domingo, 16 de agosto de 2015

Crítica clásica: Metropolis Pt.2: Scenes from a Memory de Dream Theater (1999)

Atención: Esta crítica es más breve debido a que es material rescatado de mi anterior blog. Igualmente considero que era recomendable rescatarla, ya que ha sabido mantener mis impresiones sobre el disco. 

El rock progresivo es un estilo que murió para volver a resucitar. No sé si alguna vez os lo habían contado, pero tras The Wall (1979) de Pink Floyd y su espectacular y ruinosa gira ,como último gran exponente de la primera era del género, este cayó en desgracia tras algunos años de debilidad. Acarreado por el punk, la música disco y los excesos de todo tipo, tanto musicales (pirotecnia, desgaste de la fórmula musical, derivaciones comerciales...) como legales (drogas, delitos...) a finales de los 70 el rock progresivo dio su canto de cisne y acabó su primera era. En los 80, revivió renovado, más comercial con sintetizadores, con letras enormemente sentidas, el llamado neo progresivo.

Los precedentes inmediatos

El gran exponente fue Marillion, una banda inglesa que gracias a su poético cantante, Fish reviviría el progresivo con una nueva esencia y sabor rememorando un poco el sonido de Genesis de los 70. Así viviría y perduraría la segunda era del progresivo a lo largo de los 80, con su disco estandarte, Misplaced Childhood (1985) y que se prolonga hasta el disco Seasons End (1989), último disco de Marillion con su esencia clásica, aunque con un nuevo cantante, Steve Hogarth. Finales de los 80, una época en la que se empezó a gestar realmente la tercera era del progresivo, una era en la que se fusionaría con el heavy metal, que estaba en plena consolidación técnica y que da su primer paso firme con Seventh Son of a Seventh Son de Iron Maiden en 1988. Su gran banda, la que explotaría hasta la cúspide este nuevo periodo con su sonido no sería otra que Dream Theater y hoy toca dar un vistazo a la obra cumbre de esta tercera era del progresivo...


Dream Theater estos grandes aprendices de todo y al final grandes maestros de lo suyo, el progresivo, mostraron a lo largo de los 90 un potencial gigantesco ya desde su primera obra maestra (y segundo disco de estudio) Images and Words (1992). El álbum era todo un compendio de canciones cañeras y a la par coloristas que llevaban el virtuosismo y la melodía por bandera. De este disco se extrae una canción que sería la semilla del disco que hoy nos ocupa: Metropolis Pt. 1: The Miracle and the Sleeper. Esta canción en principio, no la pensaron con una continuidad. Pero tras algunos discos más en los que tocaron la gloria y sufrieron la presión de la discográfica, cocinando a fuego lento con un absoluto secretismo mientras les llovían las demandas de una secuela de la canción. En 1999 sacaron al mercado el disco que ilusionaría a toda la parroquia progresiva a finales de los años 90. Y la pregunta es: ¿Que hace tan especial a este disco? Para los que distraídos del género que no lo conozcáis ahora os lo cuento.

Entrando en materia...

El disco como primer gran característica nos muestra una historia muy bien hilada sobre Nicholas un chico que al asistir a terapia regresa a una vida pasada en 1928 como Victoria Page. Para no hacer mucho spoiler, comentar que el disco nos comenta las idas y venidas de Victoria encerrada en un amor a tres bandas por dos hermanos Edward y Julian Baynes. Y amigos míos, cuando me dicen que voy a estar todo un disco escuchando un relato sentí temor. Pero a medida que avanzan las canciones, que se organizan por escenas uno solo se puede quitar el sombrero. La maravilla de este disco es que a través de la música, las ideas de las letras quedan reforzadas. Uno se deja llevar por los pasajes y los cambios de tempo constante en la música y esas piruetas que te saben colocar en el momento justo. Ya desde el primer minuto del disco, con esa cuenta atrás del terapeuta hacia Nicholas en el que uno se siente aludido, te sumerges en la paz con la que te hace entrar acompañado por una cómoda guitarra dando acordes poco a poco junto a la voz de James LaBrie.


Y entonces ¡pam! entras en otra dimensión, la música pega un giro y entre las nostálgicas notas venidas del Images and Words y esa lejana primera parte de la canción, la euforia nace en el fan que desde hacía años esperaba este momento. Unos teclados celestiales de Jordan Rudess, el mago de los teclados, abren paso a lo que es la catarsis musical que uno está a punto de notar en su cuerpo y que dura básicamente hasta que acaba Strange Deja Vu. A partir de este punto es donde Dream Theater realiza la auténtica novedad, donde el disco se encamina musicalmente más lejos de los geniales esquemas de la primera parte y empieza lo que podemos decir, la opera metal en su esplendor. Petrucci y Portnoy, guitarrista y baterista, los máximos artífices de esta joya empiezan a ponerse ambiciosos, creativos y exigentes. Brotan ideas gigantes incluso elementos que apareceran en siguientes discos (desde Six Degrees...hasta Systematic Chaos) como su garra mas heavy contundente en Beyond this Life.

Nos dan un pequeño receso con Home a la tranquilidad, pero atención porqué justo después viene un de los momentos más lúcidos, brillantes y dinámicos del disco The Dance of Eternity. Aquí es cuando un baterista muestra su enorme habilidad, cuando Mike Portnoy diseñó su pieza magna en la batería, una pieza puramente instrumental que toca un montón de géneros mezclados con la esencia heavy. Su contribución obliga a que John Myung tenga que seguir el compás rítmico con el bajo, teniendo que demostrar que lo que se cuece en este tema, a parte de los dedos tocando, es el núcleo pensante de una banda que no se ve límites a la hora de trasladar la música que crean casi como orfebrería pura. La parte penúltima del disco, busca la vena más tierna y solemne, la que me recuerda a sus antecesores Marillion, de los que se les pegaron sus conceptos más dulces, haciendo florecer la música como un campo de rosas en temas como The Spirit Carries On. Te hacen sentir en el cuerpo ese anhelo esperanzador, tan creíble, tan bonito, hasta que en el último segundo... ¡Abres los ojos!

Igualmente el segmento final del disco mezcla dulzura con rudeza, con Finally Free. Como no quiero hacer adelantos de la narrativa que expone o como termina el relato sólo hablaré en términos musicales. Con un inicio más tranquilo y melancólico, nos evoca a una reflexión del personaje que sale de una aventura que le había hecho sentirse pleno y descubrir su pasado en otra vida. La melodía también hace referencias a lo vivido en capítulos pasados y en la resolución de la historia. Su virtuosismo preciosista me llena de todas las formas posibles y siento que se está culminando una obra gigantesca de arquitectura musical. Los cambios entre lo sinfónico, lo heavy y lo acústico, refuerzan la idea de que estamos ante un disco muy completo a nivel compositivo. Como bien decía antes sobre Marillion y a lo largo de toda la crítica, pensar en los solos de esta banda de los 80 y evolucionarlos a los límites de la cordura técnica es lo que lleva a Dream Theater. Pero volvamos a la realidad.

Como conclusión a lo expuesto


Estamos ante la opus magna del género del metal progresivo, no solo era y es una gigantesca obra musical sino que además colma los deseos de un enorme número de fans que a lo largo de los años buscaba una secuela de un germen, de una canción. Actualmente, Dream Theater como banda está embarcado como banda en una época totalmente diferente con alguna marcha y algún integrante nuevo, pero pervive y aun nos sigue dejando discos de gran calidad. Tal vez no son tan decisivos en el género como lo eran de 1992 a 2003 pero incuestionablemente la historia de la música ha estado llena de grandes genios que han sido moda y escuela durante tiempo, luego pasan a un plano más tranquilo, de consolidación mientras otros empiezan a despuntar. Estos chicos, de los que otro día volveré a hablar ya se han ganado una parcelita en la cultura popular de la música.

Nota: 9,1

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