y se vuelve tétrica. Mezcla la calma y la tormenta, es como uno de esos día donde se ven nubes de lluvia y brilla el Sol. Es una sensación rara ya que te atemoriza primero y luego es como si viniera una brisa que soplara al lado de la oreja y de pronto todo es placidez. Me gusta interpretar eso como los altos y los bajos que siente emocionalmente una persona.

Crítica: Run the Jewels de Run the Jewels (2013)

El hip hop parece vivir un momento muy dulce de su existencia en estos últimos 3 años. Músicos como Kendrick Lamar o el regreso (y a la vez supuesta despedida) de Dr. Dre tras mas de una década sin publicar nada son buenas muestras. A la vez el bando blanco del género está Injury Reserve, que destaca con su tono humorístico y salido del tópico o incluso podemos recordar e incluir la figura de Eminem. Y es que la realidad, es que yo no me puedo considerar un fan del hip hop, todo y el gran respeto que me merece. Por esa razón, cuando abrí las puertas a estudiar el último disco de Kendrick Lamar, pensé en que tenía que dar un poco más de forma a esta nueva oleada de rap que tantos frutos está dando y aprovechar para ganar un poco mas de experiencia. Presentemos un poco a Run the Jewels para ver que nos ofrecen...

Este duo de raperos formado por Killer Mike (rapero de carrera destacada durante la década pasada) y El-P (El Producto, rapero y productor que desde finales de los 90 ha participado en diversos discos solistas y en grupo de culto), se conocieron en 2011 y desde el momento en el que se pusieron a colaborar en los álbumes solistas mutuos; R.A.P. Music (2012, Killer Mike) y Cancer 4 Cure (2012, El-P), parece que hubo muy buena química. De ese éxito nacería el proyecto de esta banda que en 2013 presentaría su primer disco. Antes que nada debo destacar que en este duo hay participación de los dos artistas de manera muy activa, pero mientras Killer Mike parece que aporta su rico simbolismo a las letras, El-P se encarga mas de la parte de produccion. Aunque no nos equivoquemos, también hace sus aportaciones líricas y musicales a la obra.

Tal como he leído en otras críticas de este disco, la intención era quitarse el estrés de componer de manera seria y buscar formas alternativas de presentar su música, de escribir sus letras, de plantearse un disco. De este tipo de actitudes, muchas veces nacen los discos mejor elaborados, los más rompedores o los que a la postre acaban teniendo una mayor identidad. Por esa razón me atraía traeros este disco a los gustosos y alienados del hip hop, para entender lo que es un disco diferente sea del género que sea. Por cierto, el nombre de la banda y del disco en si (y sacado de un tema del rapero LL Cool J llamado Cheesy Rat Blues), es como un concepto del rapero que le roba a otro rapero, es decir, el simbolismo de como ellos se han robado el rap para dominar por encima de los otros raperos. Este tipo de detalles me gustan, demuestran que la cultura del hip hop tiene un lenguaje propio que se ha formado en las canciones y entre raperos.

domingo, 16 de agosto de 2015

Crítica clásica: Metropolis Pt.2: Scenes from a Memory de Dream Theater (1999)

Atención: Esta crítica es más breve debido a que es material rescatado de mi anterior blog. Igualmente considero que era recomendable rescatarla, ya que ha sabido mantener mis impresiones sobre el disco. 

El rock progresivo es un estilo que murió para volver a resucitar. No sé si alguna vez os lo habían contado, pero tras The Wall (1979) de Pink Floyd y su espectacular y ruinosa gira ,como último gran exponente de la primera era del género, este cayó en desgracia tras algunos años de debilidad. Acarreado por el punk, la música disco y los excesos de todo tipo, tanto musicales (pirotecnia, desgaste de la fórmula musical, derivaciones comerciales...) como legales (drogas, delitos...) a finales de los 70 el rock progresivo dio su canto de cisne y acabó su primera era. En los 80, revivió renovado, más comercial con sintetizadores, con letras enormemente sentidas, el llamado neo progresivo.

Los precedentes inmediatos

El gran exponente fue Marillion, una banda inglesa que gracias a su poético cantante, Fish reviviría el progresivo con una nueva esencia y sabor rememorando un poco el sonido de Genesis de los 70. Así viviría y perduraría la segunda era del progresivo a lo largo de los 80, con su disco estandarte, Misplaced Childhood (1985) y que se prolonga hasta el disco Seasons End (1989), último disco de Marillion con su esencia clásica, aunque con un nuevo cantante, Steve Hogarth. Finales de los 80, una época en la que se empezó a gestar realmente la tercera era del progresivo, una era en la que se fusionaría con el heavy metal, que estaba en plena consolidación técnica y que da su primer paso firme con Seventh Son of a Seventh Son de Iron Maiden en 1988. Su gran banda, la que explotaría hasta la cúspide este nuevo periodo con su sonido no sería otra que Dream Theater y hoy toca dar un vistazo a la obra cumbre de esta tercera era del progresivo...


Crítica: Defensores de Proyecto Zeus (2013)

Hay bandas que desgraciadamente se quedaron en su época a un paso de llegar a la fama merecida y poder seguir con su trabajo creativo. El destino, aun así, es arbitrario y caprichoso, haciendo que grandes grupos pinchen por factores externos a ellos, falta de fe de las discográficas, poca aceptación en su entorno... Un muñón de las dos que hace la falta de fondos para poder hacer realidad un sueño. Zeus es un ejemplo perfecto de este hecho, de una banda que con calidad suficiente para convertirse en un mito musical en nuestras tierras, la falta de fe en ellos les hizo bajar del escenario tras sacar un debut muy prometedor llamado V en 1987. Pero 26 años después vuelven con su segundo álbum de estudio tras el nombre Proyecto Zeus en respeto a los viejos integrantes que no se han unido.La insignia original de Zeus era la de un heavy metal épico muy clásico, muy de vieja escuela con una cabalgada que sonaba a una mezcla entre Iron Maiden y Running Wild y les daba una música envidiable en su tiempo. Con los años digamos que la cosa ha cambiado y han regenerado su sonido hacia un heavy más musculoso sin perder el ingrediente que les da la salsa original, el cantante, Félix Bustillo.
Lo bueno es que aunque sus guitarras se han vuelto más gruesas , eso no significa que hayan perdido un ápice de gracia compositiva, tal vez porqué el disco es un mix entre canciones que en sus días de gloria no fueron publicados y otros que siendo actuales demuestran que queda mucha inspiración viva en esta reencarnación. Empezando por el conjunto de La Ira y Defensores del Rockambiente y música de batalla para abrir a lo grande.Los agudos a lo largo y ancho del disco están muy presentes, alguna vez hasta la saturación pero en otras vertebra las canciones. Como en Listo para Luchar que parece una canción sacada del mismo averno del que Judas Priest hizo Defenders of the Faith y Painkiller, con unas escalas absolutamente enfermizas colocadas de por medio. Han sido muchos años para oxidarse como banda, pero ni de coña. Y es que para este tema debemos remontarnos a 1983 (tal vez) de cuando se recuperan sus primeras grabaciones en televisión y que gran potencia demostraban por entonces.
Zeus - Listo para Luchar (En Vivo, 1980's)

miércoles, 12 de agosto de 2015

Crítica clásica: Presence de Led Zeppelin (1976)

Hay discos que cuentan tras ellos historias realmente accidentadas sobre sus músicos, momentos de cansancio, de rendición ante los males de la vida, de crisis, de supervivencia y de reflexión. Hasta a la banda más grande de los años 70 y una de las más potentes de la música popular contemporánea le podía ocurrir. Led Zeppelin estaba formada por humanos y era una banda de músicos con sus preocupaciones y problemas y seguramente hacia 1976, estos empezaron a aflorar más de lo que jamás hubieran deseado. Un año antes, Robert Plant, Jimmy Page, John Paul Jones y John Bonham eran 4 tipos talentosos y afortunados que estaban sacando nada menos que su sexto álbum de estudio en 6 años. Y poca broma, no estamos hablando de un disco cualquiera; estamos hablando de Physical Graffiti (1975), un disco doble que los alzaba hasta el mismísimo Olimpo del rock. Cualquiera con dos dedos de frente los hubiera tomado por unos titanes, por seres superiores sin tara ni pecado.

Las cosas se tuercen

Pero en agosto de 1975, Plant sufrió un accidente de coche y tubo que permanecer en reposo durante una temporada. Ante esta situación Jimmy Page decidió que era un buen momento para grabar un nuevo disco, ya que como la gira se tenía que anular, al menos iban a sacar provecho de los meses de recuperación del virtuoso cantante. Entre la Isla de Jersey y Malibú, postrado en su silla de ruedas, Robert Plant iría preparando la letra de las nuevas canciones y a los pocos días Page y él darían forma a sus ideas con la mera voz y la guitarra. Con los conceptos listos, los dos marcharían al Hollywood SIR Studio para mostrar sus creaciones a John Paul Jones y a John Bonham, donde realizarían los ensayos pertinentes y se prepararían para ir a grabar a Munich las versiones definitivas. Este proceso sólo les llevó 18 días, cosa que sorprendió mucho a los que tomarían el relevo en esos estudios, The Rolling Stones. Los Glimmer Twins quedaron petrificados al darse cuenta que mientras en la elaboración de Presence sólo necesitaron unos meses para componer y días de grabar, ellos llevaban casi dos años para sacar su Black and Blue (1976).

Aunque las sesiones eran ágiles y no se andaban con chiquitas, Plant tenía dificultades de movilidad y tenía que ir arriba y abajo de los estudios en silla de ruedas. Para más inri el estudio estaba en el sótano de un hotel viejo y el cantante sufría de claustrofobia. Por otro lado, la velocidad con la que se registró todo, en gran parte fue debida a las jornadas de 18 o 20 horas que Jimmy Page se tiraba grabando sus pistas y overdubs de guitarra. Una labor titánica y más si nos planteamos las canciones que hay en el disco. Como bien fueron contando con los años, Presence fue el resultado de los nervios del momento, del trabajo en equipo de sus dos líderes y por último, del liderazgo en el estudio del guitarrista. Para ellos, el disco mostraba tensión e ilusión por partes iguales debido a todas las dificultades que arrastraba su preparación. Entonces ¿como es que a día de hoy es uno de sus discos más puestos en duda?

martes, 11 de agosto de 2015

Crítica clásica: A Day at the Races de Queen (1976)

Me gustan esas ocasiones en las que tengo en mi mano reivindicar un disco maltratado por la crítica. Eso se debe a que muchas veces la incomprensión o los prejuicios han empujado a una obra a que fuera tachada o tratada como un "algo más" o una pieza inferior. Y tengo claro que tras el éxito que tubo Queen con A Night at the Opera en 1975, una gran parte de la crítica se les quiso poner en su contra incluso cuando demostraron que eran unos músicos de calidad. Por eso, cuando llevo años y años leyendo críticos que despotrican el disco que hoy veremos y en cambio fans enamorados de su contenido pienso ¿porqué estoy tardando tanto en decir la mía? Al menos así, desde este portal de internet tendréis una valoración más que leer y una opinión diferente para contrastar con vuestros gustos.

Un poco de contexto

Primero nos tenemos que situar en el contexto de 1976, momento en el que el punk ya empezaba a vislumbrarse como un movimiento del rock con mucho calado social. Era una década de crisis y este estilo de música reflejaba el espíritu de una nueva generación cansada del viejo orden mundial. Por aquellos años, Queen representaba justamente lo contrario, ya que tenían un sonido sofisticado y operístico, con mucho hard rock y elementos progresivos. Por lo tanto muchos de los defensores de el nuevo sonido más desaliñado y menos técnico, veían a la banda de Londres como una buena diana donde tirar sus dardos. En 1975 las cosas habían ido genial para la banda liderada por Freddie Mercury, ya que con su anterior disco y sobretodo con el tema Bohemian Rhapsody, habían logrado innovar usando fórmulas clásicas del rock, la ópera y toques de jazz. Por lo tanto, con su nuevo disco buscaban hacer una secuela de ese disco y ese sonido tan característico.

El proceso de grabación se alargó durante el verano y otoño de 1976, publicando su obra a las acaballas de ese mismo año. Entre otros rasgos curiosos, ya no estaba en los mandos el productor Roy Thomas Baker, siendo un disco producido por ellos mismos. Todo daba a indicar que habían aprendido bien las técnicas para obtener su sonido especial en estudio y hacer complejos arreglos en capas y capas de instrumentos y pistas vocales. Con todo grabado, decidieron darle un toque de continuidad al título del disco respecto al anterior, tomando el nombre de una película de los hermanos Marx. Lo que no sabían es que publicaciones inglesas como NME (muy defensora del punk) se la jugaría a Mercury, haciéndole una entrevista en la que se le presentaría como un pretencioso y acomodado cantante. Y es que el cantante estaba en aquel momento muy centrado en la música de ballet y tomaría una actitud furiosa y chulesca contra la crítica.

lunes, 10 de agosto de 2015

Crítica: Ygg Huur de Krallice (2015)

Voy a ser sincero, soy de esas personas adaptadas al black metal de la primera época, es decir, a mi me molan cosas estilo Venom o Mercyful Fate. Claro con esa premisa, al escuchar como han evolucionado las cosas, hoy escucho discos de black y se me hacen parecidos a los de death metal con tanto blast beat i tanta velocidad; y que se entienda, no me desagrada para nada pero para cada estilo busco su receta y tener que adaptarme a lo nuevo me ha costado años. Pero bueno aquí estoy después de 8 años escuchando heavy metal sin parar saboreando un nuevo disco que engrosa el mundillo que tanto adoro y que me ha traído grandes momentos y recuerdos, por esa razón, comparto hoy con vosotros las impresiones de un disco recién salido que tiene muchas ganas de dar batalla. Pero a la vez, cada vez que escucho un disco de metal con esmero tiendo a reflexionar sobre el estatus del género y su situación en la actualidad, así que no os extrañéis de mis explicaciones filosóficas que hoy expondré, son valoraciones de alguien que siente y vive la música del momento.

Y es que desde hace años el metal creo que ha tomado tres corrientes muy a pecho; o lo retro o el extremismo o lo alternativo/industrial. Con eso quiero decir que como actitud de defensa ante tanta música comercial que podría hacernos morir de diabetes, el heavy se ha puesto una coraza muy dura, para impedir a toda costa que nadie pueda ensuciar su nombre. Ya desde que en los años 90 llegaran ciertas bandas de metal extremo (que es la vertiente que hoy veremos) cosas como Mercyful Fate o Venom molan, pero en absoluto son la tendencia, ya que son una maravillosa reliquia del pasado con derecho a sacar alguna buena canción. En la época de la batalla del sonido (a ver quien hace el disco más sobresaturado de graves y con un acople excesivo de las pistas), ríase usted de aquellos discos que tenían un sonido más suave pero de producción impecable y instrumentos discernibles. O petas el puto altavoz o no sirve. Por lo tanto, el ego esta quemando aquel espíritu tan bonito que tenían discos como Melissa (1983) de Mercyful Fate, Images and Words (1992) de Dream Theater o Houses of the Holy (1973) de Led Zeppelin.

Eso si, como siempre (y bendita sea la gloria de las excepciones) tiene que haber una banda como Krallice, que es potente y esmerada en hacer un disco bien retorcido y a la vez bien producido. Esta banda venida de Nueva York es una muestra de la mezcla entre este metal extremo, la experimentación que viene desde los años 90 y la receta progresiva con muchas reminiscencias a los canadienses Voivod. Esta banda ha sido de las que siempre se ha despachado discos de más de una hora de los que se cepillan al oyente como quieren, aún así, para esta ocasión se han controlado muchísimo y no han excedido demasiado la media hora. La gran cuestión es si en esta ocasión la banda ha vuelto a generar una auténtica tormenta sonora como en sus anteriores discos y si aportan algo nuevo al estilo o al menos me hacen sentir algo genial, mágico que haga que vaya a por esta nueva entrega.

domingo, 9 de agosto de 2015

Crítica clásica: Saturday Night Fever: The Original Movie Sound Track (1977)

Hay discos que saben sintetizar el espíritu de una época a través de sus canciones. Sus ritmos, melodías, letras y actitud se entrelazan indudablemente con lo que ocurría en ese momento en las pistas de baile. Pero si encima hablamos de la banda sonora de uno de los clásicos del cine de finales de los 70 con un John Travolta que iba a despegar en fama hasta las estrellas y luego iba a hacer una desaparición aún más estelar si cabe. A finales de esa década la música estaba en un punto de clímax con lo que se refiere a música bailable y se establecieron muchos patrones en lo que es la música disco sobre los que reflexionarían y evolucionarían artistas tales como Michael Jackson, Prince, Madonna, Tina Turner o Imagination por poner algunos nombres de nivel.

Y es que en lo que dicta el corazón del tío que escribe estas líneas, todo lo que se hizo entre 1975 y 1985 en lo que música popular se refiere, es irrepetible. Pensar en aquellos tiempos como una década dorada de las pistas de baile es inevitable y una de las grandes piedras de ese movimiento fue el disco que hoy vamos a analizar. Es una banda sonora ¿y que? Esta banda sonora no fue concebida como muchas de las que se ven hoy; este disco vale como cualquier producción de estudio nuevo. Aquí no hay nada de recopilaciones de canciones ya muy machacadas (bueno al menos por aquel entonces), sino canciones creadas ex profeso para el disco y alguna canción de las mismas bandas de algún disco reciente. Todo un pack que servía para ambientar unas discotecas a rebosar. Un disco para un film destinado a ser emulado en toda buena sala de baile de barrio de aquel tiempo.

Además y como veremos, esta banda sonora acababa siendo un compendio de algunas de las más grandes bandas de disco y funk de los años 70 y parte de los 80, es decir, que estamos casi en una recopilación, pero de material nuevo, es como coger a los mejores equipos del mundo y los pones a jugar una Champions League. Entonces todas las premisas nos llevan a un compendio musical destinado a alcanzar las estrellas. Pero como es debido, antes tenemos que presentar su material y formular una valoración sobre él. Para entender la historia tenemos que situar a los Bee Gees en Francia grabando nuevo material para un film que está en proyecto y a petición de su mánager Robert Stigwood. De ese periodo gravando en el país galo (para eludir tasas) salieron 4 canciones que se situaron al principio del disco. Y es que lo que está claro es que la banda anglo-australiana era la protagonista del disco y la que ofrecería mayores hits.

miércoles, 5 de agosto de 2015

Crítica: Currents de Tame Impala (2015)

Imaginemos una continuación natural para mucha música del pasado; como revival y como una evolución lógica y que muy poco a poco ha añadido innovaciones sin que perdamos las ideas originales que tenía esa música. Si hacemos ese ejercicio un tanto laborioso podríamos obtener como resultado a Tame Impala. Esta banda formada por el australiano Kevin Parker hacia el año 2007, tenía una base en la que él en solitario iba creando poco a poco y de manera perfeccionista su música. Hablamos de un chico que se lo guisa y se lo come a la hora de crear con todos los instrumentos y que luego se vale de sus compañeros de banda para las actuaciones en vivo. Aunque tal vez ahora en el estudio se vale más de dos de sus compañeros creativos más cercanos, Jay Watson (teclados, guitarra) y Dominic Simper (percusión y guitarra).

Si hacemos un poco de repaso a su catalogo discográfico veremos que desde su EP de presentación homónimo, esta banda ha trabajado en el terreno de la psicodelia. Pero todo el reconocimiento llegó a través de su primer disco oficial de estudio, Innerspeaker (2010), que resultaba ser una evolución del sonido beatleliano de la segunda mitad de los años 60. Un disco realmente trabajado que recibió la aclamación de la crítica y una nominación a los Grammy. En 2012, volvieron de nuevo con Lonerism que era una fusión entre lo visto en la música de The Beatles, con un tanto de fusión con la primera época de Pink Floyd y algunos toques de hard rock. Personalmente, su estilo me parece muy satisfactorio y aunque vocalmente Kevin Parker me recuerda horrores a John Lennon, no hay otra por mi parte que rendirme a lo que estos dos discos ofrecieron en su momento.

Pero después de 3 años de arduo trabajo de perfección musical, Tame Impala vuelve con un nuevo disco que quiere evolucionar su estilo. Tengo claro que en esto del arte hay siempre tres posturas: el continuista, el rupturista o evolucionista y el que hace revival del pasado. Yo tengo claro que se puede tomar cualquiera de las tres vertientes y sacar música de calidad si es que esta tiene personalidad y aunque hasta ahora esta banda ha hecho creaciones de notable consideración, creo que escuchando los dos discos anteriores, ya es hora de sacar su parte más personal, sea tomando la postura que sea, pero diferenciándose. Currents es el disco que servirá para determinar que podemos esperar de esta banda, el que nos puede dejar con ganas de más o pensar en esta banda como un capricho actual de recuperar sonidos del pasado sin más. Veamos si resulta fructífera la espera...

lunes, 3 de agosto de 2015

Crítica clásica: Van Halen de Van Halen (1978)

A finales de los años 70 fue un momento crucial para el hard rock internacional. Durante toda la década, el sonido inglés había dominado el panorama internacional con bandas como Deep Purple, Led Zeppelin o Rainbow. Bandas como AC/DC o Scorpions ya coleaban con algunos discos de calidad destacable y sus carreras musicales eran ciertamente prometedoras, pero algo cambió el juego. A mediados de los 70 KISS, trajo unas formas de hard rock más gamberras y callejeras. Pero quedaba la gran traca para el final de la década y esa se iba a llamar Van Halen. Este grupo, formado por dos hermanos de origen holandés que de bien pequeños habían llegado con sus padres a Estados Unidos.

La banda empezó a principios de los 70 con Eddie Van Halen en la guitarra y cantando y Alex Van Halen tras los parches. Pero ante tanta banda molona en su época de instituto, necesitaban a integrantes con presencia y talento. Después de varios rodeos, su solución apareció en forma del talentoso bajista Michael Anthony y del esperpéntico y a la vez showman nato David Lee Roth. Durante los primeros 4 años con esta formación se tuvieron que buscar las perras ellos solos y fueron ascendiendo poco a poco en fama hasta llegar a ojos y orejas de Gene Simmons, bajista de KISS, que tras escucharlos les apadrinaría para que llegaran a publicar el disco que hoy veremos. Ted Templeman se puso ante los mandos para producir el disco y el resultado a día de hoy sigue siendo soberbio y una buena muestra de lo que le depararía al hard rock en los siguientes años.

Y es que esta es la realidad, este disco estaba preparado para ser un vanguardista en su mundillo y a fusionar con sutileza y gusto hard y heavy metal. Esa además no es una declaración debilucha y más contando los contendientes hardrockeros que rodearon a este disco. Empecemos por KISS, que por aquel momento estaba consiguiendo un gran éxito en Estados Unidos a través de su hard rock de letras atrevidas, un tanto sexuales y sonido accesible, aunque rebelde. Por otro lado, Rainbow en Inglaterra era la imagen del estilo llevado como algo épico, gracias a la contribución de Ronnie James Dio y su ideario de fantasia tras las canciones que componía Ritchie Blackmore. ¿Más? Claro, Whitesnake empezaría ese año 78 su carrera con su gran frontman David Coverdale. Su sonido era romántico-cañero, como una versión de KISS, pero sin el look de diablos-manga que siempre he visto a la banda de Gene Simmons.

La banda más grande del planeta, Led Zeppelin estaba también con valores a la baja en lo que compositivamente se refiere (aunque nunca bajaran de un nivel notable) con Presence (1976) y aunque remontarían el vuelo de la originalidad con In Through the Out Door (1979) y harían un cierre oficial bastante innovador (Coda no lo contéis ni con dos copitas de más) su carrera se vería truncada por la muerte de John Bonham. O sea que amigos, haciendo de vidente, la cosa no tendría mucho futuro más allá de lo que hemos visto para estos. Y es que estos caían, bandas como Thin Lizzy, AC/DC o Blue Öyster Cult, se iban haciendo un sitio para el que sería en breve el nuevo rock duro de los 80 y marcarían bastante a fuego su rastro en el margen de 1977-1979.

Algunos diréis:¡¡ehh, te dejas una banda!! Bueno, me dejo varias, pero si vamos al grano la que muchos estaréis pensando es Aerosmith. Pero ¡ah! en este momento la banda de Steven Tyler estaba en un momento de decrecimiento. Os puedo asegurar sin dudar ni una mota que su disco Draw the Line (1977) es estupendo y que su siguiente disco Night in the Ruts (1979) también iba a ser bueno, lo que ocurre es que el segundo que os he nombrado palidecía ante sus grandes obras de pocos años antes. Este hard rock que hacían influenciado por el funk y parejo a ciertas cosas de Led Zeppelin, iba a ser pisado por los tíos que hoy veremos. Esta banda, liderada por Eddie Van Halen demostraría que experimentación, potencia y melodías pegajosas y divertidas podían ir cogidas de la mano.

martes, 2 de junio de 2015

Crítica: Sticky Fingers de The Rolling Stones (1971)

Mérito, muchísimo mérito tiene que unos tíos hayan aguantado las mil capeadas del mar musical para estar más o menos siempre erguidos sobre la ola. The Rolling Stones es sin duda un ejemplo de unos músicas que a parte de sus valores morales, sacaban una música de puta madre que pervivía décadas. Claro, no siempre se podía ser número uno y a medida que pasaban los años, los rivales iban tomando diferente aspecto: The Beatles, Led Zeppelin, Michael Jackson (primero más oscurillo, luego más blanquito), los corrientes alternativos de los 90. Con mirar todo el trecho de años que han vivido, la música que han compuesto, las groupies que se han beneficiado (y que sorprendentemente se pueden beneficiar), las giras, las marchas y entradas de miembros... es como un barranco legendario que si remontas atrás parece que no pueda ser tomado de otra forma que como algo mítico. Pero chorradas a parte, estos tíos son bien humanos; muy, muy humanos y por esa razón me gusta su arte, pero no los idolatro demasiado.

Para este disco debemos situarnos en 1969, dos años antes de su publicación, cuando poco después de la salida de Let It Bleed (1969) Mick Jagger y Keith Richards ya estaban componiendo canciones para el que sería el sucesor de tan gran obra. Las grabaciones y composición se alargarían entre diciembre de 1969 y enero de 1971, cosa que para aquella época era una barbaridad ya que los músicos de éxito se sacaban más o menos un disco por año. Todo ese tiempo sirvió para elaborar las canciones de este disco que hoy veremos y parte del contenido del siguiente, el clásico Exile on Main St. (1972). Y es que esta etapa en la que se encontraban los Rollings sería considerada la más potente musicalmente con los años y ya empezando por Beggars Banquet (1968). ¿Porqué es su mejor etapa? Pues debido a que en estos 4 discos iban a consolidar su estilo más distintivo con grandes clásicos. A diferencia de The Beatles, estos tipos eran más rockeros y Keith Richards era muy forofo de Chuck Berry (es decir, rock'n'roll en vena).

Otros dos factores determinantes para la banda en ese momento eran la salida de Decca Records para montar su discográfica a su manera y la entrada de Mick Taylor en la banda. Lo primero, les daría alas para hacer los discos a su manera, pero a la vez les dejaría un poco despojados ya que sin saberlo y por contrato les habían cedido los derechos de los discos de los 60 a su exmanager Allen Klein y a la discográfica ABKCO Records. Por otro lado, Mick Taylor sería un gran aporte a la banda enriqueciendo su sonido en la parte de guitarra. Ya había participado tímidamente en el anterior disco y aquí iba a desplegar todo su potencial solista. En resumidas cuentas tenemos a unos músicos de incalculable talento sumidos en una especie de bancarrota que con el tiempo se volvería más grave. En esos tiempos de adversidad ellos se plantearían temas bastante oscuros de los que hablar en sus canciones, simple y llanamente porqué formaban parte de su entorno y a la vez por su estado decadente como personas; lidiando adicciones, deudas, conflictos...

sábado, 23 de mayo de 2015

Crítica clásica: Unbreakable de Scorpions (2004)

Cuando uno se despista del camino que ha seguido siempre y que le ha dado éxito para experimentar, es normal que si la cosa falla, se quiera volver al punto de origen. En esa tesitura hay bandas que se nota que parecen que vuelven más por la pela que porqué se vean realmente preparados. El mes que viene os hablaré del caso Death Magnetic (2008) de Metallica en el que os haré entender lo que es hacer música decente con el piloto automático puesto y que no acaba tocando la fibra sensible. En la parte buena, están esas bandas que se toman muy muy en serio lo de volver y pegan un buen puñetazo en la mesa en lo que se refiere a hacer música de calidad. Para mi gusto el disco que hoy veremos de Scorpions fue un regreso en toda regla a la música de alto voltaje, al lustroso estilo que tenían a principios de los 90.

No me adelantaré más en acontecimientos y os presentaré un poco el periodo que estamos viendo. La primera mitad de la década de los 2000 era un tiempo en el que las modas estaban situadas en el nu metal y en temas alternativos. Slipknot mandaba y se unían al carro bandas como Disturbed, Avenged Sevenfold y System of a Down; el stoner de Queens of the Stone Age, el prog de Mastodon, lo alternativo de The White Stripes o la explosión comercial de Rammstein. Muy modernos quedaban estos nombres frente a unos ya arcaicos Scorpions que ya contaban 39 años de carrera musical. A parte otras bandas iban a hacer regresos musicales ese año muy destacables como Megadeth y su The System Has Failed (2004) o Marillion con Marbles (2004). Finalmente las bandas consolidadas como Foo Fighters, Tool o Dream Theater estaban fundiendo su estilo con los colores del nuevo milenio.

No citaré más peña porqué he querido sintetizar un momento muy intenso musicalmente y en el que la industria estaba pegando cambios a paso agigantado per el nuevo sistema comercial que se estaba viendo pateado por la piratería. O eras lo mas pop de lo pop o el millón de copias ni lo olías. Se había acabado la época de las ventas ultramillonarias y todo el mundo lo sabía y las discográficas temblaban al son de Black Eyed Peas y Coldplay para que no decayera el chiringuito. Y ni hablemos de sacar disco cada año por parte de las bandas. Ni los músicos más reconocidos parecían dispuestos a eso, ni la industria musical ponía mucho empeño en ello. De nuevo ¿que Metallica me saca un disco de nu metal normalillo, tirando a malo y no me saca nada en 5 años? Naada, seguiremos viviendo del Black Album (1991), que no para de vender y si el experimento de turno, llámale St. Anger (2003) vende 6 millones de copias pues le dedicamos una conga al disco.

Y ¿que era de los Scorps a principios de milenio? Pues digamos que estaban en un punto un tanto crítico después de haber sacado al mercado Eye II Eye (1999) y ver como algo en su fórmula no funcionaba. Se habían querido meter demasiado en las nuevas tendencias sin prestar atención al tipo de música que ellos saben hacer, ya que aunque no habían sacado un despropósito, esto no pegaba ni con cola industrial en su legendaria discografía. A la vez, ya no se tomaban con ninguna prisa el hacer un sucesor o sea que tal vez entraron en la nueva década (y milenio) con demasiadas dudas sobre el rumbo que estaban tomanso. Pero en 2003 un inesperado giro de los acontecimientos alejó a Ralph Rieckermann de la banda y hizo entrar a Pawel Maciwoda como bajista. Así se empezó a componer el que sería su siguiente álbum, el decimoquinto en su carrera.

miércoles, 20 de mayo de 2015

Crítica de Música Clásica: Le Désert de Félicien David (1844)

Las gestas épicas acostumbran a ser modelos para la humanidad de valentía, empeño y decisión. Cuantas veces se ha tomado las gestas de los griegos y los romanos, de los reyes como Charlemagne o Robert Bruce e incluso de mercenarios como Rodrigo Díaz de Vivar (el Cid). ¿Cuanta verdad hay en ello y cuanto mito? Muchas veces la fantasía y el ennoblecer un personaje lleva a falsear un poco su historia y empieza la leyenda. Por eso me gusta la pintura de Courbet, porqué me resulta más realista y aunque a veces es un pretencioso, busca la nobleza del ahora, del gesto, incluso en los actos más comunes como la cosecha del campo.

Tanta era la búsqueda de la nobleza del pequeño momento o de la escena habitual, que Courbet parecía que hiciera épica de si mismo. Para él, que se consideraba a si mismo un hombre con un perfil de cara muy hermoso, se colocaba saludando como todo un señorito en ¡Buenos días, señor Courbet! (1854). A la vez si nos situamos junto a Courbet en el siglo XIX, también podemos ver el Romanticismo dando coletazos con esa evocación épica de lo sublime y exótico con pintores como Friedrich o Delacroix. Vale, pues unamos los dos conceptos, un viaje de trámite absolutamente normal de una compañía y por otro lado, el desierto, sus rituales y su exotismo. ¿Lo tenéis en mente? Genial, pues con eso ya tenemos Le Désert (1844). Una obra a caballo de lo que serían dos momentos artísticos muy relevantes para el siglo XIX creada por un músico que tal vez no tubo excesivo bombo entre tanto gran nombre de músico que le rodeaba.

Veamos, Félicien David (1810-1876) era un músico notable de su tiempo, un buen compositor que tomaba mucha de su gracia de los referentes de su tiempo y sobretodo de Hector Berlioz (creador de la Sinfonía Fantástica). La admiración entre los dos músicos era mutua y aunque mister Berlioz tenía mucho más caché y dinero, no dudó en alabarlo como un gran maestro por la obra que hoy veremos. Pero David vivió una infancia difícil siendo huérfano desde los 5 años y entrando en un coro que sería su refugio hasta que entró al Conservatorio. Sólo estaría 1 año en el para abandonarlo y dedicarse al sansimonismo (movimiento político socialista impulsado por Henri de Saint-Simon que tenía como objetivo que el cristiano dedicara su vida a mejorar la vida moral y física de los pobres, igualando las opciones de estos a poder ser gente que aporte cosas intelectuales a la sociedad).

lunes, 18 de mayo de 2015

Crítica clásica: Misplaced Childhood de Marillion (1985)

Mucha gente le teje un vestido dorado a su infancia bordado de corazones, oro y formas de fantasía. Como si fuera un momento ideal, hermoso, imposible de recuperar de su hermético momento. Una pieza de orfebrería de valor incalculable y no lo voy a negar, es una época crucial de toda persona que se forma en este muy imperfecto mundo. Pero debemos entender que la infancia también tiene sus dilemas y sus dolores e incluso, hay gente que dedica toda su vida a recuperarse de los golpes de la niñez. Por eso, a veces un acto musical puede ser la mejor forma de materializar la redención.

Recuerdo tiempo atrás cuando os hablaba de Seasons End (1989) como os prometí hablar de otro disco de esta banda, que a medida de que los años ruedan como hojas por el bosque, me va enamorando locamente de su música. Y es que tal vez ese ha sido el amor más duradero que he vivido, el que le tengo a la melodía. Mis grandes recuerdos de infancia son con música y aunque el camino de la misma no fue sencillo, al menos la música me lo amenizó mucho. Entre esos lejanos recuerdos hasta no hace mucho existía una canción que no le ponía nombre, pero recordaba su sonido tintineante y delicado de balada pop. Hace unos tres años en esa conversación trascendental sobre música en la que acabe dormido debido a que soy un animal diurno surgió mágicamente esta canción seguido de mi amigo diciendo: "¿La conoces?"

Con seguridad me salió un si de mis labios que encadenó la siguiente frase de mi amigo: "Esta diría que es mi banda favorita". Al principio pensé que era una simple balada pop que volvía a mi tras años y no di demasiado valor a que fuera su banda favorita, hasta que empezó a tirar de repertorio marillionano. Como me repitió varias veces que el disco de esa canción llamada Kayleigh era tal vez el mejor del género progresivo de los años 80, le dije que me lo pusiera del tirón, que ya llegaríamos a un entendimiento luego de lo que pensaba de su música. ¡Pobre de mi! No sabía que mientras pasaba el disco iría convenciéndome de que no se debe menospreciar un disco de estos por un retazo descontextualizado de su grandeza. Entre caras de sorpresa y afirmación veía como todo estaba entrelazado en un material muy muy sólido y d'enorme belleza, solo era un simple mortal probando años después que otros un encanto del que algunos ya se habían emborrachado.

viernes, 15 de mayo de 2015

Crítica clásica: Music of My Mind de Stevie Wonder (1972)

La música que te hace sentirte y ser guay siempre será la que incite a bailar, a divertirte y que ponga los instrumentos al servicio del ritmo y la elegancia marchosos. Y aunque soy un fanático de lo progresivo y lo metal, para la pista del baile no ha existido jamás nada tan bueno como el buen funky mezclado con el R&B y soul. Hay muchísimos músicos que dignificaron el estilo, pero hay uno entre todos ellos que es como tocar en el hueso, la base de todo, el músico más transversal del estilo y tal vez el que más legado de futuro marcaría. Y es que su apodo "maravilla" le quedaría que ni pintado a un entonces chaval ciego que le daría alma al estilo e incluso a una época.

Stevie Wonder (Stevland Hardaway Morris) en los años 70 estaba viviendo el apogeo de un larguísimo trabajo de ascenso discográfico. Los años 60 habían estado inundados de discos del joven Wonder buscando su sitio en el mundo, con algún disco bastante lúcido por el camino como Up-Tight (1966). Pero según mi criterio todo fueron nobles intentos hasta que llegó el gran pistoletazo a nivel creativo de su carrera Where I'm Coming From (1971), un disco más valiente que desgraciadamente en su momento no fue tan bien valorado por la crítica. Estos lo colocaban como una respuesta pobre a la publicación de What's Going On (1971) de Marvin Gaye. Como siempre, los críticos para parecer muy resabidos la cagaron en vez de divertirse con lo que considero que es el inicio de la etapa dorada del músico. Afortunadamente, Stevie Wonder seguía confiado en su estilo y empezó a preparar su siguiente bala de la recamara.

El género funk parecía en pleno ascenso pero igual que el mercado, Stevie Wonder lo asimilaba con calma entre su repertorio. Le gustaba mezclar también mucho soul y R&B, el mercado discogràfico funcionaba así y el se sentía a gusto y en su registro con este estilo. A parte su voz enérgica y dulce se mezclaba con su música más vitalista y enérgica, que no siempre necesariamente positiva. Y es que por esos tiempos lo que dominaba era la música de Don McLean, Gilbert O'Sullivan, Neil Young o Al Green. Y si nos centramos en el funk pues Ohio Players, Average White Band o George Clinton con los Parliament Funkadelic mandaban en la escena. Con ese panorama, podríamos decir que Wonder se presentaba como un punto intermedio en las tendencias musical de su tiempo, dejando de lado el rock y sus facetas más duras.

domingo, 10 de mayo de 2015

Crítica: Trouble in Paradise de La Roux (2014)

Continuando con la investigación de música actual que estoy haciendo, esta vez nos pararemos a ver un poco de synthpop. Este subgénero de música tubo mucha aceptación en los años 80 y siempre se ha considerado que en los años 90 cayo en el ostracismo debido a los movimientos de música alternativa y el britpop tanto en Estados Unidos como en Inglaterra. Por eso, me sorprende aún la idea de encontrar música de este estilo actualmente y encima de calidad. A parte tenemos un pequeño problema en España y es que la forma en la que llega la música es 0% democrática y por esa razón uno muchas veces da por muerto algo que en verdad sobrevive más residualmente, pero que sigue con el corazón palpitante.

Otra reflexión que me gustaría hacer es que actualmente estamos en el momento más ecléctico de la historia en lo que se refiere a satisfacer los gustos. Si, la música que domina mayoritariamente es una mierda pero eso no significa que buscando bien podamos encontrar nuestro sitio musical en el mundo, ya que sería tonto pensar que somos la única persona en el mundo con inquietudes con un estilo. Hay espacio para los tradicionalistas y los que buscan la renovación constante de su género musical favorito y es que al Cesar lo que es del Cesar, en la actualidad, igual que toda la vida, hay músicos suficientemente talentosos que saben como tirar adelante la música que nos gusta. Por ejemplo, yo tengo claro que con Vampire Weekend, Arctic Monkeys, Accept, Dream Theater o Queens of the Stone Age puedo tener dosis de música actual a la talla de otros históricos, sea por su experiencia en el mercado o porqué son una nueva esperanza.

Entonces siguiendo esta regla de 3, si me gusta mucho la música de los 80 tendría que encontrar algo equivalente a día de hoy. A parte, me da igual si sigue las formas clásicas o las renueva y con ese principio en mente me he topado con este disco y por ende con La Roux. Lo más curioso es que estamos ante una banda que tiende a las formas antiguas, siguiendo el estereotipo actual y ¿cual es ese? Pues estamos ante una banda fundada en 2006 y que ha sacado disco cada 8 siglos aproximadamente, haciendo que su discografía sea breve, bastante breve. Su primer disco, La Roux (2009) salió y lo petó ganando un Grammy por el mejor disco de electrónica y dance. Su estilo mezclaba la música actual con algunos acabados que recordaban ecos del pasado. Pero entre la tensión de las giras que le hicieron perder la voz y la marcha de su compañero Ben Langmaid, hicieron que Elly Jackson diera un parón en seco a su carrera.

martes, 5 de mayo de 2015

Crítica clásica: Angel Dust de Faith No More (1992)

El espiritu americano es muy grandilocuente y como nación siempre ha sentido una identidad muy fuerte, como si fuera la nueva tierra prometida. Evidentemente han habido siempre voces críticas de lo recalcitrante que resulta a ratos su gobierno y ciertas ideas que corren por su basto imperio. Pero la idea es esa, se ven y creen muy grandes como nación. En el terreno musical diría que pasó lo mismo en los 80 cuando mucha de la música importante cedió el testigo de Inglaterra a Estados Unidos. No es que las tierras británicas estuvieran faltas de grandes figuras, al contrario, pero ahora los que llevarían la batuta de las tendencias y sobretodo en el metal sería Estados Unidos con el thrash.

Que si, que Maiden, Priest o Sabbath eran estupendos por aquellos años y precisamente como seguidor de ellos, les doy todo el mérito por sus grandes discos. Pero a partir del año 83 el terreno americano fructiferó y sacaron su vena de primera potencia mundial. Pero como dice Goyo Jimenez, "tienen que ser la primera potencia mundial para todo" incluso para matar a su criatura y poner otra de más guay según las nuevas generaciones, el grunge. Aunque eso sería un burdo reduccionismo, la realidad es que la juventud parecía muy interesada en aquellos tiempos en la música alternativa, todo lo que reforzaba el carácter diferente y marginal era la moda. Por eso los preceptos de vida y música de Nirvana triunfaron, pero de nuevo, pensar que sólo ellos fueron los autores con letras mayúsculas de ese chillido de soledad y cambio americano sería una gilipollez.

A finales de los 80 digamos que bandas como Soundgarden ya experimentaban con un sonido oscuro, triste y furioso contra un mundo algo desubicado y desilusionante. Eran una especie de premonición venida de Seattle que prodigaba un metal o hard rock alternativo que se apartaba de la velocidad y la locura del thrash. Al mismo tiempo, otra banda estaba sacando provecho de que sus músicos eran de gustos dispares para crear un sonido alternativo al metal tradicional. Ellos durante sus primeros discos, tales como We Care a Lot (1985) o Introduce Yourself (1987) no eran conscientes de lo mucho que se marcaría a fuego su mezcla de metal con funky. Solo hace falta ver a Red Hot Chili Peppers en sus primeros años para entender lo que quiero decir. Estaban destinados a ser una banda muy grande pero había un elemento en ella que la limitaba alarmantemente y era su cantante Chuck Mosley.

lunes, 4 de mayo de 2015

Crítica: The Magic Whip de Blur (2015)

Hace 20 años estaba muy de moda el movimiento del britpop, nacido entre muchas cosas por la oleada que los Stone Roses dejaron con el sonido madchester a finales de los 80. Este movimiento era la representación del rock alternativo que se fabricaba en Reino Unido, mientras que en Estados Unidos triunfaba el grunge. Hablamos de una música más comercial de buenas a primeras en el sentido de que sus canciones eran más parecidas a lo que todos podemos entender por un hit actual, pero sin despegarse del aroma rock/pop de melodías dulzonas. Fácil, sencillo (y para toda la familia).

Dentro de esa corriente musical había dos grandes capos que dominaban el mercado de lo alternativo, por un lado los más serios pero a la vez sucesores del sonido de The Beatles, Oasis. Por el otro, estaba una banda que se lo tomaba todo más con sátira en su primera época, Blur. Esta, empezó con discos que marcarían la contraestética de los primeros y su cúspide llegó con los discos Parklife (1994), The Great Scape (1995) y Blur (1997). Tres discos idiosincráticos que mostraban la personalidad de unos músicos muy diferentes tomandose la musicalidad de los 90 como les daba la gana. Damon Albarn, Alex James, Graham Coxon y Dave Rowntree se hicieron muy famosos por aquellos tiempos y eso también les llevaría a pensar en que querían hacer de su música en ese punto y todo tomó un nuevo rumbo con 13 (1999).

A día de hoy, considerado una maravilla de disco con un aroma que mezcla lo hímnico y un sonido más apagado y alternativo. Pero aún se adentraron más en la introspección musical cuando la estabilidad de la banda se aguantaba de un hilo muy fino. Albarn, como cantante y mente creativa de la banda, parecía muy ocupado con su nuevo proyecto Gorillaz y Graham Coxon andaba tan desconectado de la banda (drogas) que simplemente se largó dejando a los otros tres en manos la hazaña que sería Think Tank (2003). Un disco diferente a todo y que creo que formaba parte de la enorme indagación musical que estaba haciendo Albarn por aquellos tiempos. El disco salió al mercado y con los años ha ganado mucha comprensión por parte de los que seguimos la música de estos ingleses de Londres.

jueves, 30 de abril de 2015

Crítica clásica: Synkronized de Jamiroquai (1999)

Haber nacido en los 90 y tener veintipico años muchas veces hace que a nuestra generación se la considere la que estropeó las cosas con el tema de la música. Mucha gente de 30 y pico para arriba nos mira como los máximos promotores del reguetón más denigrante, la electrónica desposeída de todo encanto y del pop que ya no mira por su salud sino por su bolsillo. Y si, siento por mi interior algo parecido a la rabia y la pena cuando veo que las listas de éxitos están inundadas de canciones pedantes y tontas; y en cambio las buenas composiciones se quedan camufladas cuando realmente se lo han trabajado. Hoy por mi parte, os voy a enseñar una pequeña parcelita de lo que valdría la pena que dominara en nuestras discotecas actualmente.

Jamiroquai es de esas bandas que si fueran de las más vendidas actualmente, el mundo me parecería un sitio más decente. Un sonido que lo primero que me viene a la mente al escucharlo es: ¡Que guai me siento! Mis venas se inundan del groove de su música y no puedo evitar bailar sus pegajosos ritmos que están tan trabajados. Históricamente, fue de esas bandas que se marcó a fuego en los años 90 con una mezcla entre acid jazz y funk que arrasó en ventas. Su primer disco, Emergency on Planet Earth (1993) era una muy grata sorpresa musical que hizo que la figura de Jay Kay, con sus estrambóticos sombreros y su música muy rítmica se quedara clavada en las retinas y orejas del público. Lo más curioso, es que siendo una banda inglesa, caló más en Francia que en su país de origen, pero tengamos esto claro, los franceses han sido siempre muy amantes de la música de baile.

Al año siguiente, de nuevo lo mismo con The Return of the Space Cowboy (1994) que además de bien vendido, pulía el sonido en tema vocal y de bajo. Diría que a través de él, la figura del bajista Stuart Zender tomaría un estatus elevadísimo , por su técnica ágil y pseudo-improvisadora y el instrumento se volvería a poner de moda. Lleno de grandes canciones, este disco demostraba una banda con un increíble potencial que sólo necesitaba un empujón más para destacar. Y lo consiguió y encima por todo lo alto dos años después con Travelling Without Moving (1996). La música resultaba ser más potente, segura, elegante y orquestrada. Parecía que habían llegado al cenit de su sonido y eso se tradujo en el disco de funk más vendido de la historia. La gente se fundía en elogios hacia la obra de Jay Kay y su equipo de magníficos músicos. Pero entonces la que sería la cuarta entrega de la banda se retrasaría tres años por la larga gira que realizaron y las tensiones internas.

martes, 28 de abril de 2015

Crítica clásica: Pure Instinct de Scorpions (1996)

Según que bandas tienen la suerte que los denominados "discos malos" de su carrera, terminan por ser simplemente los menos buenos. Pero no por ello dejan de ser trabajos con material decente para engrosar el catálogo de los artistas y hasta curiosamente lo peor de estas bandas llega a ser lo mejor que podría sacar alguna banda mediocre. Estos Scorpions que podían sacar discazos como Taken by Force (1977), Love at First Sting (1984) o Crazy World (1990), también podían elegantemente tropezar igual que cualquier otro ser humano con alguna piedra en el camino. Pero repito, tropezaron elegantemente.

En el caso de los alemanes que ya conocemos sobradamente su piedra digamos que fue el repetirse, el aprovechar demasiado el tirón, el hecho de estancarse sin renovar. Y aclaremos la papeleta amigos, uno puede quedarse parado en un sonido y generar música de calidad y vivirlo a tope y sin hacer una obra maestra, firmar un disco ciertamente divertido. Algo así si lo recordais paso con AC/DC y su disco Flick of the Switch (1983), que no renovaba y encima retrocedía en el sonido crudo de los 70, pero no dejaba de ser un disco ciertamente notable porque era primitivo, impulsivo y con grandes ideas. Pues con Scorpions digamos que pasó lo mismo durante los años 90, podían grabar canciones con potencial y garra que te hacían disfrutar el disco, pero claramente ya no era ningún impacto para el oyente habitual de la banda.

Ya os dije en la anterior entrega que con Crazy World (1990) firmaban su último disco clásico, el último que realmente podía decir con todas las de la ley que pulía su sonido y los elevaba al máximo estrellato. Las giras lo petaban, pero su siguiente movimiento discográfico tardaría 3 años y se apodaría Face the Heat (1993) y saltaron las dudas. Particularmente me parece un disco muy contundente, con un sonido muy moderno y ligado a esas guitarras espectaculares de bandas como Guns N' Roses, lo que pasa es que le faltaba un poco el brillo del disco anterior. Aunque todo rodaba a buen nivel, nada sonaba a clásico inmediato y parte de la crítica se ensañó con ellos. Era cuestión de gustos y aunque el anterior disco parecía aceptable, este disco a orejas de muchos puristas era simplemente demasiado y demasiado frío.

sábado, 25 de abril de 2015

Crítica: Sky Sounds de Magic Castles (2014)

La capacidad creativa del ser humano es enorme y cuando uno se queja de que no hay nada musical que le llene, a veces sólo se necesita ir a investigar por alguna tienda y encontrar alguna portada que toque una fibra desconocida de nuestro cuerpo. A mi me ocurrió eso hace algo más de un mes con este disco cuando rondaba por las tiendas de Carrer Tallers en Barcelona. Yo vi al disco y el me vio a mi y así se dio el flechazo mientras apuntaba nerviosamente su nombre en el móvil como cuando una chica hermosa nos da su número y deseamos saber que hay tras ella, pero también que nos gane ella con lo que tiene por ofrecer.

Y es que parece que es ahora que me doy cuenta que si en esta vida nos movemos por crecer y evolucionar y ser mejores en lo nuestro, es inevitable que de ahí nazcan las cosas más bellas que nos depara la vida. Por eso hoy vengo a celebrar los frutos de mi descubrimiento con vosotros, para dar un poco de color a esta mañana gris que no puede impedir que el día sea magnífico si así lo deseamos. Entonces ¿que es Magic Castles? Son una banda formada por Jason Edmonds en 2005 de neo-psicodelia y shoegaze con un sonido muy ligado a la era hippie y a lo beatleliano. Como me dijo alguien en su momento tienen un sonido muy feliciano y por poner un ejemplo, pueden resultar hasta cercanos a Grooms, que ya vimos hace tiempo por estos lares.

Discográficamente hablando tienen con este 3 discos en el mercado, aunque desafortunadamente su difusión es bastante pequeña. El primero, el LP Songs of the Forest (2009) parecía un disco sacado de los años 60 con fusión de sonidos del rock comercial como The Animals y del sonido experimental como The Velvet Underground. Aún tenían que definir su sonido como banda ciertamente y con esa idea nació su debut Magic Castles (2012) que me parece un disco muy robusto en el que fusionaban con gracia la gracia pop con el shoegaze más orbital, creando una experiencia que se mide más por como te absorbe que por su musicalidad (que también es destacable). Esa es la base de cuando se escucha un disco como hoy, dejarse llevar como si nuestra mente fuera una brisa que se mueve por toda nuestra habitación hasta encontrar la puerta. Entonces va al cielo y al mirar abajo, se deja maravillar...

viernes, 24 de abril de 2015

Crítica clásica: The Division Bell de Pink Floyd (1994)

¿Porqué existe una necesidad tan estúpida de que los críticos demos pie a los mismos discos de siempre? Entiendo que siempre es bueno recordar aquellas obras que han marcado un antes y un después en la música, pero la obligación moral de un crítico, a parte de ser sincero con su criterio, es dar impulso a aquellas obras que han quedado un tanto desmeritadas o infravaloradas. Y es que con Pink Floyd ocurre eso, que sus obras magnas son tan magnas, que todo lo que se sale de esa época de los 70 parece que tenga que ser malo o indecente. Después de ver que algunos se han quitado la venda de los ojos, es hora de que ofrezca mi visión sobre un disco que genera polémica y veredictos planos, que no miran la calidad sino, el músico que no está.

El que sería el tercer disco en catorce años de una banda legendaria y su despedida oficial hasta hace poco, no fue bien entendido por mucha gente en su tiempo. Incluso a día de hoy, The Division Bell (1994) tiene a la comunidad dividida y nunca mejor dicho entre los que le han encontrado color y sabor y los que lo miran como un ente inferior que fue creado por una banda que sin Roger Waters, no podía ser Pink Floyd. Algunos seguramente no sabréis quien es este hombre, pero sólo hace falta resumirlo como el creador de gran parte de la música y letras de discos como Animals (1977), The Wall (1979) o The Final Cut (1983). Los dos primeros nombrados, eran excelentes obras del rock progresivo con un carácter conceptual muy potente. Pero el último de ellos, que trata sobre la Guerra del Atlántico Sur de 1982, fue elaborado en un ambiente muy enrarecido y casi podría llevar la firma en solitario del bajista.

Con su última creación, Waters dejaría la banda, tomándola ya por acabada, pero digamos que las cosas no salieron como esperaba. David Gilmour (guitarra), Nick Mason (batería) y Richard Wright (contratado como músico a sueldo en los teclados) decidieron resurgir de las cenizas y tirar adelante con la banda con A Momentary Lapse of Reason (1987). Este disco tenía potencial, pero se nota que tenían que pulir la fórmula para llegar al nivel visto antes de 1983 ya que optaron por un disco más suave y muy apegado al sonido de los 80. Eso si, dieron vida a la banda y con suerte y los años, se encaminaron en un nuevo disco. Para ese momento, Roger Waters estaba manteniendo una disputa legal contra los otros tres reclamando que no se pudiera usar el nombre Pink Floyd sin su consentimiento, eso trajo algunos quebraderos de cabeza a la formación, pero a Gilmour le dio una idea.

sábado, 18 de abril de 2015

Crítica clásica: Sabbath Bloody Sabbath de Black Sabbath (1973)

Un buen riff es la base de una canción rock y sobretodo, es el distintivo de una canción de heavy metal. Hay grandes riffs inolvidables y ya muy típicos que a día de hoy son tarareados como la cosa más guay del mundo y son las cosas más interpretadas por todo principiante que se hace con una guitarra. Un ejemplo, es Smoke on the Water (1972). Cuantas veces hemos visto a algún tipo echarse la patillada con este riff como si fuera el nuevo grand master supreme guitar hero, sin tan si quiera saber quien coño es Ritchie Blackmore (guitarrista de Deep Purple y Rainbow).

En mi caso, siempre he sido muy prolijo a los riffs de Tony Iommi, ya que de él emergió toda una serie de composiciónes con carácter y muy buen gusto que condujeron el heavy metal desde su creación hasta su primer gran momento de gloria. Particularmente, creo que el escalafón más grande se encuentra en las obras que hicieron Iommi, Geezer Butler, Ozzy Osbourne y Bill Ward en 1973 y 1975. Sabbath Bloody Sabbath (1973) y Sabotage (1975) son a mi parecer dos piedras angulares con las que se aprendería a tallar grandes discos de metal en los siguientes 15 años. Pero hoy nos quedaremos en la primera de estas entregas, porqué siempre me ha tenido enamorado su musicalidad, el ir más allá de 4 acordes y empezar a hacer riffs melódicos pero muy contundentes y satisfactorios.

Bien, pongámonos en situación, Sabbath en 1973 ya había sacado 4 discos de estudio de gran nivel que sirvieron para ir tallando el género con un nivel de excelencia poco discutible. Pero Iommi tal vez estaba un poco desgastado de implicarse tanto en los discos y no obtener el éxito soñado. Si, básicamente se podían tirar el santo día dándole a las drogas y disfrutando de un estatus de fama muy respetable, tenían para sus caprichos pero como artistas buscaban más que comodidades. Os pondré una imagen para que os hagáis una idea bastante curiosa sobre sus seguidores, en Estados Unidos habían consolidado una legión más o menos estable de 500.000 fans que compraban sus discos el año de su salida, pero tenían que esperar más o menos una generación para que ese mismo disco llegara al millón de ventas (10 años). Por decirlo de alguna forma, Sabbath era una banda realmente solvente pero marginal en el mercado. Pero alguien se uniría a la fiesta...

miércoles, 15 de abril de 2015

Crítica: To Pimp A Butterfly de Kendrick Lamar (2015)

Hay un momento en la vida en el que para no quedarse atrás se debe virar, porqué parece que la carretera que hacía tiempo que usábamos no va más lejos. En mi caso, me he dado cuenta de que no entender el hip hop me podía traer grandes problemas para estudiar la música popular. Mis referentes en este caso son realmente pobres y os puedo decir que mi modelo perfecto de discos de este género son en verdad híbridos como Licensed to Ill (1986), Paul's Boutique (1989) o Check Your Head (1992) de los Beastie Boys o Rage Against the Machine (1992). Pero mi decisión es clara desde hace unos días, quiero poder decir que he escuchado el género y me he dedicado a valorar sus innovaciones, ya que como os habréis dado cuenta, si no añades cuatro versos rapeados en tu canción popera eres un anticuado.

Voy a hablar de este disco desde mi experiencia, sin aditivos ni chorradas mega intelectuales. La verdad. es que me quiero dejar sorprender como un niño ante su música y sacar a relucir aquello que me parece innovador, interesante y emotivo. Hablando de Kendrick Lamar, nos tenemos que hacer a la idea de una joven figura del mundo del rap que empezó a destacar en 2010 con su álbum de arreglos Overly Dedicated. Como resultado de su éxito, al año siguiente ya pudo publicar su primer disco, via iTunes, Section.80 (2011). Pero el que se considera su ascenso estilístico es Good, Kid, M.A.A.D. City (2012). De su estilo puedo extraer unas formas muy elegantes, experimentales y alternativas a mucho hip hop que se me hace denso de escuchar. Por decirlo de alguna forma, me recuerda un poco al entorno agradable que sentía con Massive Attack en Blue Lines (1991) pero sin llegar a las formas de jazz o ambientalismo de estos.