domingo, 2 de octubre de 2016

Crítica: Meddle de Pink Floyd (1971)

A veces con los amigos surgen oportunidades fantásticas para rememorar discos que de corazón nos parecen buenos. Aprovechando esas ocasiones, mientras ponemos la oreja atenta a la buena música pues cogemos nuestra calculadora del móvil y puntuamos juntos. Pero no por cualquier cosa nos animamos, sino porque con la feria del vinilo de Barcelona y con unos forofos con nosotros, cualquier reliquia encontrada en ella luego pasa la prueba del algodón. Tal vez la crítica que tomamos con más ilusión y conocimiento de causa fue la de este disco, Meddle.  Y es que aún me regocijo al ver este logo tan chocolatástico que pone "The Pink Floyd" con un acto de solemnidad muy típico de las ediciones en vinilo españolas, en una portada que básicamente muestra una concha de oreja inclinada y ampliada para que parezca un motivo abstracto. Maravilloso.

Pero este disco no sólo me hace pensar en un sencillo pero inolvidable rato con mis amigos, sino que al mismo tiempo lo relaciono con un momento trascendental de una de las mejores bandas de la historia. Para ser precisos, el momento en el que (como hablaba con mis nocturnos acompañantes) la banda acabó de perfeccionar su sonido y estilo distintivo. Si miramos justo a sus precedentes, a Atom Heart Mother (1970), ya nos encontramos a la banda sacando en la suite de ese disco la base del sonido del Floyd de los años 70, configurando una obra notable y sólida pero no tan sorprendente como sus obras mayores. Eso si, en enero de 1971 empezarían a trabajar en un proyecto que les llevaría unos 8 meses y que les haría trabajar a fondo en una obra con unas aspiraciones mucho más altas. Al llegar octubre de 1971, salía a la venta este disco mostrando una banda cambiada, sorprendente, madura...


Y es que tengamos en cuenta que la carrera de la banda en el periodo que va después de la publicación de su primer disco y en realidad primera gran obra, The Piper at the Gates of Dawn (1967) y lo que hoy vemos había resultado ser una marea desigual en la que a ratos se sentían bien y a ratos salían sus miedos, intentando despegarse de la sobra del ya lejano Syd Barrett. Ese desapego iría llegando a medida que apartaban la psicodelia de su fórmula y pasaban a un estilo más simfónico. Igualmente, David Gilmour había implementado un estilo ligado al blues y folk que ayudaría a hacer la transición hacia la nueva banda que estaban destinados a ser. Era tiempo de experimentación y eso se puede ver con las canciones...

Como una visión del futuro aparece One of These Days, canción instrumental que se me hace inevitable ligarla con el sonido funk que la banda tocaría en The Wall (1979). El bajo intrépido de Roger Waters marca un ritmo tribal, muy rítmico que parece que elude a eras primitivas, pero al mismo tiempo a algo futurista. Los efectos de guitarra de Gilmour y el teclado de Wright le dan el toque ambiental y espectral. Tal vez el fallo del tema es que se me hace un poco repetitivo. Pero con A Pillow of Winds pasamos a una canción mucho más relajada pero que tiene mucho del sonido identificable de la banda. Acordes acústicos brillantes, junto a notas eléctricas de guitarra mucho más melancólicas que igual que el anterior tema, parece que plantan la semilla del futuro Animals (1977). La letra de Roger Waters es hermosa, ensoñadora y que habla de vivir el amor en una mezcla de paz y euforia.

Mucho más folk y mundana se presenta Fearless, que nos habla de una persona que le gusta hacer las cosas sin rendirse, pero a su ritmo y manera. La canción esta hecha en una afinación que Barrett había enseñado en su momento a Waters (en Sol Mayor) y que entre Waters y Gilmour decidieron arreglar en su momento e igual que la anterior canción, darle un sonido más sinfónico junto los arreglos acústicos, al final del tema tenemos un registro hecho en las gradas de . San Tropez, es una canción que tiene un aire mucho más simplón y jovial. Lo que a mi gusto la hace notable es su aire campero y desaliñado que hace referencia a un viaje que hizo la banda al sur de Francia en 1970, en la localidad de Saint-Tropez (así si, bien escrito). Esta básicamente es una canción con la que se presentó Waters un día en el estudio prácticamente completada y como fue bien encajada por el resto de la banda, afortunadamente entró en el conjunto. Cierra esta cara con Seamus, una canción con evidente toque folk y que me resulta lo menos llamativo del disco y en el que la mezcla de sonidos entre ladridos y lloros de perro y música, no me acaba de convencer, tapando lo primero demasiado a lo segundo.

Pero debemos dejar lugar ahora para la obra maestra que contiene este disco y que juega un papel vital en el desarrollo de esta banda. Echoes, no es moco de pavo, son 23 minutos y medio de explayarse y explorar musicalmente. He oído teorías variadísimas sobre el significado de la letra, pero una de las que más me ha gustado es esa que habla de los ecos como la huella del tiempo que dejamos los humanos tras nuestro paso. Los primeros casi tres minutos son una entrada preciosa y un tanto nostálgica, la segunda parte podríamos considerarla la parte en la que Gilmour empieza a cantar la canción e incluiríamos el majestuoso solo. Esta resulta ser una de las partes más increíbles que ha escrito esta banda en toda su carrera. Pero la improvisación toma buena parte de la canción y directamente la banda se deja llevar y vemos momentos muy etéreos y otros más contundentes. Desde momentos cuasi minimalistas con efectos de guitarra, samplers o muy débiles teclados hacia la mitad de la canción, hasta otros de reactivarse y dar intensidad entre los minutos 17 y 18. El cierre vuelve al origen de la canción poniendo un final muy épico.

Cerrando el círculo en Pompeya


Para dar más fuerza al acto creativo que supuso este disco, hacia octubre de 1971 (momento de publicación del disco) la banda estaba en Pompeya grabando varías de las canciones de este disco y de otros anteriores. Sobretodo la actuación de Echoes es uno de los actos musicales más memorables que se han enregistrado y tiene un fuerte punto simbólico por la idea de los ecos de esas voces de Pompeya, que un día fueron silenciados por la erupción del Vesubio. Este disco y filmación de Pompeya servía para reavivar la llama de un disco que era la primera gran obra de los Pink Floyd de los 70. Y es que a veces me parece un tanto triste que se hable siempre de los 4 discos típicos de los años 70 y se olviden de este disco que abrió la lata de su momento más brillante como músicos. Meddle es una revelación encubierta que en un par de años irrefrenablemente saldría a la luz.

Valoración: 🌟🌟🌟🌟 (Muy bueno)

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