viernes, 24 de abril de 2015

Crítica clásica: The Division Bell de Pink Floyd (1994)

¿Porqué existe una necesidad tan estúpida de que los críticos demos pie a los mismos discos de siempre? Entiendo que siempre es bueno recordar aquellas obras que han marcado un antes y un después en la música, pero la obligación moral de un crítico, a parte de ser sincero con su criterio, es dar impulso a aquellas obras que han quedado un tanto desmeritadas o infravaloradas. Y es que con Pink Floyd ocurre eso, que sus obras magnas son tan magnas, que todo lo que se sale de esa época de los 70 parece que tenga que ser malo o indecente. Después de ver que algunos se han quitado la venda de los ojos, es hora de que ofrezca mi visión sobre un disco que genera polémica y veredictos planos, que no miran la calidad sino, el músico que no está.

El que sería el tercer disco en catorce años de una banda legendaria y su despedida oficial hasta hace poco, no fue bien entendido por mucha gente en su tiempo. Incluso a día de hoy, The Division Bell (1994) tiene a la comunidad dividida y nunca mejor dicho entre los que le han encontrado color y sabor y los que lo miran como un ente inferior que fue creado por una banda que sin Roger Waters, no podía ser Pink Floyd. Algunos seguramente no sabréis quien es este hombre, pero sólo hace falta resumirlo como el creador de gran parte de la música y letras de discos como Animals (1977), The Wall (1979) o The Final Cut (1983). Los dos primeros nombrados, eran excelentes obras del rock progresivo con un carácter conceptual muy potente. Pero el último de ellos, que trata sobre la Guerra del Atlántico Sur de 1982, fue elaborado en un ambiente muy enrarecido y casi podría llevar la firma en solitario del bajista.

Con su última creación, Waters dejaría la banda, tomándola ya por acabada, pero digamos que las cosas no salieron como esperaba. David Gilmour (guitarra), Nick Mason (batería) y Richard Wright (contratado como músico a sueldo en los teclados) decidieron resurgir de las cenizas y tirar adelante con la banda con A Momentary Lapse of Reason (1987). Este disco tenía potencial, pero se nota que tenían que pulir la fórmula para llegar al nivel visto antes de 1983 ya que optaron por un disco más suave y muy apegado al sonido de los 80. Eso si, dieron vida a la banda y con suerte y los años, se encaminaron en un nuevo disco. Para ese momento, Roger Waters estaba manteniendo una disputa legal contra los otros tres reclamando que no se pudiera usar el nombre Pink Floyd sin su consentimiento, eso trajo algunos quebraderos de cabeza a la formación, pero a Gilmour le dio una idea.


David Gilmour se había situado como el nuevo cabecilla creativo de la banda, volviendo a brillar como lo hizo en tiempos de The Dark Side of the Moon (1973) o Wish You Were Here (1975), por eso se planteó que el tema del nuevo disco sería la comunicación. Evidentemente, eso venía por los problemas de comunicación que se estaban dando entre Waters y el resto de la banda. El bajista y compositor no parecía dispuesto a aceptar el éxito de la banda sin su batuta y era muy reactivo a lo que estos hacían. Que la banda sacaba el vivo Delicate Sound of Thunder (1988) y lo petaba, pues él tenía que hacer una interpretación de The Wall a lo gigantesco en Berlin para recrear la caída del muro frente a unas 450.000 personas. Se debe admitir, había una competitividad muy fuerte entre ellos y Waters les negaba cualquier tregua a sus antiguos compañeros y despreciaba totalmente su trabajo sin su mano omnipresente.

Pero digamos que aunque no salen en la foto había dos miembros más que podríamos decir que conformaban el nuevo Pink Floyd. Primero, Polly Samson la mujer de David Gilmour. Samson en principio fue la que le dio alas a Gilmour para que pusiera en marcha el nuevo disco. Encorajado, Gilmour emprendió la tarea, lo que no sabía, es que la gran pluma de su mujer también intervendría en el disco firmando algunos de sus mejores temas. El segundo sería Guy Pratt, yerno de Richard Wright y que provendría de la parte de bajo al disco. Y es que si muchos toman a esta formación como unos músicos desorientados sin su cabecilla principal, la realidad pura y dura es que eran una masa muy compacta con nuevos aires. Si en principio Wright (tecladista) parecía estar molesto en su situación de músico a sueldo, cuando entró en el núcleo duro también se sintió ilusionado. Con todas estas presentaciones, vayamos a por el disco.

La brisa que golpea el micrófono se torna en viento y luego en música. Cluster One, se convierte en una mágica entrada instrumental al disco. Es todo muy orbital y etéreo, pero con indudable sonido a la banda, ya que como bien sabemos Pink Floyd no era la banda más virtuosa de su género, lo que si sabían era dar forma a ideas grandes siendo absolutamente minimalistas. Wright y Gilmour dan vida a la música con pequeños retazos que explotan en What Do You Want from Me. Y no me la cuelan, esto es un reaprovechamiento de Have A Cigar de Wish You Were Here (1975), lo que me pregunto es si en verdad esta hecho a propósito para aludir a Waters, aludiendo a una idea de ellos mismos casi 20 años atrás diciéndole: ¿Que quieres de mi Roger? Dejando teorías de lado, puedo decir que la melodía toma algunos giros que la alejan de la original y la convierten en algo nuevo y evocador.

Pero la primera gran canción del conjunto es Poles Apart, una auténtica maravilla que hace que no eche de menos los años 70. Y con ella parece que la alerta a Waters persiste diciéndole que no insista en atacar, porque en verdad es inútil ya que las cosas ciertamente les iban bien con caminos separados. A nivel musical es tremendamente brillante, con esa guitarra de estilo más acústica que le da un carácter muy floral a la canción. Los teclados de Wright son concisos y dan oxígeno a un tema ya de por si muy consolador del alma. La parte orquestal de Michael Kamen en el centro de la canción es otra razón de porqué vale tanto la pena saborear este disco sin prejuicios. El solo de David Gilmour es tan simple como dulce y emocional, con dos notas ya notaba una vibración que me iba del centro del pecho a la espalda recordándome lo que es la buena música.

Pink Floyd - Poles Apart (En Vinilo, 1994)


Nota: El sonido empieza en el segundo 40

Otra cosa que brilla claramente de este disco es su calidez, por esa razón en la medida que puedo os pongo los vídeos con el sonido de hoguera que da un vinilo. En el punto en el que nos habíamos quedado, el disco estaba subiendo la ola y con Marooned, se queda estable en la cresta. Esta instrumental es la que desplega la artillería de David Gilmour, la cual es la delicadez y la melodía con mucho sentido dramático. Wright acompasa con acordes la gran intervención del guitarrista, siendo conciso y muy tranquilizador. Es como si le pusieras un mar de fondo a todo un conjunto de acantilados que dibujan el sublime ante nuestros ojos. Esta canción le valió a la banda un Grammy por la mejor actuación instrumental y ¡oye! bien merecido era el premio. Y por eso mismo frases como: "Basura... un sinsentido de principio a fin", solo demostraron ser un ataque de envidia de Roger Waters.

A Great Day for Freedom, resulta ser una canción más tranquila, pero que trata de los cambios que se van dando en la vida y en el mundo. Brilla con luz propia la letra en la que contribuye Polly Samson, en la que se percibe su alma de poeta. Gilmour está sencillamente para enmarcarlo y tenerlo sonando ahí toda la vida. Un himno potente y hermoso que nadie me puede negar que es lo que se puede esperar de los grandes Pink Floyd. Un poco más chill out empieza Wearing the Inside Out, que con la contribución de Dick Parry en el saxo tenor empieza brillante. Aquí, después de muchos años, volvemos a ver como se materializa la voz de Richard Wright. Su voz pausada, me recuerda a ratos las formas de Syd Barrett y en parte ahí está el encanto de revivir una época arcaica de la banda, pero con el sonido que los encumbró.

Pink Floyd - A Great Day for Freedom (1994)


Muy enérgica empieza la siguiente canción en la que se puede oír a la banda que conserva su sonido original pero con nuevas tecnologías. Take It Back, me recuerda al positivismo visto en A Momentary Lapse of Reason pero con un sonido más pulido y bello. En parte me siento como en los discos de Marillion con Steve Hogarth y sobretodo Holidays in Eden (1991). Es como un mar de buenrollismo que me llena por dentro y me hace vivir el disco como momentos para todos los sentimientos. Pero paremos un poco los motores para un momento más íntimo con Coming Back to Life. Todo empieza solemne y con el rato la melodía va cogiendo ritmo sin acelerarse. Es tal vez una de las que menos me gusta del conjunto del disco, pero como siempre el solo de Gilmour le da un poco de emoción y no puedo quitarme la sensación de estar maravillado ante el disco.

Keep Talking, con su ritmo marcado y hasta a ratos un pelín repetitivo, nos retrotrae al sonido de The Wall. Con eso quiero decir que se percibe la tensión musical que había en ese disco y al final acaba siendo un elegante viaje con la máquina del tiempo al igual que habíamos visto antes con What Do You Want from Me y que gana en cotas de expresividad con la guitarra con talk box. Más paradita me parece Lost for Words, que algunos me la querran comparar con Wish You Were Here, pero digamos que me cansa más y sin duda es la que menos me enamora del disco aún con sus buenas intenciones. Y es que por suerte o por desgracia no me parece que se aleje tanto de la música convencional de su tiempo. Pero preparaos porqué viene la última joya del disco.

Pink Floyd - High Hopes (1994)


Y estamos hablando a la vez del último gran himno musical de la banda con High Hopes. Sus delicadas pinceladas de piano van construyendo poco a poco las bases sobre las que anda David Gilmour con su voz. Y esta si que es otra de esas piezas comparables a sus grandes clásicos ya que al principio parece poco amenazadora pero acaba siendo una pieza de enorme solemnidad y buen gusto. La parte final de guitarra es realmente hermosa y toca las notas brillantes sin hacer grandes alardes, por decirlo de alguna manera, es otra forma de llegar a la excelencia. Además, digamos que guardo gratos recuerdos de cantar a todo trapo esta canción mientras disfrutaba con un amigo en un local. Esta música me evoca a la desconexión y a un bonito momento digno de ser recordado.

A mi juicio y después de haber estudiado el conjunto de las canciones de este álbum, puedo decir que no estamos en la época de clímax absoluto de la banda, pero indudablemente estamos ante una obra que da sobradamente la talla. Muchas de las críticas que he leído de carácter negativo hacia este disco han sido bastante pobres (eso no quita que también hay leído algunas negativas pero respetables). Musicalmente es un disco muy desarrollado y con mucha identidad, ya que excepto dos canciones que me hacen viajar al pasado, parece que todo lo demás suena a Pink Floyd pero queriendo mostrarse en otras facetas y esa es la magia que esconde este trabajo. Evidentemente, tengo que animar a la gente a que no se deje llevar tanto por lo que eran otros discos cuando analizan este, se puede comparar, pero tener una novia para compararla con la anterior, es no percatarte de que hace diferente a la que tenemos ahora.

Igualmente, este disco para muchos es un ejercicio de nostalgia de una época realmente grande en la música de Pink Floyd. Ya se que para algunos, Dark Side o The Wall fueron momentos loables con sus respectivas y a veces ruinosas giras. Pero el combo que se formó con este disco y el subsecuente disco en vivo Pulse (1995) sin duda marcarían un hito musical para esta banda y supieron dar un cierre que aunque inesperado, fue glorioso.

Nota: 8,6

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