Tanta era la búsqueda de la nobleza del pequeño momento o de la escena habitual, que Courbet parecía que hiciera épica de si mismo. Para él, que se consideraba a si mismo un hombre con un perfil de cara muy hermoso, se colocaba saludando como todo un señorito en ¡Buenos días, señor Courbet! (1854). A la vez si nos situamos junto a Courbet en el siglo XIX, también podemos ver el Romanticismo dando coletazos con esa evocación épica de lo sublime y exótico con pintores como Friedrich o Delacroix. Vale, pues unamos los dos conceptos, un viaje de trámite absolutamente normal de una compañía y por otro lado, el desierto, sus rituales y su exotismo. ¿Lo tenéis en mente? Genial, pues con eso ya tenemos Le Désert (1844). Una obra a caballo de lo que serían dos momentos artísticos muy relevantes para el siglo XIX creada por un músico que tal vez no tubo excesivo bombo entre tanto gran nombre de músico que le rodeaba.
Veamos, Félicien David (1810-1876) era un músico notable de su tiempo, un buen compositor que tomaba mucha de su gracia de los referentes de su tiempo y sobretodo de Hector Berlioz (creador de la Sinfonía Fantástica). La admiración entre los dos músicos era mutua y aunque mister Berlioz tenía mucho más caché y dinero, no dudó en alabarlo como un gran maestro por la obra que hoy veremos. Pero David vivió una infancia difícil siendo huérfano desde los 5 años y entrando en un coro que sería su refugio hasta que entró al Conservatorio. Sólo estaría 1 año en el para abandonarlo y dedicarse al sansimonismo (movimiento político socialista impulsado por Henri de Saint-Simon que tenía como objetivo que el cristiano dedicara su vida a mejorar la vida moral y física de los pobres, igualando las opciones de estos a poder ser gente que aporte cosas intelectuales a la sociedad).
Ilusionado con su filosofía de vida, David compondría una canción para el movimiento y luego cogería el petate para irse a Egipto a difundir y poner en marcha el sansimonismo. Por lo tanto, David curiosamente iría a África como misionero ilustrado un curioso honor que le conduciría a descubrir su vena más romántica (no la amorosa, la artística). Así entre 1833 y 1835 se dedicó a tomar imágenes mentales que le servirían para su música al volver. Compuso varias colecciones de melodías de estilo oriental, pasando un poco inadvertidos y aunque se retiró una temporada de la música, supo volver por todo lo alto. En 1844 publicaría la oda sinfónica que hoy analizaremos y ese fue el punto de inflexión en su carrera. Nunca vivió, ni nunca viviría un éxito similar en sus años de vida. Es el claro ejemplo de un músico que necesita más estudio y ser situado como merece independientemente de su fama o éxito.
Félicien David - Le Désert (Radio-Symphonie-Orchester Berlin, 1844)
PD: Si podeis, acercaos por Spotify para escuchar la versión de la Orquesta de Cambra de París
Centrándonos en el contenido que hoy veremos, la interpretación que he escogido de esta composición es la que ha publicado este año la Orquesta de Cambra de París y es la que os recomiendo escuchar, para que por lo menos os hará tener la experiencia que yo he tenido. Sin más distracciones entramos en la Primera Parte. Una entrada tranquila con aires épicos dan comienzo a L'Entrée au Desert, que suavemente va incorporando la parte del coro de voces. Lo bonito de esta pieza es el momento de evocadora y grandilocuente quietud inicial que tiene algún momento más amenazante y que se hincha hasta llegar a un punto de euforia acompasada. Viento y cuerda dominan la pieza y luego la doman y la vuelven a llevar a su cauce tranquilo. Ese cauce se une a Marche de la Caravanne, con un tema principal muy jugueton que mezcla divertimento y sonido de corte elegante.
La parte vocal hace puntillismo o pizzicato con respuestas retorcidas de cuerda. El tramo final prepara la tensión que va a venir con la siguiente y última fracción de la Primera Parte, La Tempête au Désert, aquí es donde veo mayor pirotecnia en la parte de cuerda y unas voces en un primer momento más tensas. Pero a los 2 minutos la tormenta se va como un bello humo que lleva a ver las fatídicas consecuencias de la misma en la caravana de viajeros que ha emprendido la aventura. Se hace un retorno al tema épico visto ya en esta parte y cierre de telón. De momento hemos empezado con buen pie, Segunda Parte pues. Empezamos de manera apagada y relajada el Hymne à la Nuit, una hermosa pieza que nos hace pensar en las estrellas colgando del cielo y en la brisa fría del desierto por la noche. Es como un dulce que abre cariñosamente este acto y ¡mmm! me deja medio atontado (y adormilado) de lo bonita que es.
Uno de los momentos más motivadores de este segundo acto de bien seguro es Fantaisie Arabe. Empieza por todo lo alto con un tipo de música eufórica y divertida en la que hace juego y contrajuego la orquesta y una pequeña sección de viento más bajita. En un segundo tramos de la fantasía, entra una parte de viento más cantarina y con un cierto aroma trobadoresco. Es precioso el jugueteo y las trenzas que hacen entre los clarinetes, de aquellas tonterías y recursos musicales que se me quedan tatuados a la mente al pensar en un compositor. En cambio, cuando escucho La Liberté au Désert pienso en los cantares de los aventureros y los piratas ¡coño! da gusto que le motiven a uno de esta forma y si, totalmente me hace pensar en la libertad y en lo genial que te sientes en recorrer los bellos paisajes del mundo sin límite. La Rêverie du Soir, hace de cierre en medio tiempo muy tranquila, lánguida y armoniosamente. El coro es el protagonista estirado sobre un manto musical muy suave y bello y lleno de disimulados punteos, un cierre muy acertado para un acto brillante.
Llegamos a la Tercera Parte y última de Le Désert. Por alguna razón me recuerda a una de esas escenas melancólicas de película italiana neorrealista con Le Lever du Soleil. Y ara vendrá el típico "que me focka y me parte la bocka" a decirme que esto es francés y que yo soy un patán demasiado viciado al cine de Rossellini y sus iluminaciones místicas de final de peli. Pero no es así, esa preciosa salida del Sol musical es digna de cualquier película clásica pero le noto algo italiano. De lo "muy supuesta e imaginariamente" europeo pasamos a Chant du Muezzin, que con su canto tenor nos hace viajar a ambientes más arábigos y misteriosos. Pero como no, el exotismo romántico de los europeos es más dulce y tiene sus convenciones. Volvemos al tema conocido en la marcha de la caravana en Le Départ de la Caravane. Como bien sabréis algunos, esto es un recurso para cerrar un círculo argumental o hacer énfasis a un personaje o grupo de personajes, en este caso la caravana.
El último paso de la trama se da con el Chant du Désert que en su primera mitad se vale de la bella sutileza vista anteriormente. Su grandeza está contenida, como si pudiera salir pero esperara pacientemente a su momento. Deja algunos avisos y rápido apaga los fuegos de la pasión hasta un poco más allá de la mitad donde sale ese himno poderoso que parece reivindicar la gloria del desierto. Con esta pieza se cierra la tercera parte y la oda, con lo que sacaré brevemente las conclusiones. Le Désert (1844) es una de esas composiciones que nos alertan de que tal vez hay que dar un repaso más serio y en profundidad de otras obras de Félicien David. Claro está que no llegaremos a los niveles de Wagner, Bizet o Berlioz, pero podríamos tener un músico que tiene catálogo interesante para difundir y dar a conocer con más energía por parte de las discográficas. A la vez, los historiadores de la música y el arte, es hora de que le situemos de manera representativa en su punto histórico ya que su obra influyó a músicos como Dupont, Georges Bizet, Ernest Reyer o Wasielewski.
Nota: 8,85
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