viernes, 30 de septiembre de 2016

Crítica: Reggatta de Blanc de The Police (1979)

Si The Police se ha convertido en una de esas formaciones legendarias por las que la gente pagaría por resucitarla en cada momento es por una razón muy simple, hacer en poco tiempo y pocos discos, siempre movimientos acertados. Pero a parte tenemos que entender que con ellos hubo la mejor transición posible entre la música de los 70 y los 80; esa curva que abarca el punk o el reggae que había triunfado durante la década que cerraban y abriendo paso a ese new wave y post-punk que definiría las primeras gateadas de los 80.

Es importante recalcar también que no estamos ante una banda de amigos de escuela que formaran su grupo desde niños, sinó tres músicos ingleses que ya hacían sus pequeñas giras con bandas del momento. Sting y Stewart Copeland se conocieron cuando sus respectivas bandas (Last Exit y Curved Air) se toparon en algunos conciertos. Se intercambiaron sus teléfonos y se pusieron a practicar juntos, viendo que había una química musical realmente buena. Sting, siendo bajista y Copeland en los parches, querían a un guitarrista que pudiera consolidar el sonido punk/new wave que querían elaborar, contratando a Henry Padovani hacia 1977. Pero al poco tiempo conocieron a Andy Summers, guitarrista del proyecto Strontium 90, al que se unieron temporalmente. Aunque Summers era un hombre entrado en los 30 y los otros dos eran unos veinteañeros de toma y loma, se entendieron rápidamente, dejándose llevar por la ambición musical de Sting.


En 1978, sacando al mercado Outlandos d'Amour, lograron entrar en posiciones realmente altas de las listas tanto inglesa como de Estados Unidos. Singles como Roxanne, So Lonely o Can't Stand Losing You resaltaron la formula musical de este trio, allanándoles el terreno para hacer el siguiente disco. Por eso, con todo el relax del mundo fueron a ensayar y dejar fluir nuevas ideas para su siguiente obra. Pero siendo claros, si en el anterior disco Sting andaba inspiradísimo a nivel musical, en este caso necesitó un poco más de ayuda de Copeland y Summers. Llegaron a usar ideas del pasado para dar forma al disco, incluso modificando sustancialmente canciones de cuando estaban en Last Exit o Curved Air para resolver la papeleta. Esto mezclado con algunas nuevas canciones que muy paulatinamente fueron surgiendo durante las 4 semanas de grabación del disco, conforman el conjunto que hoy analizaremos.

miércoles, 28 de septiembre de 2016

Crítica: Reign in Blood de Slayer (1986)

1986 fue uno de los años más trascendentales de la historia del heavy metal; apareciendo algunos de sus mejores discos. Por aquel entonces, dos corrientes lideraban el género: el thrash y el glam. Tanto una vertiente como la otra nos regalaban discos muy importantes que iban destinados a dos tipos de personas muy diferentes. El glam o hair metal, surgía de los sonidos elaborados por Van Halen o Aerosmith, mezclados con elementos del pop más edulcorado, siendo un "metal" para las masas (aunque se discute aún si le podemos llamar metal o tipo de hard rock). Nombres como Motley Crüe, Poison o los primeros Bon Jovi iban muy atados a este estilo, aunque luego se expandiría todo mucho más allá de sus fronteras originales en Los Angeles.

Pero totalmente contrarios a este estilo se encontraban las bandas de thrash metal como Metallica, Megadeth, Anthrax o Death Angel (como primera generación del mismo). Evolucionando de los sonidos del speed metal de bandas como Mötorhead, Accept y de las influencias del metal inglés (Iron Maiden, Judas Priest, Saxon) y el punk, eran bandas veloces, furiosas y sin los toques pop y románticos del glam. Músicos de poca guapura y como mucho, con maquillaje para hacerse los chungos. Pero entre todos ellos hubo una banda que se tomó muy a pecho lo de acojonar y ser feroz, Slayer. Herederos de Venom en terrenos americanos, era la banda de thrash que más se quedaba en la barrera entre lo rápido y el metal extremo. En 1983, sacaban su primer disco, Show No Mercy que igual que Kill 'Em All de Metallica era una forma muy llamativa de decir que el mundo se tenía que fijar en ellos, que querían ser un nuevo referente.


lunes, 26 de septiembre de 2016

Crítica: NunSexMonkRock de Nina Hagen (1982)

Debo decir que hace poco un buen amigo me abrió las puertas hacia una de las artistas más experimentales del mundo del rock. Al principio sentía reservas hacia ella debido a su forma de presentarse en sociedad. Pero a medida que han pasado los meses desde aquel primer encuentro formal con su música, mi admiración ha ido creciendo a medida que he ido descubriendo su discografía. Y es que encasillarla en un estilo sería una tontería bastante grande ya que la variedad tiene tanta importancia en su vida como su necesidad de reivindicarse. Eso da como resultado que sus primeros y más valiosos discos sean metaversos independientes el uno del otro, en los que se ve el crecimiento personal de una Nina Hagen que pasa de ser una jovenzuela punkarra con una banda a una madre que empieza a valorar el mundo místico y extrasensorial.

En este caso vamos a ir a lo último, con tal vez el disco más experimental de la carrera de Hagen, pero antes demos un poco de contexto. Hacia 1980, la cantante y compositora ya estaba haciendo una nueva formación de músicos dejando atrás la conocida como Nina Hagen Band. Pero mientras estaba preparando una gira por Estados Unidos se percató que estaba embarazada y tubo que suspender todo el proceso. Al poco de saber de su embarazo, rompió con el padre de la futura Cosma Shiva, Ferdi Karmelk, con el que había estado preparando buena parte de las nuevas canciones que presentaría en su ya tercer disco. Podemos decir que al mismo tiempo que resultaba convulso este tiempo para Hagen a nivel emocional, era renovador y le abría esperanzas e incertidumbres por el nacimiento de su primera hija.


viernes, 23 de septiembre de 2016

Crítica: Blackstar de David Bowie (2016)

Hay personas que han nacido con una estrella en esta vida para brillar incluso cuando están a un pie de dejar este mundo. David Bowie, está destinado a pasar a la historia como uno de estos, que igual que un Beethoven o Mozart, ha marcado una época de la música y ha sobrevivido a sus ires y venires. Pero al mismo tiempo y lo queramos o no, nos topamos con una persona que como tu o como yo pues le daba vueltas a la cabeza por sus problemas vitales y que viendo que le quedaba poco en nuestro plano decidió planificar una obra musical que reflexionara en buena parte sobre lo que se le venía encima, la muerte.

Haciendo un poco de recopilatorio de todo lo que he podido escuchar de Bowie, su música ha pasado de la rebeldia del folk y el glam de principios de los 70 (Hunky Dory, Ziggy Stardust, Aladdin Sane) a la experimentación en la segunda mitad de la década, como si estuviera buscando a ese misterioso "yo interior" que todos tenemos (Station to StationLow, Heroes, Lodger, Scary Mosters). Luego, algo le hizo chocar después de tanta exploración, como si se hubiera encontrado con alguna entidad que lo ahuyentó e hizo que se fuera a la música más pop rock de los 80 (Let's Dance, Tonight). Pero al llegar los 90 casi no se notaba a ese Bowie tan rompedor de dos décadas atrás e iba sacando discos que a ratos llenaban (Earthling) y a ratos dejaban con una mueca de pocos amigos (Black Tie White Noise). Toda esta divagación intentando reencontrarse duró hasta principios del nuevo milenio, cuando Bowie hizo un largo parón para reflexionar tras el disco Reality (2003).

miércoles, 21 de septiembre de 2016

Crítica: Kaya de Bob Marley and the Wailers (1978)

Ya hace 35 años que no contamos con la presencia de la cara más reconocible de la música reggae a nivel internacional y evidentemente, en algún momento era importante hacer alguna valoración sobre su obra, ya que su legado sigue muy presente en las generaciones actuales, aunque ya no con el mismo espiritu. El mundo se ha vuelto más frívolo y se ha dejado contagiar tontamente por el postureo, dejándonos desorientados de como conseguir la auténtica felicidad. 
 
Por eso hoy os traigo un disco que despunta un sentimiento algo más auténtico, una busqueda de la paz y la felicidad que coincidiría en su momento con los intentos de Marley de poder volver a Jamaica y pacificar la situación política del país.

A través del concierto One Love Peace Concert, Marley quería conciliar a los partidos nacionales de Jamaica: PNP (Partido Nacional del Pueblo, liberal socialista) con el JLP (Partido Laborista de Jamaica, conservador). Igualmente el disco tenía que servir de catalizador mundial de los valores rastafari del artista, unido a la importancia del kaya (la marihuana) para su religión. Con esa meta en mente, parecía que quería dejar un poco la política de lado en su mensaje para unir canciones nuevas y viejas de su catálogo de forma remozada para expresar sus emociones mas tranquilas. 

Y es que si bien Marley en ciertos ámbitos como el sentimental no es que precisamente pudiera ejercer de ejemplo, si que su estilo de vida fuera de eso mostraba una búsqueda del equilibrio cuerpo/mente y de esas energías el se valía para su obra. Aunque curiosamente ese equilibrio lo perdería durante el periodo de Kaya, cuando tendría un accidente jugando a fútbol con unos periodistas. Uno le pisaría el dedo gordo del pie haciéndole grandes daños y generándose un melanoma maligno.


Curiosamente, eso no lo pararía y Marley después de unos tratamientos de prevención seguiría adelante con la gira de este disco, cosa que con los años demostró que no era lo más prudente para su salud, pero eso ya os lo contaré en otra ocasión. Y es que si nos centramos en el trabajo que tenemos entre manos, nos llegan ecos de unos tiempos pasados de Marley (1971-1973) en los que él y los Wailers estaban trabajando en discos como Soul Revolution Part II o African Herbsman

Pero también nos encontramos con nuevos temas que entrarían dentro de sus grandes hits. Al mismo tiempo, debemos unificar mentalmente lo que veremos de este disco con su disco anterior, Exodus (1977) que lo había alzado al estrellato poco antes a nivel internacional. En los dos discos se unían presente y pasado (con un buen lavado de cara) para generar la fórmula del éxito.

lunes, 19 de septiembre de 2016

Crítica: Every Open Eye de CHVRCHES (2015)

Estamos en una época en la que bajo la electrónica, muchas bandas esconden su falta de sustancia o pasión. Y por mucho que lo quieran esconder al final se descubre antes a un mentiroso que a un cojo. Pero afortunadamente, hay bandas que han sabido usar el synthpop como un medio para dar una paleta de colores muy especial a su música. En la isla de Gran Bretaña y sacando del radar la inglesa ciudad de Londres nos encontramos las tierras escocesas de Glasgow, donde una banda de este género ha sabido captar mi atención. 

Y es que Chvrches es de esa bandas que han sabido beber de las fuentes adecuadas, teniendo de referentes a bandas y artistas como Eurythmics, Prince, Madonna, Cyndi Lauper. Depeche Mode o Whitney Houston. Al mismo tiempo, ellos tienen una identidad que fuertemente remarcan haciendo que todo lo que ellos han visto de bueno en sus maestro lo adapten a su fórmula y no al revés.


Lauren Mayberry, Iain Cook y Martin Doherty ya sorprendieron a la crítica con su anterior disco, The Bones of What You Believe (2013) dejando un buen sabor de boca y a la espera de más. Desafortunadamente, la banda no empezó a formar parte de mi ecosistema musical hasta la aparición del disco que hoy vemos, que poco a poco se fue trabajando junto a su antecesor la opinión que hoy tengo sobre la banda. 

El sistema de grabación de los dos discos me parece de lo más interesante, ya que estos fueron elaborados en un sótano que Cook consiguió y en el que estan los Alucard Studios donde por cuatro chavos podían producir sin preocuparse en exceso del dinero. Durante el proceso se grabaron 21 canciones quedando 11 de ellas para el disco, buscando que en el disco se percibiera la espontaneidad del proceso en el que no buscaron ningún músico extra para reforzar la idea de banda.

viernes, 16 de septiembre de 2016

Crítica: Diamonds and Pearls de Prince (1991)

Dos de las figuras más camaleónicas de la música de los últimos 50 años nos han dejado no hace mucho. Primero David Bowie, un avanguardista dentro de la música popular que supo entender el sentir de diferentes décadas en lo que a estilos se refiere y destacando claramente a finales de los 60, todos los 70, 80 y los últimos 5 años. El otro grande, Prince. Y es que Prince Rogers Nelson, cumple el mismo rol que Bowie dentro de la música negra de los últimos casi 40 años, llegando a colarse entre lo mejor de la música popular y disputándose contra titanes como Michael Jackson, Madonna o Phil Collins, por poner algunos ejemplos.

Pero es curioso como si bien se han mitificado muchos de los discos de los años 80 de Prince (o cualquiera de sus tropocientas nomenclaturas); los 90 fueron una época valiosísima para este artista, pero de la que no se realizan rediciones discográficas como se precisaría, llegando a valer algunas de sus obras en vinilo incluso centenares de euros. Hoy trataremos el disco que empieza la traca buena que el músico de Minneapolis hizo a principios de los 90. Y debemos entender que alrededor de este disco se presentaba un panorama musical en plena evolución y en el que se daba mucha importancia a la música alternativo y a los estilos callejeros (rap, hip-hop) o que hasta el momento eran de las subculturas (grunge).

En ese momento de transición, Prince decidió crear una nueva formación de músicos con la que se rodearía la New Power Generation y de la que ya daría alerta en su anterior disco Graffiti Bridge (1990). El cantante y multiinstrumentista, ya llevaba algunos discos trabajando en sonoridades muy ligadas a lo urbano, creando un cocktail que ya estaba refinando desde los tiempos del Sign o' the Times (1987). Por el otro lado su competidor más directo, Michael Jackson, sacaría poco más de un mes más tarde su disco Dangerous (1991), que confirmaría por parte del artista más comercial de su tiempo el nuevo rumbo de los hits musicales. Entonces se nos presenta conveniente repasar ágilmente este disco para ver a través de sus canciones esta capacidad de transformación musical que Prince poseía.

jueves, 15 de septiembre de 2016

Crítica: Don't Break the Oath de Mercyful Fate (1984)

Hay discos de metal de gran calidad que van saliendo constantemente, discos que siempre se nombran como referente de otras bandas posteriores o discos que suponen una evolución. Pero hay obras que a nivel personal de cada uno de nosotros, nos cambian nuestra forma de valorar la música. En mi caso, existe una banda que ha sabido crear en mi mente una referencia de lo que es la calidad con mayúsculas en el metal y es Mercyful Fate. Y es que no es por cualquier absurdo o banalidad que lo veo así, sino porque sus discos transmiten genialidad, variedad y trabajo duro por los cuatro costados. Sin duda, hay discos mejores y peores en su discografía pero ninguno de ellos sabe bajar de lo destacable en calidad. Desafortunadamente, no siempre la calidad repercute en el nivel de fama, ya que estos daneses han tenido un crecimiento de su fama muy paulatino a lo largo de las décadas y desde que en 1982 publicaran su primer, homónimo y excelente EP.

Su alineación principal, por lo menos la de la época de los 80 se puede considerar como un grupo de virtuosos, con un sonido muy particular, pero que eran en buena parte unos desconocidos. Primero, King Diamond (Kim Bendix Petersen), un cantante muy poco convencional y con unos tonos rudos y falsettos que lo elevan entre la flor y nata del mundo del metal. Diamond sería el artífice del aumento de popularidad de Mercyful incluso cuando la banda no estaba en circulación, a través de su carrera en "solitario". En segundo lugar, tenemos a la dupla de guitarristas que muchas de las bandas de metal clásico han tenido. En este caso Hank Shermann (René Krolmark) y Michael Denner, que demuestran ser dos artistas muy congeniados a nivel compositivo y que su distintiva sonoridad los elevarían como referentes del black metal. Timi "Grabber" Hansen era el bajista de la formación y dotaba de un enorme groove y empaque tanto guitarras como batería. Finalmente Kim Ruzz, baterista que con increíble buen gusto daba muy buena sincopa a la música. Muchos seguidores de la banda hacen referencia a una cierta perdida de la esencia de la banda cuando este artífice de los parches ya no estuvo entre las filas de la banda.

miércoles, 14 de septiembre de 2016

Crítica: Emotion Side B de Carly Rae Jepsen (2016)

El año pasado me sorprendí muy gratamente del disco publicado por Carly Rae Jepsen, E·MO·TION. Una artista de la que no me esperaba nada más que pop chicle (pop comercial para adolescentes y sin mucha calidad), apareció con uno de los discos de pop/synthpop que más disfruté el año pasado junto al disco de CHVRCHES, banda de la que hablaré muy pronto. Un disco que visto aún desde la cercanía, sabía trasladar el aroma de los años 80 sin dejar de sonar moderno y con ideas muy frescas. De alguna forma se podía sentir que la época del Hi-NRG había vuelto (estilo de música pop basado en la motivación, el baile y el ritmo divertido). Por eso al enterarme de que la artista ha publicado un EP de canciones descartadas del disco, pensé que era hora de darle una nueva oportunidad.

¿La New Retro Wave?

Pero es importante tener en cuenta que Jepsen sabe hacer que su música no sea una mera imitación de unas formas clásicas, sino unos principios bien aplicados a la identidad musical del ahora. Hay un portal dentro del mundillo bandcamp que se llama New Retro Wave Records, discográfica que promueve artistas con el sonido ochentero en la actualidad y que nos serviría para poner nombre a esta nueva corriente de synthpop que resurge. Lo que ocurre es que esta new retro wave, tiene dos vertientes, la modernizada que aplica Jepsen o CHVRCHES y luego otra tendencia más purista que siguen bandas como Miami Nights 1984 o OGRE, en la que se emulan casi clavados los sonidos y melodías de hace ya 30-35 años. Es curioso como generaciones de veinteañeros, volvemos a recorrer el mismo camino que nuestros padres con la misma edad.



Lo que debemos reflexionar en este caso es, que nos parece más adecuado: ¿Hacer réplicas de Ford Sierra Cosworth como en los 80 o crear nuevos modelos de coche que hagan homenaje sin perder nuestra identidad contemporánea?. Es un tema y pregunta que me viene muy en mente debido a que mucha gente se está quejando de una falta increible de creatividad en nuestros tiempos y al constante rescate de las viejas glorias para mantener vivo el arte. Pero muchos afirmamos que es muy, muy difícil hacer algo totalmente nuevo y que lo normal (y no por eso negativo) es aquellos que toman sus referentes y los saben conjugar con su espiritu musical, generando una evolución, es decir, un arte que va en círculos ascendentes a lo largo de la historia. Con esta premisa fijémonos ágilmente en este disco...

martes, 13 de septiembre de 2016

Crítica clásica: Load de Metallica (1996)

Se cumplen 20 años de uno de los discos más controvertidos de banda de metal alguna. Y es que la posición de Metallica dentro del género era tan relevante hasta ese momento, que cada movimiento que la banda hiciese discográficamente era tomado muy en serio por la comunidad musical. Si bien con el álbum Metallica o Black Album (1991) se ponía un broche de oro a la época más brillante de esta banda, al mismo tiempo, se estaba dando paso a una nueva sonoridad más apegada a los años 90. Bob Rock, productor del álbum de ventas multimillonarias empujó a la banda liderada por Hetfield y Ulrich a rebajar la velocidad y trabajar en la contundencia. Si el resultado son canciones de gran factura como: Enter Sandman, Sad But True, Wherever I May Roam o Of Wolf and Man; pues podemos dar el experimento por un innegable éxito.

Pero ¿que ocurre cuando te relajas en los laureles? Pues que puedes pasar de liderar un cambio a simplemente dejarte llevar por las tendencias o finalmente, trabajar a rebufo de las mismas. 5 años sin sacar un disco para una banda como Metallica tenía que pasar necesariamente factura y además si como dirían los ingleses, haces un "twist" muy grave en el sonido reconocible de la banda, se pierde un poco de identidad y al mismo tiempo, a mucha gente que le enamoró ese carácter tan frontal, contundente y feroz de los primeros discos de la banda. Aún con esas premisas, no se puede negar que estamos ante unos compositores de buen nivel y sobretodo gracias al mínimo de calidad y carácter que ofrece James Hetfield a sus melodías. Es por eso necesario entender las dos facetas que aguardan al oyente ante este disco, destinado a ser en principio una obra doble junto a su hermano Reload (1997).