El arte interactivo también está padeciendo un gran momento crítico en el que el mercado se ha partido entre un sector de público muy crítico y receloso después de un 2014 desastroso. Por un lado los que desde hace años dejamos de comprarnos un Call of Duty para ver si se daban cuenta que queremos un cambio y luego, los casi 20 millones de usuarios (no incluyo a todos los que juegan al juego de guerra) que piensan que lo mejor del año es este juego, al igual que muchas y muchos prepuberes se creen que el cenit de la música se encuentra en Justin Bieber, Katy Perry o Pitbull. Pero en los dos campos, podemos decir que estos son los AAA (los de mayor presupuesto), grandes promesas de bombástica mediocridad.
Luego, por otro lado están los postmodernos que consideran que todo está inventado y han perdido toda la fe en que todo lo que os he nombrado hasta ahora se pueda renovar, porqué para ellos todo está inventado. Pero esa es una posición comodísima, decadente y un poco infantil. No puede ser que haya gente que lucha por innovar día a día y estos tipos miren a otro lado como si no existiera la innovación. Me vais a decir que estoy haciendo una especie de manifiesto contra el mundo actual, pero la realidad es que me estoy quejando muy efusivamente de que el filtro para ser popular y exitoso a día de hoy no vaya ligado a los valores más bellos y currantes de la industria. Por eso, voy a poner mi piedra reivindicando una maravilla de nuestro ahora.
El género progresivo es mi predilección, ya que desarrolla todo el potencial musical y narrativo de un compositor. Estos últimos 25 años, las bandas que más han reivindicado este género han sido las de metal y han hecho una gran labor. Pero esa esencia clásica y floral de lo progresivo se había ido un poco cuando bandas como Marillion o Porcupine Tree (de donde procede nuestro compositor de hoy) decidieron tomar un sonido más serio y maduro, quedando en la palestra bandas como Yes, Pendragon, Transatlantic o Asia como únicos representantes de un estilo más colorista y vital. Pero a finales de la década pasada apareció una figura que le dio un vuelco a la situación, Steven Wilson y poca broma con lo que traía...
Acompañado de músicos como Nick Beggs (bajista de la banda Kajagoogoo y un virtuoso a veces menospreciado), Marco Minnemann (tal vez el baterista joven más dotado del mundo) y Guthrie Govan (guitarra) y Adam Holzman (piano) (de esos músicos que saben dar visión a los más ilustres proyectos musicales); han dejado patente que se puede tener mucha esperanza en la música actual y con perdón por el spoiler, me tienen fascinado. Su sonido tiene reminiscencias a otras bandas y acepto que eso no es tan original, pero en cambio, saben equilibrar ese factor con la novedad y los sonidos electrónicos modernos, dejándome la sensación en el cuerpo de que son un grupo de personas con bagaje y evolución.
Steven Wilson - First Regret / 3 Years Older (2015)
Pero es importante entender que hace años (hablamos de siglos) los artistas seguían corrientes artísticos que les hacía seguir unos trazos a ratos muy similares. Por ejemplo, en el Barroco existían los pintores tenebristas que seguían el estilo de Caravaggio como Artemisia Gentilleschi o José de Ribera, pero no por eso se les ha tachado históricamente de malos. La razón de eso es que, aunque tenían a su claro referente, mostraban trazas de personalidad en una época en la que a un artista no se le pedía tanta figura y en cambio si seguir una moda que había en esa época. Wilson, sabe hacer un homenaje a bandas como Yes o Rush, pero sin olvidar la modernidad del mundo en el que vivimos.
Steven Wilson - Perfect Life (2015)
Y aclaremos algo, este es un álbum conceptual que habla sobre una chica que decide iniciar una vida en la ciudad, en un momento en el que el mundo se percibe inestable. Aunque resulta ser una chica atractiva y con amigos ni familia, resulta que durante 3 años que marcha, nadie le echa de menos. Ese aroma a historia moderna me la da la canción Hand. Cannot. Erase, ya que tiene un sonido que en principio sería reminiscente del pop/rock actual. Lo que ocurre es que tiene un toque más preciosista y vital que a diferencia de muchas cosas que he podido escuchar por la radio rollo Hoobastank, me llena de buenas sensaciones. En cambio Perfect Life, que se ha querido erigir como single, comete un fallo poniendo una música tan bonita con una letra taladro que aunque nos abre con un pequeño relato, se me hace pobre.
Routine es una canción más elaborada y que sin ser la panacea de lo progresivo, me gusta como en algún momento me recuerda a Mike Oldfield y luego se marca un solo colorista, cálido y no muy acelerado. La contribución de la cantante israelí Ninet Tayeb, regala a la canción de dramatismo e intensidad. El final relajado a duo con Wilson, resulta ser bastante placentero. Pero sin avisar empieza Home Invasion con un sonido más distorsionado y oscuro, heredero de la etapa post 2000 de Porcupine Tree. A la vez me recuerda recursos de Dream Theater en patrones rítmicos y musicales usados en discos como Falling Into Infinity (1997) o Metropolis 2: Scenes from a Memory (1999).
Steven Wilson - Regret #9 (2015)
Siendo la canción más larga del disco, hay que recalcar sus cambios. Empieza muy a mi gusto y luego se expande muy al estilo de Transatlantic, con ese "Shine! Shine!" que suena de fondo. Una exhibición bárbara de guitarra me deja traspuesto y se nota que aquí Wilson ha sacado toda su personalidad compositora. Por un momento he creído que le había dado a volver a la primera canción cuando ha empezado Happy Returns. Vuelve el tema principal y se desarrolla más como si de un recuerdo en toda su amplitud se tratara. Un gran tema que casi cierra el disco, porqué en realidad la pequeña pieza ambiental Ascendant Here On, es lo último que escuchamos. Pero para ser justos, no le puedo poner una nota en si, ya que fríamente lo podemos considerar un acople a la anterior.
Steven Wilson - Luminol (Get All You Deserve, 2012)
Me disculpo por no haber añadido más links de las mejores canciones, ya que muchas de ellas les han quitado el sonido por temas de copyright. Igualmente os pongo un vídeo de un concierto para que os animéis a seguir a este músico. Centrándome en el disco, he de destacar lo satisfactorio que resulta un disco así en nuestros días ya que demuestra que viejas formas pueden seguir vivas si las modernizas con estilo y lógica. La trama del disco, es una especie de metáfora del sitio que ocupamos en nuestra vida y en la de los demás, cosa que es una gran reflexión en un mundo tan individualista que necesita recuperar aquella sensación de colectivo y de búsqueda de la coexistencia, cuando hay frentes abiertos como el terrorismo.
Alguien se aventuró a soltar que este disco es el The Wall (1979, Pink Floyd) de la generación Facebook. Pero desgraciadamente no le podemos considerar así por el nivel de repercusión e influencia que puede tener en un mercado tan saturado en su primera línea de músicos pop mediocres. No quiero decir que todo el pop sea mediocre, pero el de calidad queda escondido o no puede subsistir tan bien como merecería su esfuerzo. El mundo de la música es menos democrático y justo que en los años 70 y se nota, pero eso no quita que se sigan labrando más arriba o más abajo grandes joyas como siempre las ha habido... y siempre las habrá ¡¡fuck the postmodernos!!
Nota: 8,6
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